La discusión entre Javier Montero y su esposa no pasó desapercibido. Los gritos que subían y bajaban de tono fueron escuchados por todos. Luego vino un portazo y la mujer salió ofuscada de la oficina solo para detenerse unos segundos frente a Ailén, aquella ni siquiera alzó su mirada del computador, lo que produjo que la mujer tensara su rostro. Ni siquiera una mirada de arrepentida es capaz de darle. Pero sin decir nada se fue maldiciendo por el pasillo. Ailén solo suspiró, se mantiene en su posición de no defenderse ¿Para qué? Prefirió callar aun ante los murmullos que se levantaron a su alrededor.
No fue despedida y su jefe no le habló durante todo el día, como si ella tuviera la culpa de lo que había pasado. Por ello incrementó su carga laboral diaria. Eso le complicó bastante, tiene que retirar a su hijo a las 7:40 de la tarde, a mas tardar a las 8 de la noche. Por lo que corrió todo el día de lado a lado sin detenerse siquiera a almorzar.
—Ailén deja lo que estas haciendo y acompáñame —le dijo su jefe cruzando por el pasillo apresurado.
—¿Señor Montero? —preguntó confundida.
—Mi secretaria se enfermó y tengo una cena con un importante cliente —le habló con seriedad sin detener su paso.
—Señor, debo ir por mi hijo y…
—Estamos atrasado, apresúrate—le dijo afirmando la puerta del ascensor con expresión severa.
Ailén titubeó de mala gana. Tomó su cartera y lo siguió, llamó por teléfono a su vecina pidiéndole el favor que retirara a su hijo y que ella luego iría a la casa a buscarlo, se disculpó, agradeció la ayuda y además prometió pagarle. La verdad no quisiera tener que lidiar con este tipo de cosas por lo que suspiró apenas colgó el teléfono subiéndose al auto que los esperaba, solo para que Javier la tomará de la barbilla obligándola a mirarlo a los ojos apenas acababa de sentarse.
No se esperaba eso por eso se quedó estupefacta notando la malicia en el rostro de aquel hombre.
—Si te preocuparas de verdad de tu hijo aceptarías mi propuesta, no tendrías que andar rogándole a otros que cuiden a tu hijo —señaló entrecerrando los ojos.
—Señor Montero —señaló Ailén arrugando el ceño, molesta y quitando la mano con que la sostenía—, prefiero pasar estas dificultades en vez de no poder mirar a mi hijo a los ojos por no tener dignidad. No he caído tan bajo para aceptar el rol de una amante.
Javier bufó, molesto. Luego contempló sus blancas manos para pronto entornar la mirada con aires de superioridad.
—Siempre me he preguntado por qué una muchacha ha tenido un hijo a tan temprana edad, no tiene estudios, ni un anillo, ni novio alguno ¿Será que tu hijo es fruto de una relación prohibida? ¿Tal vez fuiste ya la amante de alguien y este fue el resultado de eso?
Ailén aprisionó ambas manos sobre su falda y eso pudo notarlo Javier, sonriendo victorioso. Pero la dura expresión de la mujer fue algo que no se esperaba. Los ojos de aquella, detenidos en los suyos, lo ha cohibido dejándolo incluso sin palabras.
—No se meta en mi vida privada, seré su subordinada, pero nada más —señaló.
Luego desvió la mirada hacia el exterior. Javier se quedó en silencio. Masculló unas maldiciones, nunca antes había conocido a alguien tan testaruda, sus anteriores amantes no se complicaban en aceptar su propuesta, claro luego de un año se aburría de ella. Tal vez su obsesión por esta mujer no es más porque se niega a aceptarlo y aquello es un fracaso en su vida sentimental.
El auto se detuvo y se detuvieron en un elegante restaurante de la zona. Ailén se quedó enmudecida, desde hace años no visitaba un lugar como este, pero en vez de sentir una nostalgia familiar, solo siente amargura. Quisiera no estar ahí.
Entraron con la reserva lista y con el cliente ya esperándolos.
Si por años Ailén pensó en volver a ver a aquel hombre fue de todas las formas posible pero menos de esta manera. Sin estar preparada, sin estar lista para ver a la principal figura que representaba su pasado, al momento de levantar la cabeza para saludar al cliente se quedó paralizada. Su mano se quedó en el aire y sus ojos bien abiertos. Su respiración se detuvo en su garganta y la agonía se hizo presente en su pecho aprisionándolo hasta causarle dolor.
Frente a ella, con una suave sonrisa, esta, ni más ni menos que Andrés Almendares, quien le sonríe con tal sinceridad que no logra reaccionar.
—¡Ailén! —la reprende su jefe sin entender porque no ha respondido al saludo de aquel empresario.
—Un gusto señorita Ailén —exclamó Andrés con amabilidad y altanería—. Su nombre es muy bonito, me gusta.
Respondió el saludo con fría cortesía mirándolo de reojo.
“¿Qué mierda esta pasando? ¿No me recuerda o se está burlando de mí?”
Ambos hombres comenzaron a hablar de negocios, y Ailén se quedó en silencio observando de reojo al padre de su hijo. No hubo ningún atisbo ni señal en su rostro de que sintiera algo al verla ¿Será que su recuerdo fue algo tan sin importancia que verla no le afecta en nada? Pero él la odiaba, no le sonreiría con esa sinceridad. Eso la confunde y la desesperaba. Quisiera arrancar y huir, ha vivido seis años lejos de todo su pasado y no quisiera volver a eso.
De repente sintió sobre sí los azules ojos de Andrés, aquel la contempla con curiosidad y luego le vuelve a sonreír. Ailén no le devuelve la sonrisa solo baja la mirada incomoda, con sospecha de que esta aquí por alguna otra razón. ¿Y si planea quitarle a su hijo Ignacio? Que su prima no pudo dar a luz y ahora quieren quitarle a su hijo para criarlo ellos juntos como si fuesen sus padres.
Se llevó una mano a la frente, tal vez esta exagerando demasiado. Pero no deja de intrigarla la expresión amable y risueña de aquel hombre que la última vez que lo vio la trato peor que a un pobre perro enfermo.
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Editado: 16.03.2023