Conociendo a tu Crush

Capítulo 3

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—...por favor abrochar sus cinturones para el aterrizaje.

Me despierto algo desorientada, pero afortunadamente fui capaz de escuchar las últimas palabras que dijo la aeromoza.

Abrocho mi cinturón y con la curiosidad que llevo por conocer la ciudad, miro por la ventanilla y observo la hermosa ciudad de Nueva York.

El avión va descendiendo poco a poco; siento un vacío en mi estómago y muchos nervios, pero después se me pasa cuando la aerolínea aterriza. A los pocos minutos, finalmente se detiene. La voz de la aeromoza se escucha a través de los parlantes diciendo que ya podemos bajar. Desabrocho el cinturón, tomo la mochila y salgo de mi asiento. El sujeto que estaba sentado a mi lado se despide y camina enfrente de mí. Sigo avanzando por los estrechos asientos hasta llegar a la salida.

Mis piernas se sienten débiles y me tiemblan un poco, trato de que no se note y camino derecha, sacudiendo un poco mis piernas que están casi entumecidas.

Una vez que ya me encuentro dentro del aeropuerto, busco dónde puedan estar mis maletas.

Vuelvo a observar a la señora con aspecto de Beverly Hills y la sigo. Quizá ella se dirija a recoger su equipaje.

Al parecer funciona, porque así es.

Tomo mis maletas como puedo y las cuento para asegurarme de que estén todas.

Una... dos... tres...

Sí, afortunadamente no se ha perdido ninguna.

Empiezo a caminar por el aeropuerto para comprar el siguiente boleto que sería: Londres, Inglaterra; pero me detengo y saco mi teléfono celular.

Antes de venir, lo había llevado a configurar —en realidad solo tuvieron que activar el roaming— y así poder utilizarlo en cualquier parte del mundo sin ningún problema. Las redes estadounidenses, latinas o europeas ya no son una piedra en mi camino. Viéndolo por otro lado, no tendría que gastar dinero en nuevas líneas telefónicas y extranjeras. Esa es una gran ventaja.

Me voy directo a Google y busco el traductor.

Soy pésima hablando inglés, o bueno, no lo he puesto mucho en práctica y me aterra equivocarme. La última vez que recuerdo haberlo hecho fue hace meses, en la entrevista.

Despego la vista de mi celular y observo unas cuantas personas formando una fila, como la que había visto en el Aeropuerto Internacional Juan Santamaría antes de venir.

Guardo mi celular, tomo las maletas y me dirijo hacia allá.

Me detengo en la cola, las manos me sudan y estoy muy nerviosa.

‹‹¿Qué pasa si no entiendo lo que dice? ¿Y si me equivoco? ¿Se reirá de mí?››, pienso.

No me había percatado de que ya solo faltaba una persona y luego seguía yo.

Muerdo mi labio inferior nerviosa, tomo las maletas con fuerza y respiro profundo.

Ya es mi turno.

Me acerco y una chica un poco mayor a mí, es la que me atiende.

—Buenas noches. —dice sonriendo.

Bueno, eso sí lo entendí.

—¿Cuántas personas van a viajar? —pregunta rápidamente con voz baja y tecleando en el computador. Fue casi como un murmullo.

‹‹Disculpe, ¿podría hablar más despacio? ¡No entiendo!››, grito mentalmente.

Mis ojos se abren como platos.

¿Debería usar el traductor de Google? Me vería como una completa ridícula. Además, cómo lo haría si casi no he escuchado lo que dijo.

—Ah... disculpe —le digo en español. La chica despega la vista del computador y me mira. Trago sonoramente y me preparo mentalmente para hablar—. ¿Sabes hablar español? Es que no te entiendo, hablas muy rápido. —digo pasándome una mano por la nuca en un gesto de incomodidad.

¡Dios! Mi cara debe de estar más roja que un tomate.

—Sí, por supuesto. —dice con una perfecta pronunciación.

Suspiro aliviada y dejando de tensar los hombros.

Es una dicha que el personal del aeropuerto esté capacitado para hablar varios idiomas.

Dijo exactamente lo mismo que había dicho la señora cuando me atendió en el otro aeropuerto, e hice lo que me dijo: colocar el equipaje en el porta-maletas; firmar el boleto, dónde debería ir, entre otras cosas.

Me dirijo hacia el escáner. Luego de pasar por la entrada B4, camino a la sala de espera. Saco mi móvil y miro la hora. Son las nueve de la noche y aquí en Nueva York deben de ser las once, esto porque el cambio de horario de mi país acá es de dos horas, aproximadamente.

Suspiro cansada y apoyo mi cabeza en el respaldar del asiento.

Mi vuelo sale hasta las once y media, ¿qué rayos se supone que haré?

¿Dormir? No puedo, no quiero perder el vuelo.

¿Entretenerme con algún videojuego? Tal vez. Pero luego recuerdo que no tengo ninguno descargado en mi celular y se me pasa.

¿Escuchar música? Nah...

¿Revisar las redes sociales? ¡Sí!

Empiezo revisando Twitter, luego Instagram, Snapchat, Facebook, y otras cuentas.

Al cabo de un rato, miro la hora y son las once con veinte minutos.

Mis ojos se abren un poco más de lo normal. ¿Tan rápido se había pasado el tiempo?

Tomo mi mochila y guardo mi celular, pero algo llama mi atención.

Es un chico alto, delgado, con cabello castaño y con un abrigo negro que le llega por lo menos a las rodillas. Se encuentra mirando por una gran ventana los aviones que despegan de la pista.

Frunzo el ceño y achico mis ojos para verlo mejor. Sin embargo, está dándome la espalda, así que no puedo ver su rostro.

‹‹¿Podrá ser...? No, no lo creo››, sacudo mi cabeza ante ese pequeño e idealista pensamiento y empiezo a caminar.
‹‹¿Y sí es...? Por supuesto que no, sería demasiada coincidencia››, pienso, pero luego recuerdo que él se mudó a Nueva York, Manhattan. ‹‹¿Dónde crees que estás, niña?››, me digo a mí misma.
‹‹Aunque... No, eso es imposible, no creo que viaje a... ¿Londres?››. Me reprendo por no haber sacado conclusiones antes.

¡Rayos!

Mi corazón empieza a palpitar por mil, siento mi estómago revolotear y creo que voy a colapsar.




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