Ailén estuvo una hora haciendo la fila para comprar el “famoso” desayuno del Fondue Azul. El local es más pequeño de lo que esperaba y la fila incluso sale a la calle. Nunca se esperó que el lugar fuera tan popular, y pensar que esta será su rutina de lunes a viernes la hace sentirse peor. Lo bueno sí, es que está ubicado frente a una enorme plaza de viejos y enormes arboles que le dan un ambiente fresco y tranquilo al lugar.
Pidió para llevar y apenas pudo sostener las cajas, para la próxima procurará traer unas bolsas para meter dichas cajas. Caminó al exterior con mucho cuidado, pero una de las cajas resbaló de sus manos y el corazón se le agitó de solo pensar que otra vez iba a tener que hacer la fila para comprar el producto roto. Sin embargo, afortunadamente alguien sostuvo la caja antes de caer.
Un hombre de aspecto cálido y sonrisa risueña justo detuvo la caja segundos antes de estrellarse contra el piso.
Es alto, tanto como Andrés, y su cabello castaño y rizados, luce bien bajo los tenues rayos de sol, sus ojos son marrones, profundos y su sonrisa le forma dos bonitos hoyuelos a los costados de sus mejillas. Sin embargo, lo que más llamó la atención a Ailén es la calidez que proyecta. Anonadada se dio cuenta a los segundos que lo mirada demasiada y nerviosa bajó los ojos de una vez.
—El desayuno aquí es muy delicioso, no lo vaya a perder —exclamó el hombre en tono cordial ayudándola a ordenarlos y atarlos de manera que le fuera más fácil llevarlos. Por su forma de hablar debe ser extranjero, es claro que el español no es su idioma natal.
Ailén sonrió agradecida, pero no pudo preguntarle su nombre cuando ya aquel había seguido su camino. Se quedó mirándolo, un hombre con ese aspecto debe ser o actor o modelo, no se lo puede imaginar de otra forma, es muy apuesto y amable. Suspiró, si tan solo el idiota de Andrés fuera así con ella…
Detuvo sus pasos, quisiera irse a golpear la cabeza con un poste de cemento por pensar así. Andrés era así con ella antes de que pasara ese incidente, solo con ella era así de cálido y amable, fue muy estúpida de creer que sería así con ella toda la vida. Sonrió burlándose de ella misma, tonta y pobre ingenua.
—¡Llegas tarde! —reclamó Andrés apenas la vio llegar sin siquiera hacer el ademán de ayudarla con las cajas, a pesar de que se ve que le cuesta moverse con ella. Ailén torció en una mueca.
Pero al notar el rostro de Andrés no pudo evitar tensar su expresión, su mejilla derecha luce magullada, incluso la esquina de su labio se nota hinchada. Si hubieran tenido la confianza de antes, si ellos aun fueran esos dos muchachos que se escondían en los jardines de la escuela a comer, se hubiera acercado a él a acariciarle la mejilla mientras maldecía al progenitor de los Almendares. No sería sorpresa saber que esas heridas habían sido provocadas por Alberto Almendares, Andrés en más de una ocasión fue a la escuela con heridas que decía que habían sido por caídas, pero frente a ella le contaba la verdad. Su padre solía desquitarse con él por las infidelidades de su madre. Por cada mentira de la madre quien debía pagar, a ojos de su padre, siempre era Andrés. Golpes, insultos, de todo lo que pudiera dañarlo, y él solía acurrucarse en sus brazos diciendo que así recuperaba sus fuerzas. La mujer apretó su mandíbula.
Ailén desvió la mirada, es un tema sobre el cual ya no debería entrometerse. Si aun a sus veinticinco años deja que su padre lo golpeé es algo que no debería incumbirle, lo que menos quiere es relacionarse con esa familia ni meterse en líos con ellos. Además ¿Quién es ella para meterse en su vida? Ni siquiera la recuerda y si lo hiciera ya la hubiera mandado lejos de su lado, apuntándola con el dedo y acusándola de ser una sucia mentirosa. Dejó las cajas con el desayuno envasado sobre el escritorio mientras su nuevo jefe solo alzaba una ceja viéndola trabajar.
—Un momento —la detuvo tomándola con fuerzas por la muñeca—. ¿Vas a dármelo así?
Lo miró sin entenderlo.
—Debes ordenarlo en la cocina, luego lo pones en una bandeja y me lo traes así, bonito, no como lo estas haciendo ahora, tirando las cajas sobre mi escritorio. Eres mi asistente, haz bien tu trabajo —indicó Andrés en tono agrio.
Luego ignorándola siguió trabajando en su computador. Ailén se quedó paralizada, hizo una mueca y maldijo por dentro. Volvió a tomar las cajas con dificultad saliendo del lugar. Al estar afuera suspiró. Si fuera por ella ahora mismo saldría de ese lugar para no volver jamás, pero no puede, debe pensar en la seguridad de Ignacio, las amenazas de Alberto Almendares siguen presente.
Tuvo que preguntar donde estaba la cocina y luego cada servicio y plato. Notó que todas la observaban de reojo y eso fue aún más incómodo. Siente que cada uno de sus movimientos son seguidos con atención.
—¿Eres la nueva asistente del señor Almendares? —le preguntó una chica en la cocina mirándola con cautela, parece incluso temerosa.
—Sí —respondió en el mismo tono. Luego extendió su mano—, me llamo Ailén Villanueva.
La chica respondió el saludo.
—Soy Magdalena, pero todos me llaman Madi trabajo en el área de finanzas estratégicas —dijo esto con orgullo.
Luego como si recordará algo miró hacia atrás dando a entender que los demás esperaban saber que información obtuvo. Ailén se dio cuenta y esta situación se le hizo aun más extraña.
—Nos preguntábamos todos que… —habló titubeante y pareció asegurarse que nadie la escuchara. Se acercó a Ailén a susurrarle—. Es inusual, el señor Almendares no toleraba la presencia de una mujer cerca desde hace poco. No solo hace unos días empezó a tratar con nuevas socias sino además la trajo a usted a trabajar como su asistente personal permitiéndole incluso entrar a su oficina, algo que antes nunca pasó… eres la primera mujer que logra entrar a su oficina ¿Acaso ustedes están…?
#4094 en Novela romántica
#909 en Novela contemporánea
traicion amor, verdadesocultas secretos y mentiras, serie alfas bastardos
Editado: 16.03.2023