Corazón de cristal

Capítulo 4

Cuarto día.

Reviso el horario de mala gana para saber qué materias tendré hoy: Literatura, Sociología e Inglés. Suelto un suspiro de alivio cuando descubro que son asignaturas que me gustan, no como Química o Matemática. Sonrío para mí misma y tiro de las correas de mi mochila para ajustarla a mi espalda mientras camino junto a Gala y Belén al aula. Ellas platican acerca de esos programas adolescentes de chismes y concursos que siempre ven; prácticamente chillan de la emoción, porque su equipo favorito ha ganado. A decir verdad, gritan casi todo el tiempo, rompiendo el silencio en todo momento y provocan que me voltee hacia ellas para recordarles que tienen que bajar un poco el volumen de la voz.

Al ingresar al aula descubro a Owen, mi compañero nuevo, sentado al lado de mi banco. Gala y Belén le echan unas miradas con risas nerviosas y se van hacia su pupitre conjunto. El chico las saluda, asintiendo con la cabeza y sus ojos vuelan rápido hacia los míos. Son de un azul que jamás he visto, incluso que habría creído imposibles si alguien hubiera intentado describirlos. Son demasiado intensos, tanto que me ocasiona preguntar si por casualidad usa lentillas.

Él no ha hablado demasiado estos días de clase, ni tampoco les prestó atención a las chicas que se le acercaron a coquetearle o, mínimamente, a saber más sobre él. Al parecer es uno de esos chicos solitarios y de pocas palabras que, de no ser guapo, seguro que habría recibido las peores burlas en el cole.

Owen menea un poco la cabeza y se señala a sí mismo cuando me quedo viéndolo otra vez. Mis mejillas se tornan rojas al instante al recordar la pregunta que me hizo el primer día de clases. En ese mismo instante, me regala una sonrisa burlona, sube las comisuras de su boca y forma una sonrisa arrogante que, de pronto, me dan ganas de borrar. ¡Hasta tiene hoyuelos! Y vaya que le quedan bien…

Cielos, ¿qué acabo de decir?

Me quedo apoyada en el marco de la puerta, soportando la mirada de Owen sobre mí. Por un momento me imagino que cambio de asiento para estar lejos de él, pero luego meneo la cabeza: todos los años me he sentado en ese lugar y no lo cambiaré por un chico, por más extrañeza y magnetismo que este tenga.

—¡Vamos, muévete! ¿Estás tonta o qué? ¡Deja pasar! —gruñe Carla, una de las compañeras más insoportables que alguna vez tuve. Es de baja estatura y lleva su cabello castaño con ese estilo californiano que estuvo muy de moda en el verano y que resalta muy bien con su piel bronceada. Ella misma parece salida de un set de fotografía por todo el maquillaje que lleva en su rostro.

Si Carla no fuera tan mala, me habría gustado preguntarle sobre algún consejo para mejorar lo poco que sé sobre maquillaje, pero ella puede ser bien bruja con los demás y, cuando digo los demás, hablo mayormente de mí. En general, suelo ser su blanco la mayor parte del tiempo. Eso apesta.

—Parece que te despertaste de buen humor —le comento con voz irónica, sin hacerme a un lado. No sé cuándo ella va a entender que no puede tratarme como si fuese un trapo para pisotear.

Carla me muestra una de sus sonrisas más falsas.

—Ya veo, Emma boba. Intentas llamar la atención del nuevo. —La malicia vuelve a brillar en sus pupilas como tantas veces lo ha hecho. Arrugo la nariz ante la mención de Owen. Lo que quiero es enfrentarlo, no atraerlo, pero Carla parece pensar cualquier otra cosa. De hecho, su rostro se compunge cuando descubre que la mirada de Owen está plantada en mí. ¡¿Y él que hace mirándome tanto?! ¿Acaso soy una especie de Gran Hermano para él? No estoy haciendo nada divertido, pero noto que suelta una carcajada, como si le hubieran contado el mejor de los chistes. Carla parece no tolerarlo—. ¡Oye, tú, nuevo! ¡Aléjate de ella, que te contagia lo imbécil!

Owen deja de sonreír y, en lugar de ello, parece fulminar con los ojos a Carla. En el fondo no puedo culparlo, yo quiero cerrarle la puerta del aula en la cara.

—Vete a la mierda —mascullo en su lugar, camino hacia mi asiento y dejo la mochila con, quizás, demasiada fuerza. Pienso en lo poco que me queda por finalizar el colegio y trato de tranquilizar mi enojo. Después de todo, he vivido tiempos peores que este; es uno más de esos malos recuerdos que en el futuro van a caer en el olvido.

Gala y Belén me preguntan qué me dijo Carla antes y hacen un par de comentarios acerca de lo tonta que es y que no tengo que hacerle caso, pero de pronto hacen silencio al mismo momento en el que siento una mano sobre mi hombro derecho, justo viene del lado de mi compañero nuevo. Sus ojos azules se ven impacientes cuando chocan con los míos.

De pronto me doy cuenta de que tengo la boca abierta, así que la cierro de golpe. Las dos chicas de atrás parecen entablar una nueva conversación, pero sé que se encuentran muy atentas a lo que pasa. Owen aparentemente toma cuenta de ello, así que se inclina hacia mí para ganar un poco más de privacidad.

—¿No le dirás nada más para defenderte? —pregunta con incredulidad.

—¿Qué puedo decirle? —le retruco observándolo con furia. Lo último que falta es que se meta en mi vida privada.

—¡Oye! No te he hecho nada para que me mires así —advierte, levantando sus manos en el aire con aspecto de inocente mientras que su sonrisa se amplía con superioridad—. Opino que no puedes dejar que te pasen por encima. No les demuestres que eres débil a los lobos si no quieres que te coman.

—Ella no me pasa por encima —aclaro, algo molesta. No sé quién es para aconsejarme sobre cómo comportarme con los demás, aunque bueno, sí tiene un punto a pesar de que también tengo el mío—. Verás, llega un momento en el que, después de tanto, te acostumbras a sus actos de crueldad y ya comienzan a darte lo mismo. Yo sé lo que valgo y que ellos no tienen razón.

—Pero no está bien naturalizar las cosas. Lo sabes, ¿no? —comenta y su mirada deja la mía; así corta nuestra breve charla.




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