LEl verano es sin duda alguna la mejor época del año, aún dos lo recuerdo, el sol golpeando fuerte en el cemento de las calles de Santiago, recién había salido de octavo de primaria, tenia dos meses de vacaciones, lejos del colegio y además en febrero era la oportunidad de salir a conocer lugares hermosos dentro de Chile, o eso es lo que esperamos que hicieran nuestros padres
—Este año no hay mucho presupuesto así que iremos a Quintero, a la casa de su abuelita Nena nuevamente—. Se excusó nuestro papá.
—Aah Quintero de nuevo, noooo, queremos conocer otros lados también—. Le reclamó mi hermano Javier
—Bueno si no les gusta se quedan en Santiago, es la única opción—. Fue la sentencia de mi papá.
Y cuando mi papá lo dice se hace; así es que sin chistar, preparamos las cosas para ir nuevamente de vacaciones a Quintero, como teníamos por costumbre por tres años seguidos ya. Después de todo no era tan malo, porque allá me iba a encontrar con todos mis primos, seguro íbamos a ir a la playa juntos e íbamos a hacer muchas otras cosas. Pasó la semana y al lunes siguiente partimos a las 7 AM en nuestro Mitsubishi Lancer color escarlata con rumbo a Quintero. El viaje era de aproximadamente tres horas desde Santiago hacia la costa, pasado Viña del Mar, estaba Quintero. Entramos al pueblo, Loncura, que por cierto es un pequeño pueblo con una calle larga y alrededor de esa calle está rodeada de casas de madera por ambos lados del camino. La casa de mi abuelita era una casa de dos pisos, en la parte delantera tenía un negocio, que nosotros la ayudábamos a atender, además de tener otra casa en la parte de atrás que en ocasiones arrendaba. Nos bajamos del auto y empezamos a soltar las piernas para luego irnos a saludar a nuestros tíos que estaban afuera de la casa.
—Holaaa, que está grande este campeón—. Me saludó mi tío Juan; y mi reacción fue solo sonreír.
—Como estay poh semilla de maldad—. Me dijo burlesco cuando me fue a abrazar con fuerzas mi tío Manolo.
—Mi niño cómo está—. Me abrazó mi abuelita, la mamá de mi mamá.
La verdad ella era una abuela cariñosa y consentidora, pero como mi hermana era la primera nieta, era la regalona de ella.
—Palomita, que bueno que pudo venir—. La abrazaba feliz —Venga le tengo algo para usted—. La tomó de la mano y se la llevó.
Así que que como mi hermana había desaparecido, mi mamá había ido adentro a saludar a sus otros hermanos, yo me fui a la plaza que estaba saliendo de la casa de mi abuelita. Era una plaza con árboles grandes a los que nos gustaba subir y al medio tenía un cuadrado de cemento con unas plantas todas marchitas. Allí estaban mis primos jugando a la pelota.
—Buena primo—. Se acercaron a saludarme Hernán, hijo de mi tía Pía y Roberto, hijo de mi tía Gladys.
Después saludé a mis otros primos que estaban ahí, además de los antes mencionados también estaban Ignacio y Marcelo, me quedé jugando a la pelota con ellos hasta que nos llamaron a almorzar. Cómo éramos tantos entre tíos, primos, mi abuelita y la mesa del comedor no era tan grande, almorzábamos por turno: primero los niños y luego los adultos; ese día mi abuela hizo cazuela así es que la comí con ganas, pero mientras almorzábamos, los grandes estaban ahí mirándonos y por supuesto, no falta el tío que le gusta molestar.
—Tan grande que estay cabrito—. Me miraba mi tío Justo, papá de Hernán—. Oye Nena (apodo cariñoso que le tenían a mi Mamá), que le están dando salitre parece a este niño—. Se río
—No tío estoy igual que siempre—. Le contesté —Igual como el equipo que me gusta que le gana al suyo a cada rato—. Sonreí con malicia
—Bah con la ayuda de los árbitros quien no—. Me contestó
—Ya, ya que se va a enojar mi papá—. Dijo Rodrigo el otro de tres hijos de mi tío Justo.
—Naah yo no me enojo, los que se pican son los Colocolinos malos—. Replicó mi tío
Mi tío era hincha de Universidad Católica y yo de Coló-Colo, así que siempre se producían conversaciones de fútbol, cada apoyaba a su equipo y casi siempre había uno que salía enojado.
—Ya,ya, no hablen de fútbol que después se pican—. Salió a defenderme mi abuelita
—Oye Benjita y me imagino que ya tienes novia—. Me cerró un ojo el tío Manolo.
Ese era un tema difícil de abordar y de explicar, así que podríamos decir que preferiría no hablar de ese asunto.
—No tío, la verdad es que aún no tengo novia—. Me puse serio nuevamente
—Y como no va a tener una noviecita por ahí—. Me quedó mirando extrañado mi tío Justo
—Si está entrando recién en la edad del pavo—. Respondió mi hermano
—Nadie te pidió la opinión—. Refunfuñe
—Ya déjenlo, ven que se pone incómodo—. Me defendió mi prima Francisca, que era mayor que yo.
La verdad es que estar ahí con tus tíos vigilándote, era algo complicado, pero lo bueno es que, terminado el almuerzo, íbamos a descansar un rato y después nos íbamos a la playa. La playa: el momento perfecto que puede tener un adolescente de 14 años; sol, playa, chicas lindas y mi personal estéreo*. Así que sin esperar mucho me fui al baño, me puse mi traje de baño, tomé mi toalla con dibujos de robots, nos fuimos a la playa algunos de los primos menores y algunos de los mayores. Claro nosotros cortábamos camino metiéndonos entre medio de las casas que estaban vacías, para llegar más rápido. Una vez en la playa caminamos hacia la Casa Roja, el lugar donde la mayoría de las personas iba por que ahí, el lugar se llamaba así porque había una gran casa Roja abandonada, frente a esa casa pusieron un pequeño local en medio de la playa, con forma de palafito, que ponía música además de vender dulces y otras cosas; así que hay se juntaban los jóvenes más en onda. Elegimos el lugar, tiramos nuestras toallas y nos sentamos ahí. Como era temprano, aún no había mucha gente, pero más tarde empezó a llegar mucha gente y se llenó. Mis primos me animaron para ir a bañarnos, pero yo no quise, porque el agua estaba muy helada; así que me tiré en mi toalla y me puse a dormir escuchando música. De repente algo me despertó, una pelota que cayó en mi espalda. Yo, medio dormido, medio despierto, levanté la cabeza para retar a mis primos por ponerse a jugar ahí