Capitulo 15: ¿Y ahora qué?
Layla
Después de recibir la noticia, un silencio pesado se instaló entre todos nosotros. Pero yo, en particular, me sentía atrapada en una maraña de pensamientos y emociones que no sabía ordenar. No había espacio para la lógica, solo un miedo profundo y paralizante que me atenazaba el pecho.
—Tienes seis semanas de gestación. Hay que hacer la marcación para realizar la primera ecografía y todos los análisis. Pueden hacerlo antes de salir o vía telefónica —dijo el doctor con voz pausada, como si temiera romper aún más nuestro equilibrio.
Nathan y yo respondimos casi al unísono, él con voz firme:
—Ahora.
Yo, temblando por dentro, susurré:
—Vía telefónica.
Ana y Sebastián nos observaban con una incomodidad palpable, la tensión parecía flotar en el aire como un vidrio invisible que nadie se atrevía a romper.
—Nosotros vamos a esperar afuera —dijo Sebastián, tomando la delantera y alejándose con pasos apresurados.
—Sí, les daremos un poco de espacio —añadió Ana, siguiéndolo.
Nathan y yo nos quedamos solos, sonriendo nerviosamente, como dos extraños compartiendo un secreto demasiado grande.
—Entonces, ¿lo harán ahora o vía telefónica? —preguntó el doctor, mirando de uno a otro.
Nathan volvió la mirada hacia mí, buscando una señal. Yo respondí con voz débil:
—Después.
El doctor asintió, se despidió amablemente y apenas cerró la puerta, mi contención se quebró. El llanto se apoderó de mí sin permiso, mientras Nathan, con la cabeza entre las manos, parecía absorber todo el peso del mundo. Ambos éramos conscientes de que habíamos caído en un abismo sin salida visible.
—¿Qué vamos a hacer? No quiero enfrentar esto sola, ¿ok? Pero tampoco podemos quedarnos aquí; sería casi un suicidio intentarlo —dije, vistiéndome con manos temblorosas.
—Será difícil de cualquier forma. Si antes no pensaba irme, ahora menos. No estarás sola. Lo haremos juntos. Solo déjame pensar un poco —respondió, agarrando mis cosas con determinación.
—Nadie puede saberlo —le advertí, secándome las lágrimas con rabia contenida.
—No, nadie puede saberlo. Tenemos que adelantarnos, aprovechar el tiempo —replicó, tomando mi mano y tirando suavemente para salir casi huyendo de ese lugar.
Les dije a Ana y a Sebastián que nos veríamos en casa por la noche para hablar. Mientras tanto, ni una palabra a nadie. Tuve que convencer a Nathan de que podía ir al trabajo, fingiendo que estaba bien. Él cedió a regañadientes, después de que buscáramos mi auto en el taller.
—Me parece arriesgado que quieras continuar trabajando —protestó.
—Arriesgado es que estemos juntos, y aquí estamos —respondí, dándole un beso rápido antes de bajarme del auto.
—Dejaré tu auto parqueado en el estacionamiento de Galerías Hill para que regreses rápido. Intenta pasar lo más desapercibida posible. Yo aprovecharé para buscar cosas en casa: mi auto, documentos... Por favor, cuídate mucho. Te amo —dijo antes de arrancar, mientras yo levantaba la mano en señal de despedida.
Suspiré hondo y, por inercia, posé la mano sobre mi vientre. ¿Qué haría ahora? Dos opciones se abrían ante mí: aceptar ayudar al señor Wayne y ganar un aliado contra los Sheik, o desaparecer con Nathan, rogando no ser encontrados.
Ninguna parecía buena. Pero elegí la primera. Ayudaría al señor Wayne. Amélia merecía justicia, y yo, la libertad de ser feliz con Nathan y nuestro bebé.
Subí las escaleras y toqué la puerta un par de veces. El señor Wayne me recibió sin demora, y me senté frente a él con la urgencia del momento.
—Me alegra verte, Layla, aunque temo la respuesta que me darás —confesó con sinceridad.
—Lo haré, señor Wayne. Voy a ayudarle —respondí sin titubear. Sus ojos se cristalizaron, conmovidos.
—No sabes cuánto te lo agradezco.
—Entonces, le escucho. ¿Qué tiene de los Sheik que pueda ayudar a comenzar la investigación?
—Sabía que preguntarías eso, y ya lo tengo todo preparado —dijo, sacando de la primera gaveta una carpeta gruesa—. Desde que Amélia murió, he estado tras esa familia como un loco, buscando pistas. Son cuidadosos, saben esconder bien sus secretos, pero encontré cosas que pasaron desapercibidas.
—¿Qué encontró? —pregunté, tomando la carpeta con manos que intentaban disimular el temblor.
—Solo el nombre de la clínica donde está internado Cristian Sheik. He intentado ir varias veces, pero es imposible; parece una prisión de máxima seguridad. Un colega policía me pasó una foto de un carnet de identidad falso que supuestamente se hizo Amélia. Es evidencia clasificada, mi amigo arriesgó mucho para dármela. El punto es que existe una Connie Paine que coincide en fecha de nacimiento y firma con ese carnet. Buscamos en la base policial y dimos con su dirección. ¿Y sabes? La chica vive en esta ciudad. ¿Coincidencia? —Su voz tembló con una mezcla de esperanza y frustración.
—No lo creo. Es demasiado extraño para ser casualidad. Debe haber algo muy gordo detrás. ¿Y por qué cree usted que mataron a Amélia? —solté una de las mil preguntas que me quemaban por dentro.
—Amélia estudiaba periodismo, era brillante. Su tesis investigaba el tráfico de mujeres. Supongo que descubrió algo luego de su extenso noviazgo con Cristian Sheik, el menor de los hijos de William. Incluso sus documentos desaparecieron; no queda nada de su trabajo en su portátil —dijo apretando el puño, conteniendo una rabia y tristeza profundas.
—Ahora que lo dice, todo encaja. Amélia y Cristian descubrieron algo terrible. Por eso planeaban huir. A ella la desaparecieron, y a él lo internaron. En pocas palabras, los silenciaron —dije, consciente de que el tiempo no me esperaba.
—Layla, ¿qué harás? —preguntó el señor Wayne, y aunque intenté mantener la calma, por dentro estaba aterrorizada.
—Intentaré visitar a Cristian Sheik. Mientras tanto, intente ubicar a la chica Paine. Nos vemos pronto, señor Wayne —me despedí.
#1067 en Novela romántica
#92 en Thriller
#32 en Suspenso
matrimonio forzado sexo reencuentro, venganza dolor drama accion dinero, divorcio amor pasado
Editado: 12.08.2025