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La mujer se bañaba despreocupadamente. Primeramente, lavó su cuerpo; de la punta de los pies al cuello con movimientos circulares suaves y concisos procurando que cada centímetro de su piel recibiera la misma dosis de jabón. Posteriormente, enjuagó sus miembros ante el abundante fluido de agua que manaba de la regadera en un acto rutinario y completamente normal. Llegó el momento de lavar su cabello; tomó la botella con esa sustancia elaborada específicamente para la limpieza del cabello e irritante para los ojos. Apretó un poco el envase provocando un pequeño brote del líquido a través del orificio, colocó el producto en la palma de su mano y lo aplicó sobre su cabeza mientras bajaba nuevamente el recipiente. Cerró los ojos y comenzó su labor. Ese era el momento indi! cado, él lo sabía. Salió de su escondite y se introdujo en la regadera que era lo suficientemente grande como para albergar dos cuerpos. En un instante estaba frente a ella; evitaba el contacto físico puesto a que, por ahora, no quería que se enterara de su presencia. En realidad no le costó mucho trabajo, era algo que ya había hecho muchas veces antes y lo disfrutaba cada vez más.
Elige una casa al azar (por lo regular departamentos), después se fija si la persona vive o se encuentra sola, esos son sus favoritos puesto a que sin la presencia de otros la vulnerabilidad es mayor. Posteriormente, espera a que caiga la noche y la persona tenga que ducharse. Si realiza esta actividad en la mañana se queda observando en la oscuridad al durmiente hasta el amanecer. Para él es más divertido quienes lo hacen por la noche; así puede espiarlos mientras ellos, incrédulos y despreocupados continúan su labor. Y la parte en la que tienen que lavar su cabello y cara, oh, ¡qué momento más glorioso! Puede postrarse frente a ellos sin que su presencia sea notada y olfatea la esencia; cada uno tiene una esencia propia y todas ofrecen una gran cantidad de aromas deliciosos, ¡Como se le hace agua en la boca cada vez que huele una! Le es difícil controlar sus impulsos, tiene una gran fuerza de voluntad para no atacar a su presa en ese mismo instante pero vale la! pena, puesto a que la carne mojada no tiene el mismo sabor que la que está limpia y seca. También es muy entretenido cuando algunos tienen la sospecha de que están siendo observados y abren los ojos. Para un ser como él no es difícil moverse a grandes velocidades y ocultarse de nuevo tras la cortina de baño o cancel, observando como un pequeño temor empieza a fluir en los más sensibles o en los escépticos (tiene preferencia por estos últimos) la incredulidad característica en ellos. Cuando llega el momento en el que revela su ser ante ellos, cuando el reloj marca las tres de la madrugada, los pobres buscan una explicación lógica a lo que están presenciando. Si tan solo supieran que él, un ser tan complejo y perfecto, va mas allá del entendimiento humano. El temor y confusión que provoca su presencia en la débil creatura es algo que le causa no menos placer. Le da un poco de tiempo para asimilar la situación y cuando está consientes de la naturaleza sobr! enatural que él posee, ataca. Se abalanza contra él o ella e! inmovil iza su cuerpo con sus seis largas garras superiores; de la cabeza a los pies. Cuando el cuerpo está totalmente inerte, acerca su cara y huele intensamente el cuello de su presa, con excitación única. Después, abre su gran hocico (parecido a la mandíbula de un tiburón) y con su larga, áspera lengua lame la cara de su víctima, extasiado por el delicioso sabor que posee la piel. La víctima en shock cae en un ataque de pánico pero sus gritos son silenciados por algo parecido a un grueso tentáculo. Amordazado e incapaz de expresar oralmente su miedo, es probable que el o la desdichado (a) comience a llorar. La sal de las lágrimas es lo que sazona la carne, por lo que no dudará en probar el nuevo y condimentado manjar. Abre sus fauces y de un mordisco arranca una pequeña parte de la cara, por lo general del pómulo, degustando el bocado lentamente. Por consiguiente la sangre empieza a brotar aunque no a chorros, solo una pequeña hemorragia. Pero esa fuga de hemoglob! ina es lo que da fin al preámbulo e inicio a la verdadera acción. Enloquecido por el olor y sabor de la sangre, empieza a rasgar la piel de las piernas con las puntas afiladas de sus garras inferiores, como si de un animal salvaje se tratara, hasta que el musculo queda expuesto. Sin soltar a la víctima, se arrastra hasta donde yacen los pedazos de carne y los come rápidamente. Eso no hace sino abrir más su apetito. Recuesta a la víctima y libera la parte superior del cuerpo de la misma, solo para obtener más comodidad. Acerca su “cara” al vientre de la persona y con sus afilados colmillos procede a desgarrar las capas de piel y musculo, a estas alturas ya no le interesa alimentarse de un órgano superficial. Al llegar a las entrañas lame, primeramente el intestino delgado. Posteriormente, comienza a dar pequeños mordiscos a cada órgano para elegir el primero que comerá. El Hígado es, habitualmente, el primero. Así comienza a devorar cada órgano vital. Algu! nos desfallecen cuando empieza a rasgar su piel, otros se desm! ayan por el dolor ocasionado, Un porcentaje menor presencia el horror y trata por todos los medios defenderse del ataque, infructuosamente. Al ver que nada hace efecto empieza a gritar por ayuda desesperadamente, con la esperanza de que alguien escuche y acuda al rescate. Los gritos le molestan, ¿A quién no le resultaría molesto escucharlos mientras está comiendo? Así que es probable que con una de sus garras le arranque la lengua de raíz y la engulla. A él siempre le han gustado las lenguas, piensa que su consistencia es algo único. De esa forma, en un sangriento festín comerá las vísceras del desafortunado hasta ser reducido a un guiñapo de musculo y hueso. Cuando está completamente satisfecho, abandona el lugar y va en busca de una nueva víctima. Podría ir a otro barrio, otro estado, otro país. No importa la distancia ni el tiempo, ambas cosas le son indiferentes.