Bryan, esperaba apoyado en el capo del auto porsche taycan de color gris platinatinado. Cristal apareció. Engalanada con su remera de rayas negras y blancas dentro de su jeans ajustado de color azul marino, apenas desgastado en las rodillas y los muslos. Con un cinto negro liso de hebilla ancha. Una larga bufanda blanca desplegaba de su cuello. Gafas negras. Un saco sobre todo rojo, y su calzado unas botas cortas rojas, cortejada de una cartera Chanel. El cabello recogido en una cola de caballo, hacían que sus rulos bien armados, se batieran al conducir su porte pulido. Es increíble, que hasta con indumentaria informal desprenda glamur, él pensó. Ella sonrió y le concedió dos besos. Apisonándole contra su cuerpo, acarició su espalda.
-Estaba dormida, pero hoy luces más guapo que de lo normal. Me parece que vos querés verte de buen aspecto para encontrar a tu príncipe azul- dicto, suspicaz-
- Si, seguro- dijo, descartando su predicción- Subí, no perdamos más tiempo. Gabriela nos espera.
Ascendió a la parte delantera del lado del conductor. Bryan dispuso la llave en la parte izquierda del bombín de arranque, situado en la columna de dirección y enviando la señal, activo el motor. Aceleró su opulento automóvil, y partieron a su rumbo. Mientras recorrían la avenida. Cristal, con disimulo puso sus cinco sentidos en él. Si Bryan no sería gay, sería mí otra mitad, por supuesto, si mi corazón no estuviese entumecido, recapacitó. Poseía todas las cualidades que requería de un hombre. Inteligente. Demandaba de igual a igual a la mujer, consignando que las mujeres y los hombres podían equiparar las mismas labores. Humanitario. Muy educado. Simpático. Dialogaba en un dialecto gentil y cortes que derretía. Era indulgente. No le gustaba dañar a nadie. Cuando lo perjudicaban, no era rencoroso, ni despechado. Requería de una paciencia encantadora, equitativamente, para montar su vida y los negocios, que los manejaba con una desenvoltura fenomenal. Lo conoció a los dieciocho años en la escuela The London film school, que procede a las instalaciones de Charlotte Street en el West End London Film, en la dirección 24 Shelton Street. La escuela de cine más antigua de Reino Unido. Y se acordó de la vida que tuvo antes de estudiar allí. The London film school siempre había sido su cúspide, su sueño junto a Alex. Antes del accidente, él esperaría a que ultime los estudios y en Reino Unido, consagrarían sus sueños, pero al morir fue una cumbre allende. Su objetivo se demolió, y el sueño, se aventuró al abandono junto con recortes de diarios de películas que admiraba, ajustándose a lo más recóndito en un baúl debajo de su cama. Además, sus ahorros se habían esfumado como la mecha que enciende a la pólvora. No lograba mantener la balanza entre economizar y amparar su casa. No contaba con la ayuda de Levana. Siempre decía que su padre eligió el nombre, porque provenía del latín (lengua itálica que veneraba) y representaba “blanca como la luna” y no le erró con el significado, su mamá era extremadamente blanca. Sintió una profunda mortificación al recordarla en el último período de su vida. Cuando vivía Roxana era una mujer alegre, llena de luz, prodigada al positivismo, pero al morir su hija mayor, la depresión usurpo cada resquicio, tirándola a la cama, sumergiéndola en su mundo que poco a poco la aislaba deprimiéndola. Quedaba la sobra de lo que había sido. Lo único que realizaba en el día, era dormir. Cristal la miraba descansar desde el umbral de la puerta de la habitación. Recostada en la cama con una caja de pañuelos descargables a un lado y en el otro la fotografía de Roxana. Era un retrato muy triste, pero ella no tenía derecho a caer y tampoco le apetecía. La responsabilidad de manejar absolutamente todo, era un escape productivo. Estudiaba, trabajaba, se hacía cargo de su madre, las cuentas, la casa y no le alcanzaba. A duras penas llegaba a fin de mes. Su itinerario amplio la secuela en la que radicaba desistiendo a su gran proyecto de vida. En el fondo, eran evasivas, porque sin Roxana, ni Alex no le entusiasmaba sintetizar algo que ya no valía. Vivía porque el aire era gratis, protegiéndose en una rutina vana para no terminar como Levana. Ocupándose de las obligaciones no pensaba, ni sentía. Ese verano que finalizo sus estudios secundarios, los abuelos de Alex se acercaron a su casa a saludarla, y le ofrecieron pagar los gastos para que viaje y resida en Londres, y también, se harían cargo de la salud de su mamá. No le aceptaron un no por respuesta, el boleto de avión estaba reservado dentro de cinco días. Le girarían euros, dólares, libras esterlinas e incluida paga la estadía. Tenían todo planeado. Ella se los agradeció desde lo profundo de su ser y con alegría se fueron asediados en júbilo. Veían en Cristal las ilusiones no cumplidos de su nieto y ayudándole, aplacaban un poco el dolor. Feliz, encauzo a la habitación de su madre, y al abrir la puerta, la descubrió tirada en el suelo con las muñecas cortadas. Rápidamente presiono las incisiones, y gimió dolorida, balbuceando palabras intangibles y sus ojos se pusieron blancos. Atrajo la sabana para que no siga surgiendo la sangre, empleando aplicarle presión sobre las heridas para reducir el sangrado. Comprobó la respiración, era como un jadeo grácil, pero alentaba a que viviera. Percibió el pulso al lateral de la garganta, cada vez era más debilitado, por la pérdida de sangre estaba presentando un cuadro de shock que era causado por la falta de sangre en los principales órganos. Cristal era consecuente de que estaba grave. La palidez de su rostro y sus labios tornándose azules la aterro. La respiración se le precipitó por un en un santiamén, y Levana se desvaneció por completo. Cristal gritó pidiendo auxilio, sin que nadie la socorriera. No quería ausentarse dejándola en ese charco de sangre. La bamboleó perdiendo los estribos, demandándole exasperada y llorando desenfrenadamente que por favor no se muera, que no la abandone como Alex y Roxana. Noto el cambio de su temperatura que paso a ser congelado. Entre sus brazos… Un frío sepulcral. Su madre había muerto y tampoco pudo hacer nada para que no acontezca. Con el cuerpo inerte entre sus brazos, luego de horas de tararear cerca de su oreja, de adecuarle el cabello, besando su coronilla, salió a la calle en una fase dilapidada y se sentó en la vereda. Reveló que de sus manos goteaba una disolución condensada escarlata, y con exacerbación las fregó contra su pantalón, pretendía extirparse la piel y luego… Todo resulto obscurecido. Entreabrió sus ojos, y reconoció su entornó, estaba en la camilla de un sanatorio. No supo por qué, pero, como un auto reflejó se centralizó en lo que confeccionaba la enfermera a su lado, sin que ella se diera cuenta. Abrió el paquete estéril del tubo. Conecto el tubo a la bolsa del suero, pero no toco la parte del tubo que se conecta a la bolsa, que permanecía estéril. Colgó la bolsa de solución en un gancho, poniéndola bastante alto, para que el suero baje por el tubo. El suero bajo por el tubo. Amarro la punta para que no gotee y no se pierda el suero, apenas cerro la pinza. Ato un torniquete de goma en la parte de arriba de su brazo. Y las venas del antebrazo se le hincharon. Busco la vena más grande, limpiando la piel. Sostuvo con el dedo índice y el pulgar de una mano. Y la aguja con la otra mano, introduciéndola con cuidado en la vena, no muy adentro. Apareció un poquito de sangre en el cono de la aguja. Acostó la aguja casi contra la piel y deslizó dentro de la vena. Desamarro el torniquete y lo quito del brazo. Desato el tubo del suero y lo conectó a la aguja. Para mantener la aguja en su lugar, uso tela adhesiva para pegar el tubo. Agarro un frasquito de vidrio, introdujo otra aguja y lo coloco en la parte del tubo (algún calmante seguramente le suministraba) y dejo que el suero fluya. La enfermera se dio cuenta de que Cristal miraba el procedimiento, y con tristeza, se recluyó. El médico apareció de inmediato y le indicó que había sufrido un colapso, explicándole, que llego al límite y su cerebro no resistió, perdiendo el conocimiento por unas horas. Ella afianzó la mirada al espacio. No quería alegar. Ya había pasado anteriormente por lo mismo, alistando ese bucle indestructible de defunción. Ya había pasado en preguntar cómo estaba la persona que trato de asistir, y en una negativa a comunicarse o cooperar, le contestaban que descanse, que tenía que recuperarse. Selecciono no hablar. El suero ultimó. Ordenó que le den el alta, y el médico condescendió. La enfermera quitó la tela adhesiva, comprimió el lugar donde la aguja entro en la piel, y luego retiro la aguja rápidamente. Siguió comprimiendo la zona varios minutos para evitar que le sangre. Prorrumpió con urgencia al pasillo, no soportaba estar en una clínica. La esperaban los abuelos de Alex y se fue a la casa de ellos. Varios días después, sin velorio, sepulto a su madre. La acompañaban el padre de Alex y sus abuelos, la única familia que le quedaba. Se encargaron de los gastos en el cementerio de la Recoleta, junto donde yacían los restos de Roxana (que ellos también habían pagado) y en la bóveda continúa familiar los restos de Alex. Ella no conservaba ni un peso. Abogó una flor roja, cerca de la placa descripta “Querida madre y amiga. Quererte fue fácil, pero olvidarte será imposible”
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Editado: 07.10.2021