Hailee
Desde que había asistido al partido de fútbol con ella anoche, Flick acordó seguirme el rollo de ir a El Callejón. Es nuestro lugar de reunión habitual, principalmente porque el equipo de fútbol rara vez viene por aquí. Prefieren ir a Bells, un bar del centro. El propietario es un gran fanático del fútbol, y deja que el equipo entre y salga a su antojo. No hace falta decir que lo evito a toda costa. Incluso si tienen las mejores papas fritas de la ciudad.
Pero El Callejón es genial. Tiene patinaje sobre ruedas; bolos; una pequeña sala de juegos; un comedor y, en un fin de semana, Tate, el dueño, deja tocar a las bandas locales. No es como Jerry, el dueño de Bells, que deja que el equipo beba y hagan lo que quieran sea bueno o malo, pero aun así puedes pasar un buen momento.
La segunda razón por la que me encanta tanto El Callejón. Es que está justo en la frontera entre Rixon/Rixon East con unas impresionantes vistas sobre el río Susquehanna. Es como mi propia Suiza. Una zona libre de fútbol americano, intacta por la rivalidad entre los Raiders y los Águilas. Cualquiera es bienvenido a pasar el rato aquí, pero Tate te patearía el trasero más rápido de lo que podrías decir “arriba los Raiders” si se enterara de cualquier problema.
¿Mencioné que Tate es mi tipo de gente?
—¿Entonces, lo odiaste tanto como esperabas? —Flick me pregunta mientras ponen frente a nosotras las malteadas que pedimos, papas fritas con tocino y queso y encontramos una mesa.
—Fue... bueno, supongo. Pero no me apresuraré a conseguir mis boletos para el juego de la próxima semana.
—Aguafiestas. —Me saca la lengua, y luego dice casi jadeando—. Los chicos se veían bien,
¿verdad? Con esos pantalones ajustados y hombreras.
—Realmente eso no me emociona. —Me encojo de hombros mientras agito las fresas en mi batido.
—Lo siento —se ahoga Flick—. ¿Pero estás ciega?
—Simplemente no encuentro sexy a los jugadores de fútbol. —Excepto tal vez uno, pero él es un imbécil con el que no quiero tener nada que ver. Nunca. De nuevo.
Flick me examina, sus ojos entrecerrados buscando mi cara.
—¿Qué? —Pregunto, incómoda con su mirada inquisitiva.
—Estás escondiendo algo.
—No lo estoy. —Gran respuesta, idiota.
—Hails…
—Flick… —Me encuentro con su mirada de acero con la mía.
—Es él, ¿no, Cameron, se ha metido debajo de tu piel?
—¿Qué? No.
—Estás siendo cautelosa. Sé que algo pasó. Es mejor que me lo digas ahora o yo solo...—
—Bien —siseo—. Bien. Solo mantenlo en secreto, ¿de acuerdo?
Mis ojos inspeccionan las inmediaciones por cualquier chico de la escuela. Acercándome a la mesa, me inclino sobre mis brazos.
—Él me besó.
—¿Te besó? —Sus ojos casi se salen de su cabeza—. ¿Y no me lo dijiste? ¿Cuándo esto pasó?
¿Hubo lengua? ¿Fue bueno? Por supuesto que fue bueno; es Cameron Chase por el amor de Dios.
—Flick. —Le doy una mirada fulminante—. Respira.
—Yo... vaya. —Una expresión soñadora se apodera de ella—. Él te besó. Su expresión cambia a una presumida.
—Lo sabía. Sabía que está interesado en ti.
—¿Has olvidado lo que me hizo?
—Juego previo, Amiga. Te lo digo, todo es juego previo.
—Tienes una visión muy extraña del mundo.
—Solo digo que ser un imbécil de cinco estrellas va de la mano con ser un Raider. Esos tipos son, bueno, son una ley en sí mismos. Así es como es. Tú sabes que el entrenador tiene todas estas reglas sobre que salgan y que las chicas sean una distracción.
—¿Entonces eso les da licencia para acostarse con la mitad de las chicas en la escuela y nunca volver a llamarlas? —Mi ceño se alza. No estoy comprando esa idea, de ninguna manera.
—Eso no es lo que digo, pero toda la ciudad los coloca en este pedestal. No es de extrañar que sean como son cuando lo piensas.
—¿Hay algo que tú necesitas decirme a mí? —Le volteo las cartas a ella.
—¿Qué? ¡No! —Ella se sonroja y las campanas de alarma suenan en mi cabeza—. Sólo digo…
—Suena como si los estuvieras defendiendo si me preguntas.
—Oh detente. —Flick me lanza una mirada desconcertada—. Todos saben que los muchachos del equipo son mujeriegos. No salen, no se enamoran, y ciertamente no besan a las chicas por el mero gusto de besarlas.
Es su turno de levantar una ceja.
—Besan a las chicas por el bien de seguir siendo importantes todo el tiempo.
—¿Dónde te besó Cameron?
—¿Q-qué? —La miro boquiabierta, sintiéndome caliente.
—Responde la pregunta, Hails.
—¿Dónde crees que me besó? En la boca, idiota. —Aunque no puedo negar la idea de que él me besara en otros lugares, me tenía presionando las rodillas. Contrólate Hailee Raine. Lo odias,