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Es de unos cinco pisos, con grandes ventanas y balcones con baranda de vidrio. Además, dos grandes plantas decoran los costados de la entrada principal del hotel.
Muchas personas caminan de aquí para allá, otras le están dando el equipaje al botones, unas parejas andan tomados de la mano, y algún que otro niño está corriendo y jugando.
Bajamos del auto y un señor de estatura media toma las llaves del auto de Andrew para llevarlo al estacionamiento.
Otro botones se acerca para llevar el equipaje que los chicos bajan y llevarlos a sus respectivas habitaciones.
Al entrar, puedo apreciar con mayor facilidad los detalles de la infraestructura.
Y como lo supuse, es totalmente un hotel de lujo.
Literalmente, me siento como una princesa.
El hotel es mucho mejor por dentro: piso de mármol, paredes y techo blanco, muebles de granito y adornos de piedra natural. Las plantas que adornan el lugar se ven tan vivas como el mismo sol. Además, todo está impecable y tiene ese aire tan Hawaiano que hace que quieras ir a la playa o a los bares que están en medio de las piscinas para disfrutar de un delicioso cóctel.
Al menos eso es lo que he podido observar desde la gran ventana que da al exterior mientras que Andrew habla con el portero.
—Niñas —cada vez que me dicen así me siento como tal—, aquí está la llave de su habitación.
Emma la toma y me mira con una sonrisa maliciosa, claro, sin que sus padres la vean.
Arqueo una ceja confundida y pronto llegan los chicos.
—Aquí están sus llaves —Andrew le da una llave a Victoria, y otra a Jake—. Habitaciones separadas. —dice con seriedad.
‹‹Eso no evitará que uno se cuele en la habitación del otro››, pienso molesta.
Miro a Elle, la novia de Jake. Es muy hermosa, y no ha dejado de darme pequeñas sonrisas de amabilidad. Tiene los ojos celestes, piel blanca y cabello rubio ondulado, también tiene pequeñas pecas que adornan sus mejillas y nariz.
Su pasividad me contagia, actúa como si no le importara lo que piensan los demás de ella o lo que sucede a su alrededor.
Empezamos a caminar a nuestras habitaciones para desempacar nuestro equipaje.
Al caer la noche, nos dirigimos a cenar al restaurante que se encuentra en el primer piso.
Todo es tan lujoso que me da miedo tocar un vaso o lo que sea y que se quiebre.
—Disfruten de la cena. —dice el mesero una vez que pone el último plato de comida en la mesa y luego se va.
Todos empezamos a comer con tranquilidad, aunque no faltan esas miraditas tan labiosas de parte de Victoria hacia Aaron.
Siento cómo mi estómago se retuerce de la impotencia, pero aún así puedo engullir lo que como sin necesidad de tomar agua por casi haberme atragantado.
Sin embargo, un impulso lleva una cosa a la otra.
No sé cómo, ni cuándo. Pero me había levantado de la mesa con el plato de comida y lo había dejado caer a propósito sobre la cabeza de Victoria.
Y no voy a mentirles, fue como la gloria.
—Ups —me encojo de hombros y sonrío con inocencia—. Lo siento.
—¡Era mi vestido favorito! —chilla al verse el maldito vestido manchado de salsa. Aunque si fuera yo, estaría más preocupada por mi cabello—. Eres una maldita... —masculla mientras Aaron intenta alcanzarle algunas toallas.
No obstante, parecer ser que fui la única en escucharlo.
—¿Disculpa? —digo con incredulidad.
Sonríe con malicia y cinismo, lo cual me provocan náuseas.
Mi sangre hierve y presiono mis manos en puños.
—Tú eres la única maldita en este lugar que finge una inocencia repugnante —le espeto en un murmullo cuando me inclino hacia ella, provocando que me mire aturdida—. Primero Jake, después Rick y ahora Aaron. ¿Qué planeas hacer luego? ¿Robar el novio de Emma? —sigo hablando en susurro para que nadie más me escuche. Su cara de desconcierto la deja en evidente desventaja y sonrío con superficialidad—. ¿Qué? ¿Sorprendida? —pregunto sarcástica y la miro fruncir el ceño—. ¿Acaso no te habías dado cuenta lo zorra que eres? —digo con desprecio.
No prevengo su siguiente acción y me toma del cabello.
Todos en la mesa se quedan boquiabiertos ante la situación.
Mierda, ¡pero que maldita que es!
Como puedo me zafo de su brusco agarre y ahora soy yo la que sostiene su cabello. Estampo su cara contra la mesa y la arrastro haciendo que los demás se levanten inmediatamente. Los platos de comida dan de lleno en su cara y luego caen al piso y se quiebran. Cuando me encuentro al final de la mesa, la suelto, haciéndola caer en el piso. Sin embargo, esta vez sí prevengo rápidamente su siguiente acción. Toma un plato roto del piso y luego se levanta. De reojo miro al mesero acercarse, y antes de que pueda hacerme daño con el plato, tomo la bandeja que este traía y la golpeo de pleno en la cara, haciéndola caer al piso inconsciente.
Mi respiración agitada es lo único que se escucha y una sonrisa victoriosa y satisfecha se dibuja en mi rostro, pero que pronto se desvanece al ver la cantidad de personas que miran en nuestra dirección. Observo cómo Aaron auxilia a Victoria y su rostro refleja plena preocupación.
¡Mierda, mierda y más mierda!
Los que estaban sentados anteriormente en la mesa me miran incrédulos y con una absoluta desaprobación.
—¿Melody?
Mis más recónditos pensamientos se ven interrumpidos por Andrew, quien hace gran rato estaba hablando sobre algo y ahora me está preguntando por lo que no sé.
Sacudo la cabeza apartando todos los pensamientos macabros que podría hacerle a Victoria, pero por miedo a que la familia Beckett, y en especial Aaron, vayan a pensar de mí, lo evito.
Y también por educación, desde luego no soy tan salvaje, aunque Victoria me saca de mis casillas...
—¿Sí? —pregunto, tratando de no verme tan confundida en medio de la conversación.
—¿Te preguntábamos qué opinabas? —habla Aaron, provocando que lo mire.
Mierda, ¿sobre qué diablos debo opinar?
—¿Sobre...?
—Creo que le encantará. —me interrumpe Emma, mirándome cómplice, sabe que me perdí totalmente de la conversación.
—¿Segura? —vuelve hablar Aaron, esta vez frunciendo el ceño—. La última vez casi termina vomitando.
Lo miro mal y los demás ríen, cuando caigo en cuenta de cuál fue la última vez que quise vomitar: fue cuando tuve que subir a una estúpida balsa.
Mis ojos se abren como platos y mi boca se abre ligeramente.
—Yo... —al diablo, de todas formas terminaré aceptando—. Por mí está bien. —me encojo de hombros resignada.
—Muy bien, está decidido. Mañana temprano nos iremos en lancha.
¡¿Lancha?!
Madre de Dios, ¿y ahora qué haré?