Cronica de las fronteras grises, libro 2: Luna

8- Silencio.

La inexperiencia de Gato-Café y la frágil cordura de Simio de Tierra los hacía inconscientes de lo que estaban enfrentando. Gato no lo sabía, pero casi cada semana Simio intentaba matar al Gorila Rojo. Tras la séptima vez, aquello se había convertido en una especie de tradición que todos los simios esperaban: unas veces con la esperanza de que lo lograra, otras simplemente por diversión. Esto también entretenía a Gorila Rojo, por eso nunca había eliminado a Simio de Tierra; no lo consideraba peligroso.

Para dos animales tan jóvenes, todo eso parecía irrelevante.

Cuando Gato entró en la Colmena, seguido de cerca por Simio de Tierra, sintió cómo lo aplastaba el silencio. Por todas partes había simios de todas las edades y géneros, pero ninguno hacía ruido; comían, limpiaban sus pequeñas habitaciones o simulaban tocar instrumentos, sin emitir sonido alguno.

Gato observaba constantemente a Simio de Tierra, intentando entender qué estaba pasando, mientras el simio le hacía constantes señas para guardar silencio.

Sin querer, Gato tropezó con un simio anciano. Preocupado, preguntó:

—¿Está bien?

Al instante, todos los simios voltearon hacia él. Las ventanas y paredes del edificio comenzaron a temblar. Los simios se apresuraron a esconderse, excepto Simio de Tierra, que sacó un pequeño puñal y gritó:

—¡Ven a bailar, maldito! ¡Esta vez no estoy solo!

—¿Esta vez? —preguntó Gato, justo antes de que un enorme animal cayera frente a él: tres metros de altura, encorvado, rostro hosco y furioso. Apoyaba los nudillos en el piso; sus palmas eran casi del tamaño de Gato, su pelaje rojizo, labios púrpura y ojos negros que parecían querer asesinar todo lo que veían.

—¿El Gorila Rojo? —preguntó Gato. Simio asintió.

En la mano izquierda del simio estaba el anillo de la madre de Gato-Café, que, por alguna razón, había aumentado de tamaño.

—¡Oye! —gritó Gato—. ¡Eso no es tuyo!

—¡Silencio! —rugió Gorila Rojo, alargando la última letra. Un viento rancio barrió la sala y las ventanas temblaron con violencia.

Simio de Tierra atacó, encajando su cuchillo en el antebrazo del Gorila, pero este no pareció notarlo; como si aplastara a un mosquito, lanzó al simio fuera de combate. Gorila no dejaba de mirar a Gato-Café.

—¡Este anillo es de mi madre! ¡No me lo quitarás! —gritaba el Gorila ante un desconcertado felino.

El enfado de Gato creció rápidamente. Corrió hacia el enorme primate, gritando con furia al mismo tiempo que Gorila:

—¡No te burles de mí!

Por un instante, ambos se sorprendieron al gritar al unísono, pero la sorpresa duró poco. Gato empezó a golpear y sisear por instinto. Sin darse cuenta, podía resistir y responder a los golpes del Gorila que no lograba esquivar, mientras Simio de Tierra yacía desmayado en el piso.

Poco a poco, los simios comenzaron a salir de sus escondites. Nadie había durado tanto tiempo contra el dictador de su pequeña comunidad, pero no se emocionaban; Gato y Gorila parecían reflejarse uno al otro, más por la furia y el deseo de destruir que por el aspecto físico. Los simios temían que solo se reemplazara un dictador por otro.

Simio de Tierra despertó justo para ver a Gato luchar. Exclamó emocionado:

—¡Sí, eran ciertos los cuentos!

Gato apenas tuvo tiempo de voltear cuando recibió un puñetazo directo en la cara que lo dejó inconsciente. Simio volvió a desmayarse.

Cuando despertó, Gato estaba de cabeza, atado de garras y patas, en la cima de la Colmena. A sus espaldas, atado con la misma cuerda, Simio de Tierra aún conservaba su sombrero. Con una sonrisa cansada y sincera, dijo:

—Bueno… no se puede decir que faltes a tus promesas, felino de los cuentos.



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En el texto hay: gato, batallas, magia

Editado: 20.10.2025

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