El día de noche buena llegó y todos, como era siempre, estaban corriendo de un lado a otro haciendo mil y una cosas para que todo esté listo para celebrar navidad. Pedro se encontraba en la sala organizando los regalos que pondría en el árbol en la noche. Mario estaba en la cocina preparando un almuerzo rápido ya que en la noche cenarían pesado.
Los ingredientes para preparar la cena de navidad estaban en la pequeña mesa que estaba en la cocina mientras él freia unas papas y unas piezas de pollo en otra sartén. Estaba metido en sus meditaciones cuando su celular vibró en su bolsillo.
—Hola cariño —respondió Mario al reconocer el timbre que le había puesto al número de Ricardo.
—Hola… ¿no dijimos que tendrías el celular apagado este día?
Mario hizo un gesto de pesar ¿es que Ricardo no sabía todo lo que había que hacer?
—Sí lo sé. Es que hay tanto por hacer que lo olvidé, ya cuelgo y lo apago.
—Está bien, pero antes te diré que ya tengo todo planeado para esta noche. Solo sigue las indicaciones que te di y déjame el resto a mí.
—De acuerdo…
Mario casi arrastró las palabras mientras maniobraba para retirar las papas fritas del fuego y daba la vuelta a las piezas de pollo en la otra hornilla.
— ¿Estas cocinando?
—Sí… ¿vienes?
—Me encantaría pero si quiero que esta noche sea perfecta tenemos que seguir el plan amor.
Mario sonrió si bien no se habían dicho “Te amo” siempre Ricardo le decía “amor” algo cursi para decirlo entre hombres, pero al diablo, a él le hacía sentirse querido y amado.
—Gracias por tomarte estas molestias, entonces colgaré con un gran quejido dramático para que Pedro sepa que algo anda mal y me pregunte.
—Perfecto. Nos vemos esta noche y espero que podamos hablar con Pedro.
Mario sacó las piezas de pollo y apagó los dos fuegos y se quedó un momento en silencio. Ambos habían decidido que esa noche buena le dirían a su hijo que ellos eran novios. Solo rogaba a Dios no cometer un terrible error.
— ¿No te has arrepentido? ¿Verdad…? —La voz de Ricardo era precavida y con tintes de miedo en su tono. Mario suspiró despacio.
—Claro que no. Es solo que es una noche muy importante y estoy nervioso. Quiero que mi hijo crea en Papá Noel y a la vez quiero que comprenda y acepte nuestra relación. Solo, solo estoy algo nervioso, pero jamás me echaría para atrás —y antes de que Ricardo le diga algo más el añadió— y no, no lo aplazare más.
—Me alegro, porque yo voy en serio sobre todo con respecto a ti y tu hijo.
Ambos se quedaron un momento en un agradable silencio. Para ellos no era necesario confirmaciones o palabras en ese momento. Ellos sabían que los dos eran serios en la relación aunque para muchos fuera una idiotez tomarlo de ese modo con tan poco tiempo de conocerse. Después de unas palabras más de cariño ambos se despidieron. Mario estaba sonriendo como un tonto mirando a la campana extractora de humo de la cocina hasta que escuchó que Pedro le hablaba.
—Papá… te decía ¿si quieres que ponga la mesa?
Mario parpadeó asombrado, no lo había ni sentido ni escuchado. Bajo la mirada y vio a Pedro mirándolo con esos hermosos ojos marrones claros que lo miraban ávidamente. Al parecer, su hijo había heredado lo silenciosos movimientos de su madre, ella siempre se aparecía como invocada cuando él estaba o haciendo una travesura o soñando despierto. Carraspeó e intentó tomar los platos para servir lo preparado y le dijo que fuera a llevar el refresco y colocara los cubiertos.
Cuando estuvieron en la mesa sentados, Mario tuvo que darse una pata mental por no haber seguido el plan de dramatizar por lo del celular, así que improviso.
—Pedro… mi teléfono no funciona al parecer ya su límite de vida está llegando a su fin.
Su hijo no lo miró y siguió comiendo lo que hizo que él se sintiera un poco incómodo. Había veces que su hijo se mostraba más adulto de lo que él deseaba.
—Hay que cambiarlo papá, podrías conseguir esos que venden en dúo, uno para ti y otro para mi —Pedro lo miró de soslayo sin dejar de comer y entre bocados añadió— quiero que me disculpes si te exigí un celular. Es solo que me gustaría tener uno.