Fabián
¿De qué jodida cosa estaban hablando? Aquel tipo no dejaba de hablar de cosas demasiado confusas como para entenderlas. A pesar de ello, permanecí con la oreja pegada a la pared. Algo debía servir. Alguna maldita cosa. No podía ser en vano. Maldición. Algo debía servir para hacerla pagar por todo la humillación que me hizo pasar.
Al menos aquella motivación duró por los próximos cinco minutos antes que un hombre con una mirada extrañamente conocida se colocará frente a mí.
Mierda.
¿Cómo demonios no había escuchado sus jodidos pasos? ¿Acaso ese imbécil no producía sonido alguno?
—¿Qué crees que haces? —preguntó el hombre con una voz amenazante y aterradora.
Mierda.
¿Cómo una persona podía emanar tanto con... con apenas una postura erguida y quieta? Ni de chiste parecía atemorizante, aunque en este punto aquello no importaba. Sus ojos eran el maldito problema, una maldita tortura que no daba tregua, aquellos reflejaban esa expresión tétrica y aterradora que me obligaba a permanecer con mis pies pegados en el suelo y no echarme a correr o en su defecto tirarle algún jodido insulto.
Mierda.
Esa mirada de hierro me iba a dar problemas. Se sentía como si de solo contradecirle tu propia vida corriera peligro.
¿Cómo mierda una persona normal podía proyectar todo eso?
Un gruñido quiso salir, pero lo reprimí justo a tiempo. Maldición. ¿Desde cuando me había convertido en un maldito cobarde?
Era curioso, jodidamente curioso, hasta humillante, un cruel giro del destino. Una persona atravesó mi mente. Se suponía que este sujeto era el padre aquella pequeña lunática. Casi hubiera reído de no sentirme acorralado contra una estúpida pared. Acorralado. Jamás en mi puta vida me había sentido tan patético. Tenía el pasadizo libre para correr. Esta era mi casa. Y el sujeto dentro de la biblioteca era mi padre. Yo tenía las de ganar. Yo no debía sentirme tan jodidamente acorralado. Aún así. Aunque me jodiera. Aunque me reventara el hígado. Me sentía indefenso. Vulnerable. Sentía asco de tan solo pensarlo. Asco y rabia fluyendo por mis venas.
Esos ojos no se despagaban de mí ni por un segundo, como si se trataran de dos cuchillos a punto de perforar mi garganta.
Algo me decía que en lo que fuera que aquel hombre estuviera pensando no podía estar muy alejado de aquello.
Como si leyera mi mente algo cambio en la expresión del tipo. Algo de esto debió causarle gracia. Su boca se había curvado. Una media sonrisa. Una maldita sonrisa que hacía de esta situación una jodida tortura, si antes de esto estaba a punto de explotar, esto cargaba de cierta incomodidad que hasta costaba respirar.
Maldita sea.
¿Quién era este hombre? ¿El diablo? ¿O alguno de sus familiares?
—¿Acaso eres mudo? —cuestionó de repente con una expresión nada impresionado—. ¿O sufres de algún retraso que te hace parecer... —se detuvo un segundo, algo me decía que buscaba la palabra correcta, o el insulto adecuado—, tú? —espetó con desdén y una frialdad que estaba seguro y hasta los sirvientes podrían sentirla.
¿Realmente este sujeto era el padre de Scarlett? Eso explicaría muchas cosas, pero... Este sujeto ni siquiera se veía como alguien.... alguien normal. ¿Cómo si quiera pudo tener una hija? ¿Es que aquello era posible? Parecía casi imposible permanecer a unos pocos metros sin querer agachar la mirada. El viejo al que yo llamaba padre no era ni la cuarta parte de lo intimidante que era este hombre, a pesar de eso estaba harto que quisiera mandar en mi vida. Aunque me diera un ataque cardiaco de decirlo en publico, había algo en lo que aquella lunática y yo teníamos en común. Odiábamos ser dominados, de no ser así aquella demonio no se hubiera empeñado tanto en joderme la vida por un par de estúpidos comentarios.
Ahora que lo pensaba. La mirada que me perforaba como a un insecto desechable no era tan distinta a la de Scarlett. Se parecían. Ambos se veían como la misma cara de una misma moneda. La única diferencia era que el tipo frente a mí debía ser mucho más experimentado. De lo contrario no entendía porque mi tono mordaz e insolente se escondía temblando de miedo.
Mierda.
Ahora empezaba a sospechar por culpa de quien esa lunática era como era. Ahora sabía por culpa de quien esa lunática había echo mi vida miserable.
—Te hice una pregunta —volvió a hablar con esa mismo tono, pero esta vez teniendo el efecto de una cuchilla atravesando mi estomago—. Contesta —ordenó con la ceja ligeramente arqueada, como si realmente dudara que tuviera la capacidad de hablar.
—Ohm Y...o
—Deja de tartamudear y responde —demandó obligando a mi cuerpo a obedecer.
—No quise escuchar —pronuncie con los ojos en el suelo e implorando interiormente de despegara la mirada de mí—. Ni siquiera sé lo que oí.
—Ni siquiera sé lo que oí —repitió el hombre con desdén y un dejo de superioridad, el cual moría por contestar, pero mi maldita boca no obedecía, se rehusaba a emitir sonido alguno.
—¿Con quien crees que estas hablando? Tu padre y yo sabíamos perfectamente que estabas escondido tras la pared. No insultes nuestras inteligencia, mocoso. Ni siquiera tuviste la decencia de disimular tus pasos o cuando menos modular tu respiración. Por no decir lo pobre que fue tu escusa.
Ese tono acusador y condescendiente estaba taladrando mi ego. Si al menos un puñetazo lo haría callar. Mis jodidos puños permanecían inmóviles como rocas. Demonios.
Mi padre hace unos segundos se había unido a mi burla. No parecía molesta. Una sonrisa de satisfacción cruzo su rostro.
Maldito. Mil veces maldito.
La humillación que sentía subía a escalas desconocidas. En un arranque de furia desvié mi mirada con mis dientes apretados que se romperían si esto no se detenía aquí. Maldita sea. Si tan solo fuera humillación. Era odio. Odio fluyendo por cada poro de mi ser. Ni siquiera eso era suficiente para que dejará de ser una estatua con los ojos en el piso.