Complicado

Capítulo 42: Penoso

Scarlett

—¿Adelaida y Gustaf? —pregunté con los ojos bien abiertos, aún con una maraña de pensamientos.

La pelinegra giro su silla nuevamente hacía mí. La pesadez y el agobio fue lo único que se distinguía en esos ojos oscuros.

—Sí —respondió con desgano, aunque talvez la palabra irritación la describiría mejor—. No creo que aún no te hayas dado cuenta —volvió su vista hacía mí—. La viste hoy en la mañana —hablo como si fuera algo inaceptable que no lo haya notado. 

Y sí. Yo podía haber notado algo. Pero ese algo no era lo suficientemente contundente como para pensar que algo pasará entre ambos. Arrugue mi nariz al instante. Adelaida merecía algo mejor. Adelaida tenía que aprender quererse primero.

—No se despegaba de él ni para respirar —continuó jugando en la silla giratoria—. Es molesto. Da vergüenza ajena verlos, en verdad —aseguro con una mirada suplicante, como si quisiera que yo también lo pensará. Un par de minutos bastaron para que se diera cuenta que no daría resultado—. Quizá creas que es solo porque esta feliz de volver a ver a su amiguito de la infancia. Pero no, ella siempre es así cuando se trata de él. Se ríe, juega, bromea y habla hasta por los codos para tener su atención —enumeró como si fuera la cosa más detestable—. Pero una vez que él no esta, vuelve la Adelaida tímida y avergonzada. Ha sido así desde pequeña. De verdad. Desde que se conocieron a los cinco años, han echo todo junto. Comían juntos, jugaban juntos, estudiaban juntos, viajaban juntos, hasta dormían juntos. Cuando tenían cinco años se podía ver tierno. Verlos ahora dormir juntos, solo hace que me de cuenta lo ingenua que es cuando se trata de él. Lo juro, pasa una semana junto a ellos y te darán caries de lo cursis que son. Se te pudrirán los ojos. Y no es solo ella. Gustaf le consiente todo, de verdad este tipo bajaría las estrellas si ella se lo pidiera. Este lugar es inmenso. Pero aún así él siempre se las arregla para pasar todo su tiempo con ella. De verdad, yo estaba contenta de que por fin se dieran un tiempo. Podría pasar tiempo con mi amiga, pero... Tú misma los has visto. Por mucho que quieras hacerte la desentendida. Pareciera que ha empeorado. Y sabes cual es la parte graciosa de esto, que ambos creen que son solo amigos. Ella esta convencidísima que él solo la ve como una amiga y esta dispuesta a dar una y mil escusas. En verdad. Están ciegos. Tan ciegos —soltó antes dar una gran bocarada de aire.

Bueno. Tenía que reconocer algo. Catalina tenía buenos pulmones.

—¿Has visto algo malo en Gustaf? ¿Alguna vez ha hecho algo aberrante?

—¿Has escuchado algo de lo que dije? —objeto con los ojos saltones llena de desesperación—. Todo él es aberrante —acuso poniéndose en pie en una fracción de segundo—. Quitarme a mi amiga es aberrante —murmuro antes de irse echa una fiera.

Okey.

Alguien estaba muy resentida. Y alguien debería ir a hablarle. Y en definitiva ese alguien no debía ser yo.

Lo que yo debía ser era ir a la piscina y arreglar el problema.

 

***

 

Esto no estaba funcionando. Yo no tenía idea del porqué lo estaba haciendo. En definitiva yo no era alguien masoquista. Yo no era alguien que gustará de consolar a los demás. Pero está cosa se estaba volviendo muy repetitiva para mí gusto.

El hecho de estar sentada en las gradas junto a la pelinegra era algo que no era mi obligación. Y por milésima vez no era mi problema.

—¿Crees que no lo he pensado?

—¿Y por qué no lo haces? —interrogue por sesta vez. El asunto ya estaba siendo más que redundante.

—Si lo sé. Soy idiota —espetó como si fuera el descubrimiento del siglo—. Si es tan sencillo como decir "Hola necesito que dejes a tu amigo de lado porque soy una habladora patológica y quiero toda la atención como el aire"

—Nunca has tenido problema en ser franca —avise haciendo el esfuerzo 

—Y tu nunca antes habías tenido problema en ignórame.

Catalina tenía un punto. Incluso ella tenía las cosas más claras que yo. ¿Cómo era eso posible?

—¿Por qué estás haciendo de psicóloga conmigo?

Ojalá yo tuviera la respuesta. Ojalá la charla no se hubiera extendido tanto. Ojalá yo no le hubiera contando de mi cargo de conciencia. Porque sí. Se lo conté. Yo hablé. Y ella hablo. Y si que hablo. Quizá lo mejor hubiera sido no oírlo. Yo era consiente que mientras más conocías a una persona había más probabilidad que te encariñaras. Pero al parecer eso ya no me preocupaba tanto como antes. Yo se lo podía atribuir a mi mal sana curiosidad. Y sí, también a mi afán del control. Pero mis oídos estaban demasiado atentos a todo lo que salía de la pelinegra. 

Antes no hubiera creído que la pelinegra y Lincy hubieran sido amigas. Antes me hubiera parecido una locura. Ahora, después de haber escuchado su largo monologo sentimental. Me parecía hasta lógico.

Respiré con lentitud una vez que me levante de las gradas. Ojalá yo no estuviera exhausta emocionalmente. Y ojala mi caminata hasta la piscina hubiera tomado menos tiempo.

Tan solo caminar era pesado. Ni si quiera quería pensar en lo que tendría que hacer para que Leonel se la llevará en bandeja de plata. Aunque... técnicamente él estaba loco por ella. ¿Qué tan difícil podía ser?

—No —respondió con un tono nostálgico—. Lo siento —repitió mientras secaba su cabello con una toalla.

—¿Por qué? —pregunté perpleja.

Habían cosa que yo no podía comprender. Esta era una de ellas. Él la quería. La deseaba para si. ¿Qué tan difícil era aceptar a lo que yo le proponía?

—No está bien aprovecharme de esa forma —aclaro con una voz suave y sentimental—. Lincy está mal. Esta deprimida. Lo que necesita es una amiga, no un novio y yo... Yo no quiero forzarla a nada.

—¿Por qué? —repetí al borde de la paciencia.

Yo, mi yo racional apreciaría lo que Leonel acababa de decir. Mi yo frenético y cansado solo quería que aceptara y me librará del problema.



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En el texto hay: amor odio, despedidas, problemas y amor

Editado: 30.09.2024

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