Creo que te quiero

Care Chiste enamorado


Después de la distancia que Mónica tomó conmigo, decidí que lo mejor era alejarme un poco de ella; eso por un lado me ayudó a acercarme a mis compañeros y volver a la junta y los juegos de siempre.
 


 

—Nooo, este que es pillo, no pasó entre medio la tapa—. Me reclamó el Leo Peñaloza.
 


 

Las chapas, juego simple, hasta tonto según alguno de nuestros compañeros, pero para nosotros era la entretención perfecta de los cambios de hora o cuando no iba un profesor: el juego consistía en tres tapas de bebida que se golpeaban de tal manera que uno de estas tiene que pasar por el medio de las otras dos, el contrincante se ponía con las manos estiradas como si fuera un arco de fútbol y si una de las tapas pegaba en la palma de las manos era gol. Ese era nuestra entretención, que nos unía como el quinteto que éramos.
 


 

—Pero si pasó por ahí—. Hice la repetición de la jugada. 
 


 

—Juega el Sarro, la tapa no pasó por el medio—. Sentenció el Care Chiste, que hacía de juez.
 


 

—Ya, ya—. Me resigné.
 


 

A veces nos quedábamos en el recreo jugando, y lo pasábamos bien, si hasta me estaba empezando a olvidar de Mónica, lo mejor de todo es que mis compañeros eran muy respetuosos de lo qué pasó con la chica que me gusta.
 


 

—Oye Almono ¿qué onda con la Mónica que ya no te da bola?—. Me preguntó el Care Chiste.
 


 

—Ni idea, de repente dejó de hablarme—. Expliqué. 
 


 

—Ahh, o sea que cagaste—. Me dijo el Sarro mientras le pegaba a una tapa.
 


 

—Si, parece que si—. Encogí los hombros. 
 


 

—Es que las minas son tan difíciles de entender—. Lanzó el Héctor resoplándose el pelo.
 


 

Era difícil hablar de ese tema para mi, pero tenía la compresión de mis compañeros y su compañía para olvidarme de ella. Ese día, al recreo, salimos a comprar algo para comer, al volver, algo nos llamó la atención.
 


 

—Se  fijaron que las que están en el segundo piso son unas minas de Parvularia—. Nos contó el Héctor.
 


 

—¿Y que tiene eso?–. Encogí los hombros. 
 


 

—Que son súper ricas—. Me hizo el gesto de "como tan tonto" —Y siempre hay algunas que nos quedan mirando—. Agregó.
 


 

—A voh te van a mirar—. Se rió el Marcos.
 


 

—Aah ¿mirando a las minas de Parvularia cabros? Hay buena carne ahí—. Se acercó a nosotros el Ricardo 
 


 

Y se supone que el gil del Cogote está pololeando, que ganas de pegarle a ese idiota por... idiota.
 


 

—Oye si,  hay algunas que salvan, pero no creo que nos miren a nosotros—. Reconoció el Alberto. 
 


 

—A voh a lo mejor no te miran por feo, pero a mi demás que si —. Comentó seguro de sí mismo el Marcos riéndose. 
 


 

—Súper lindo soy poh zorra—. Se burló el Héctor.
 


 

—Esas minas caerían rendido a nuestros pies—. Aseguró engreído el Ricardo mirando a Emilio. 
 


 

—Todo el rato—. Lo apoyó el Emilio cerrándoles un ojo.
 


 

Estos creen que por hacerse los buena onda,  pueden tener a cualquier mina a sus pies, realmente son muy idiotas esos dos.
 


 

—Si, seguro—. Me reí yo.
 


 

—Ahí poh Care Guagua, aprovecha que son parvularias para que te cuiden a ti—. Se burló el Leo Peñaloza del Alberto.
 


 

—Y porque no me cuidas este otro—. Le respondió enojado el Leo, mientras nosotros nos reíamos. 
 


 

—Esa es la más bonita de todas—. Miró de reojo el Héctor. 
 


 

—Cual, cual—. Empezó a mirar hacia arriba el Leo Peñaloza. 
 


 

—Pero disimula poh Sarro, es la rubia que te tiene el cintillo rosado—. Indicó disimuladamente —Pero no miren tanto que van a pensar que la queremos cuartear*—. Nos pidió. 
 


 

La chica no era fea, pero tampoco era de mi gusto, pero parece que el Care Chiste estaba interesado en ella, y la mina lo miraba de reojo de vez en cuando.
 


 

En esos días se celebraba el día de la amistad, la costumbre era hacer cartas a tus amigos, tu novia o la chica que te gusta y dos alumnos la pasaban a buscar por todas las salas y luego la entregaban a los destinatarios; por supuesto, yo decidí sorprender a Mónica con una carta contándole lo mucho que lo apreciaba como amiga. Aunque yo quisiera que fuera algo más, tal vez esta carta podía ser el modo de llegar a ella, lograr la reconciliación y, porque no, de algo más que una amistad. Estaba en eso, ordenando las ideas, hasta que llegó el Héctor a fastidiarme. 
 


 

—¿Que haces mono?—. Trataba de mirar. 
 


 

—Una carta para la Mónica, contándole lo mucho que la valoro y lo mucho que aprecio que sea mi amiga—. Le expliqué. 
 


 

—Pa' que poh si tú queris' puro comértela—. Se rió.
 


 

—Cuantas veces quieres que te diga Chiste, que somos amigos—. Le dije enojado.
 


 

—Y le pusiste nombre ya, el tuyo o el... De ella—. Preguntó interesado. 
 


 

—No, aún no, porque—. Me extrañé.
 


 

—Si quieres yo te la termino y se la paso a las que vengan a buscar las cartas—. Se ofreció. 
 


 

No entendía a que venía tanto interés del Care Chiste por la carta que estaba escribiendo, seguro que quería burlarse de lo que le quería expresar a Mónica.
 


 

—Estás loco, yo se para que es, es para ver lo que le escribí —. Lo quedé mirando con desconfianza. 
 


 

—Ya poh mono, si te quiero ayudar no más, que tu tienes una letra muy fea—. Me dijo —Yo te la escribo con una letra decente—. Se ofreció.
 




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