Después de tener un momento de sosiego, Alexa sintió que llevaba una eternidad perpleja frente a la ventana, aunque solo pasaron veinte minutos. Teniendo en cuenta que a las 8 era la hora de cenar y a su vez en la que Henríque se encontraba de vuelta, la joven solo tenía una hora y algo más para ocuparse de su agenda de verano no tan ocupada.
Se levantó dejando múltiples marcas de arrugas en el edredón, dio vuelta a su cabeza y recordó un detalle al ver su bolso “No puede ser, tengo que terminar por lo menos siete páginas para adelantar el trabajo del profesor James”. Dicho esto, caminó con tropiezo hacia el morral gracias a que una de sus piernas se había dormido, puso las manos en la abertura, abrió con sumo cuidado ya que si jalaba con fuerza, la cremallera se rompería debido al gran sobreuso del bolso, y buscó con el seño fruncido el dichoso libro que hacia surgir el estrés en sus hombros. Miró con cuidado para hacer un repaso mental de su inventario: el lápiz estaba, el libro también, el cuaderno, pero… ¿Y el carboncillo?... no podía ser, pero ¿Cómo?
Mil ideas con millones de posibilidades pasaron por la mente de Alexa “No lo había perdido de vista, me aseguré de guardarlo bien. ¿Cómo podría perderse?” Ese famoso carboncillo pertenecía a la mejor amiga de Alexa, junto con otras pertenencias, se lo había dejado como recuerdo antes de dirigirse al infinito hogar de las nubes. Había muerto hace dos años con apenas 19 años de edad. Crolleth Carothe, una francesa de nacimiento que era una persona como ninguna, amaba viajar, ver lugares nuevos, aventurarse en travesías infinitas, hablar con las personas, conocerlas y saber de sus costumbres, era el apoyo incondicional de Alexa y su confidente. A pesar de que era huérfana más el hecho de no tener ningún familiar en vida, siempre se le veía con una esplendorosa sonrisa cada vez que se asomaba por su habitación. Constantemente repetía dos frases que nunca dejarían tranquila la mente de Alexa: “Soy rara, la vida se tornaría insípida si tuviera que ser normal, no tendría nada de fascinante”, y la que más repetía y siempre fue la regla principal en su vida: “La vida es muy corta para no hacer el ridículo”.
Pero todo lo bueno tiene algo malo para contrarrestarlo; y un accidente en el mar no fue la mejor forma de anular con una amistad tan duradera. Antes de navegar en su última aventura, Crolleth le dejo a Alexa unas fotos de lugares en Francia y un carboncillo que perteneció a su madre. La expresión de su rostro al entregar estos recuerdos era de preocupación, como si supiera que algo le iba a pasar, también esos presentimientos eran característicos de ella. Ese carboncillo que no propasaba los 5 centímetros de largo, era más que un utensilio de pintura, era un símbolo que recordaría la vida de una persona con valor genuino, por eso el perderlo no era una opción.
Buscó hasta dejar su cuarto totalmente en ruinas, pero no logró conseguirlo, miró con una tristeza insoportable el resumen de su búsqueda, la silla del escritorio con sus cuatro patas arriba, la cama con un desorden insufrible, todos los bosquejos tirados en el suelo de la habitación, fotos por todos lados, la oscuridad entrando por la ventana gracias a la hora. El escenario en si hacía que un frío estremecedor pasara por sus ojos, pues no logro encontrar ninguna pista o alguna referencia que le permitiera recordar. Finalmente, recostada a su puerta, se deslizó suavemente por ella, hasta que sus manos sintieron el piso, soltando una mirada de confusión, decidió con lágrimas en los ojos, sin ninguna otra perspectiva, recordar los pasos del día. Solo lo había sacado para dibujar en la iglesia a las 7:42 am y en el puesto de la florista. Una mirada de ánimo, sin sonrisa, se deslumbro en ella.
– ¡Pues claro! Allí debe estar, pero mañana el mercado solo abre en la mañana… tengo que pensar… Es casi imposible, pero debo intentarlo –
Caminó de un lado a otro, esquivando los objetos que descansaban en el piso de la habitación. Alexa solo podía pensar en el plan que formularía para poder ir al mercado, ya que era difícil salir de la casa de los Vaselý sin tener un motivo lo suficientemente bueno como para hacerlo, luego restaría el evadir las múltiples preguntas de Luminitza sobre cuál era el itinerario de su hija, para realizar un cálculo rápido de cuánto tiempo tendría Alexa para proceder a hacer todo. Era algo complicado, pero explicando la situación del carboncillo, pensó que sería suficiente. De los labios de Alexa salieron ráfagas de alivio que poco a poco mostraron mayor calma.
Cuando estaba a punto de empezar a ordenar el caos que causó el pequeño utensilio de dibujo, retumbaron por toda la casa dos toques en la puerta principal. La señora Vaselý frunció el seño y se apresuró a abrirla, mientras se limpiaba las manos con un trapo todo desteñido de apariencia irremediable, lo tiró a un lado del sofá, tomó con firmeza la lustrosa perilla, la giró hacia la derecha y abrió la puerta lentamente con precaución. Levantó la mirada, sin idea de cuál era la identidad de la figura que se encontraba entre las sombras de la noche. La apariencia incógnita del individuo dio un paso con el pie derecho, acercándose al farol de gas que bailaba por el viento sobre sus cabezas; al hacerlo, la señora Vaselý distinguió a un hombre cuyos rasgos eran inconfundibles, su voz era ya conocida tras el transcurrir de los últimos ocho meses, un hombre cuyo respeto había obtenido de parte de aquella adulta, pero la densa interrogante seguía humeando en la mente de la única joven que habitaba en aquel recinto: ¿Qué podría estar haciendo allí?