Jareth
Todavía con los ojos cerrados palpo el otro lado de la cama, un lado que debería estar ocupado por una chica de cuerpo esbelto, morena y con hermosos ojos esmeraldas; pero, una vez más, se ha despertado antes. Y después de una semana con exactamente la misma rutina, no me hace falta verla para saber qué está haciendo.
Me siento en una esquina de la cama con los codos recargados en mis piernas y me restriego la cara. Inhalo profundamente y exhalo pesadamente, preguntándome a mí mismo si debería bajar a desayunar o quedarme un rato más aquí encerrado, haciéndome el tonto para evitarme un mal rato.
Me mantengo en la misma posición durante algunos minutos más. Suelto nuevamente un suspiro prosiguiendo a ponerme de pie. Salgo de mi cuarto, no sin antes haber tomado mi celular, y desciendo por las escaleras avanzando hasta que llego a la cocina, donde lo primero que hago es ver la hora, 8:29 a.m.
No hay rastro de Cody, por lo que deduzco que sigue durmiendo. Tampoco veo a mis padres por aquí, así que solo hay tres opciones, están es su dormitorio, en el despacho que tienen aquí en casa o en la empresa, aunque se supone que hoy no trabajarían.
Tomo una caja de cereal “Zucaritas”, un bol, una cuchara y el galón de leche. Lo deposito todo en la mesa y comienzo a servirlo descuidadamente. Con los mimos ánimos me lo como.
Al terminar me acerco al fregadero y lavo los pocos trastes que hay sucios. Enseguida, y como un completo masoquista, me acerco a la puerta que da paso al jardín, encontrándome con la imagen de Savannah, únicamente con su pijama y una de mis chamarras, sentada cómodamente en el columpio mientras habla alegremente por teléfono. Ni siquiera tengo que preguntarlo porque no hay duda de que está hablando con Zev.
Desde el día en que se reconciliaron, no han dejado de hablar de menos durante dos horas cada mañana y escribirse a lo largo del día. Incluso, en varias ocasiones, se mandaban mensajes de buenas noches y terminaban hablando hasta bien entrada la noche.
Sonrío débilmente ante la imagen.
En verdad que me gustaría decir que me alegra verla así, el brillo en sus ojos y la enorme sonrisa que se forma en su rostro de manera inconsciente cada vez que recibe alguna notificación con su nombre y la soltura con la que le habla, son realmente únicos. Nunca la había visto tan viva como en estos últimos días, es como si todo se hubiera arreglado en su catastrófica vida en el preciso momento en que hizo las pases con él. Sin embargo, no puedo hacerlo, no de una manera cien por ciento honesta, porque estaba aterrado.
Sí, es fantástico que ya no esté deprimida todo el tiempo, pero me asusta que esa sensación de familiaridad y la confidencialidad que habíamos desarrollado, poco a poco vaya desapareciendo ahora que vuelve a contar con esa persona con la que vivió tantas cosas y que la conoce mucho mejor que yo.
Me aterra que esa brecha, ahora prácticamente nula entre nosotros, se abra y expanda mágicamente en un abrir y cerrar de ojos. Pero, sobre todo, no soporto la idea de que por no haber vuelto a intentar algo con ella cualquier oportunidad que haya podido tener antes, por muy pequeña que ésta fuese, desaparezca.
Savannah no solo tenía la capacidad de hacerme dejar de pensar únicamente en mí mismo, sino de hacerme volver a desear una relación formal, con futuro. Cambió mi forma de ver las cosas y me hacía creer en esa palabra con “A” de cuatro letras que tanto llegué a detestar.
Se había colado en mi vida como un torbellino, derrumbando todas la murallas que había interpuesto para alejar cualquier sentimiento por las chicas, pero si aquello significaba que se quedaría en mi vida, no me importaba.
Repentinamente siento una mano posarse sobre mi hombro, sacándome abruptamente de mis pensamientos. Volteo en busca del causante y me topo de lleno con la mirada confundida de Elodia. Creo que nunca la he considerado una madre, a pesar de que es ella quien me ha “criado” prácticamente desde los nueve y, mucho menos, he llegado a llamarla así.
Le miro con una ceja enarcada, incitándola a decirme la razón de su contacto, puesto que, por lo general, evitábamos tratarnos a menos de que fuese realmente necesario, acuerdo silencioso al que llegamos cuando entré en la adolescencia y nuestro trato se volvía cada vez más complicado.
—En serio creí que esa chica era tu novia.
—Ninguno de los dos dijo que éramos pareja —le recuerdo, manteniendo una completa seriedad tanto en mi voz como en mi rostro—. Además, ¿por qué hablaríamos de ésto? —espeto.
Volteo nuevamente hacia la chica, alcanzando a vislumbrar como se retuerce de la risa dentro del columpio, causando que éste se menee de un lado a otro. Siento como mi interior se estruja a sabiendas de que nunca podré ser el causante de tales reacciones.
Me gustaría significar más para ella.
—Sé lo que estás pensando, y también sé que no te interesa nada que salga de mí —expresa sin tapujos y sin tomarle importancia al asunto, logrando adueñarse de mi atención—. Pero a esa chica le importas.
Con esas últimas palabras se da la vuelta y se aleja por el pasillo hasta que sale de mi campo de visión.
Con el pensamiento de que lo más probable es que no ha desayunado y ya pasan de las 9:00 a.m., me dirijo nuevamente a la cocina para prepararle una ensalada de frutas con yogurt y nueces. Agarro una cuchara e inmediatamente camino en dirección al patio, pero ahora no me detengo en la puerta, sino que voy hasta el columpio.
Tampoco le extiendo el plato para así alejarme y brindarle la privacidad que seguramente desea, en su lugar, con cuidado de no vaciar el contenido del plato en el sillón, me subo y tomo asiento a un lado de la dueña de mis pensamientos.
Al verme, Savannah me muestra una radiante y sincera sonrisa, lo que hace que la sensación de ser alguna clase de intruso aminore. Le beso la frente mientras ella escucha atentamente lo que sea que el chico al otro lado de la línea le esté diciendo, y le doy el plato.
Editado: 29.12.2023