Scarlett
La primera hora después de haber salido de aquella oficina y haberme encerrado en mi habitación no diría que estuvo mal.
Ahora.
En este preciso instante.
Era deplorable.
Ya casi iban a hacer las siete de la noche y mi padre seguía sin llegar.
Sí.
Sí. Él era un hombre adulto que podía cuidarse por si mismo. Las siete de la noche no era tan tardado. Pero mi cabeza no quería entenderlo, de hacerlo ni siquiera estaría tentada a llamar a la guardia civil.
Ni una sola sombra asomándose por la casa. Casi y quería ir a la policía y poner una denuncia. Y lo habría echo. De hecho sabía los pasos a realizar, mi padre me lo enseño por si alguna vez un caso se le salía de las manos y necesitaba llevar algunas pruebas a la policía. Pero esto, esto no era para nada así.
Para bien o para mal, no lo hice. Una parte de mí quería quedarse a seguir esperando. Lo estaba haciendo. Sentada y acurrucada junto al sofá esperándolo con la vista fija en la puerta. Atenta a cualquier movimiento. Talvez fuera mi imaginación, pero el tiempo se alargaba, se volvía una tortuosa eternidad.
Más de una vez había pasado por mi mente el llamar al señor Brown. Era amigo de mi padre según sabía. Sería lo más normal. Lo más aconsejable.
Lastima que mi parte más celosa y resentida no pensará de esa forma.
Aunque yo no diría que ir ventilando los problemas a gente ajena sea aconsejable.
Si. Esa era mi parte celosa y resentida tomando protagónico en mi cabeza. Este sería un buen momento para que mi conciencia se hiciera cargo. Pero por alguna razón mi linda y hermosa conciencia prefería sentarse y no hacer nada mientras mis sentimientos no me dejaban en paz.
¿Cómo un completo desconocido que según dicen fue amigo de mi padre podría saber donde estaba y yo no? Yo era su hija. Su hija. El centro de su universo. Yo tenía más derecho en conocer su ubicación que un amigo. Un simple amigo. Un amigo que mi padre no había visto por más de dos décadas. Por favor. Era absurdo. Ridículo.
Al menos lo fue hace media hora atrás.
Ahora, las ganas de saber algo del paradero de mi padre rebasaban cualquier resentimiento como para no coger mi teléfono y llamar al señor Brown.
Eventualmente terminé con el móvil en la mano, buscando a toda prisa el numero mientras el ceño en mi rostro se acentuaba cada vez más.
Decir que una sensación agría recorrió mi cuerpo cuando las llamadas no obtenían respuesta, sería mentira. Desesperación y miedo es lo que estaba en mi venas. Odiaba esta sensación. Antes no hubiera odiado el hecho de saber que mi mundo se desmoronaría si por azar del destino mi padre desaparecía.
—Señor Brown —hable tan rápido como la llamada entró—. Mi padre. Sabe... sabe donde esta mi padre —solté con la voz demasiada alarmada.
Nada sonó del otro lado. Nada en algunos minutos. Unos tortuosos minutos a mí parecer.
—¿Scarlett? —mencionó la voz del señor Brown con algo distinto en su tono. Algo que mi desesperación no me dejo analizar.
—Sí. Sí —repetí con la voz temblorosa y demasiado contenta que alguien pudiera decirme algo de mi padre—. Soy yo. Disculpe por llamarlo, pero... usted es amigo de mi padre. ¿Sabe donde esta? Ayer en la noche salió y estoy segura que no ha vuelto a...
—Sé donde está —me interrumpió con un tono pesado. Como si lamentará saberlo.
—¿Donde...
—Regresará pronto —fue la única respuesta que dio antes de cortar y dejarme más perdida que antes.
La sensación de alegría y alivio desaparecieron tan pronto como mi cerebro había captado lo que acababa de pasar.
¿Perdida? Demasiado perdida, casi me daba ganas de volver a llamar y casi me daba ganas de ir a mi habitación y enterrar mi rostro contra la almohada. Al menos así podría gritar tan hondo como quería. Como necesitaba. Al menos así no sería tan vergonzoso.
Mi respiración estaba cada vez más agitada. Cada vez más inestable e irregular. Esto no estaba bien. Yo no estaba bien. Nada en esta casa estaba bien.
Maldición.
Debía calmarme y mantener mi cabeza en su sitio antes de hacer una tontería.
Mis ojos viajaron hasta el piso de arriba.
Mis pies comenzaron a moverse.
¿Tontería?
Eso era debatible. Habían muchas cosas que podían ser consideradas debatibles, todo dependía del punto de vista de quien lo viera. Y desde mi punto de vista el hecho de coger mi abrigo e ir a aquella tienda donde había visto aquel paralizador no era una tontería.
Ahí encontraría a Clyde. Probablemente. Él lo dijo. Debía ser cierto. De todos modos no tenía otro lugar para localizarlo.
Después de todo no es como si pudiera contratar a un detective privado. Por Dios. Cuan ridículo sonaba eso. Ningún hombre adulto sensato se pondría a firmar un contrato con alguien que ni siquiera figuraba como una ciudadana. Era apenas una adolescente con 16 años. Además, ¿Dónde conseguiría el dinero para contratar algo así? Y no. Lo que mi padre me daba semanalmente no alcanzaría. Quizá alcanzaría para un ser de mala muerte, para alguien con titulo y buenos referentes, no sería más que una mísera cuota. Una mueca adorno mi rostro. No mentiría, se me ocurrían muchas ideas, ideas locas y nada aconsejables para conseguir el dinero y no, ahora no tenía el tiempo para considerarlo y eventualmente auto regañarme por aquello.
Así que Clyde era la mejor opción. La opción más accesible opción.
Le debía gratitud a mi padre y por ende a mí. No se negaría a ayudarme y menos por una buena suma. Lo había echo en el pasado. ¿Qué lo detendría ahora?
Mis pies se detuvieron en seco antes de abrir la puerta de mi habitación.
Analizando objetivamente, yo estaba en un error, se trataba de un criminal, un hombre de dudosa procedencia que podría extorsionarme y manipularme de encontrarme sola en un callejón, a pesar de eso lo estaba prefiriendo antes que tratar de buscar a un profesional mediocre con ganas de pasta verde.