Corazones Tempestuosos +18

09. La fiesta de Drake Finshker II

CORY SHANE.

—Te juro que esta fiesta supera con creces la de Sam Bardem —escuché a Caritshma decir con un entusiasmo que le iluminaba los ojos mientras avanzábamos hacia el interior de la casa.

La música vibraba a través del suelo, luces de neón y destellos intermitentes bañaban el lugar, y el olor a alcohol mezclado con perfume caro impregnaba el aire. Giré para mirarla y vi que sonreía de una manera que no recordaba haber visto en casi tres años, una sonrisa auténtica, sin rastro de esfuerzo ni de máscaras. Era real.

Me conmovió. Me hacía feliz verla así, sabiendo que, poco a poco, estaba recuperando ese brillo que la vida le había arrebatado tras la muerte del amor de su vida. Tomé un shot de tequila, sintiendo el ardor recorrerme la garganta, mientras la observaba deslizarse entre la gente, moviendo las caderas como si el mundo fuera a acabarse esa misma noche.

Negué con una sonrisa, divertida, porque ella siempre había sido así: un huracán de energía y alegría, incluso en los momentos más grises. Ese era su sello personal. Caritshma reía y hacía reír a otros con una espontaneidad que resultaba contagiosa, incluso para quienes apenas la conocían. Con el tiempo había aprendido a usar la risa como refugio, a dibujar felicidad incluso sobre los lienzos más rotos, porque detestaba verse atrapada en momentos incómodos o tristes.

No era que su vida hubiera sido fácil, todo lo contrario. De hecho, siempre había sido más fuerte que yo. Había soportado golpes que a cualquiera habrían dejado sin aliento. Y uno de los más duros fue descubrir que su padre había engañado a su madre con otra mujer... y que, para añadir más veneno a la herida, de esa relación había nacido una hija casi de nuestra edad.

Recuerdo el día que me lo contó, su voz quebrada y sus manos temblorosas, como si dijera algo prohibido. Aquella noticia había dinamitado los pocos cimientos de estabilidad emocional que le quedaban, empujándola a un abismo aún más profundo. Su tratamiento contra la bulimia, que ya era complicado, se volvió una lucha encarnizada contra sí misma.

En aquellos meses dejó de sonreír. La alegría que tanto la caracterizaba se apagó como una vela en un cuarto vacío. Pasaba horas encerrada en su habitación, las cortinas siempre corridas, sin querer ver la luz del día. No hablaba con nadie, y las veces que lograba cruzar unas pocas palabras conmigo, eran frías y cortantes. Se aferraba a la soledad como a un escudo, y yo... yo trataba de entenderla.

No sabía lo que era perder a alguien que amabas con todo tu ser, ni lo que se sentía estar en medio de un divorcio tan desgarrador. Lo único que podía hacer era permanecer ahí, aunque ella no me lo pidiera, aunque me asegurara que no quería verme.

Aún recuerdo cuando dijo que me odiaba por haber hablado con su madre sobre su trastorno alimenticio. Fue un golpe bajo, aunque en el fondo sabía que no lo decía de verdad. Era su dolor hablando, su manera de defenderse. Y pese a todo, nunca me fui. No podía, porque Caritshma no era solo mi amiga: era mi hermana, esa que el corazón elige antes incluso de nacer, la que ocupa un lugar sagrado que nadie más puede reemplazar.

Así que, verla ahora, riendo como antes, bailando sin preocuparse por nada, era como presenciar un milagro. Entre la multitud, giraba sobre sí misma, su cabello rubio y brillante, ondeando con cada movimiento, y yo me permití grabar esa imagen en mi memoria. Porque sabía que esos instantes, por pequeños que fueran, eran la prueba de que a veces el dolor no gana.

Drake y Caritshma regresaron al lugar donde yo estaba. Apenas se acercaron, mi amiga me quitó el segundo shot que tenía en la mano, sin siquiera pedirme permiso, y se lo bebió de un solo trago, dejando el vaso vacío sobre la barandilla.

—No siempre has hecho las mejores fiestas, Draky —comentó con un tono que sonaba más a provocación que a simple opinión, apoyándose con desparpajo en la barandilla de la escalera junto a mí—. Si acaso, en los dos años y medio que nos conocemos, habrás organizado unas cuatro fiestas decentes. No más.

Hizo una pausa breve, ladeando la cabeza como si buscara el comentario perfecto para incomodarlo.

—¿Conoces a Jeremy? ¿O tal vez a Nico? —continuó, mirándolo con cierta picardía—. Ese chico puede que no tenga un peso, pero ha hecho fiestas inolvidables.

Fingí distraerme con la música y las voces mezcladas a nuestro alrededor, pero no pude ignorar que Drake se tensaba cada vez que se mencionaba a Nico. Lo conocía lo suficiente para saber que no era un simple fastidio pasajero: le irritaba profundamente. Nico era un becado que mantenía una amistad ambigua con Marjorie, y a Drake le había molestado desde el primer día, aunque siempre había preferido aparentar que no le importaba.

—Puedes preguntarle a cualquiera de los que están aquí —replicó Drake con una seguridad que parecía ensayada—. Te apuesto lo que quieras a que todos dirán que el mejor anfitrión de fiestas soy yo.

Un chico pasó junto a él, bebiendo directamente de la boquilla de una botella de vodka. No alcanzó a dar tres pasos antes de que Drake lo interceptara con una mano firme, le arrebatara la botella y se llenara su vaso rojo hasta el borde. Después, sin perder la compostura, le devolvió la botella y tras palmearle la espalda un par de veces, volvió su atención a nosotras, aunque estaba claro que hablaba más para Caritshma que para mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.