Cronica de las fronteras grises, libro 2: Luna

9- Rendirse.

Gato-Café estaba fuera de sí, luchaba con sus ataduras, desesperado, tensando todos sus músculos; parecía que iba a estallar por lo rojo que se había puesto su rostro.

Nunca había sentido tanta ira, tanto deseo de matar y destruir a quien tenía frente a él: un Gorila enorme, que sonreía mostrando sus dientes torcidos y su aliento rancio.

—Cálmate, felino —decía Simio de Tierra—. Si hemos de morir hoy, nada podemos hacer.

Pero Gato no parecía entender lo que decía. La fuerza del felino no era eterna; aunque había descubierto que poseía bastante, empezó a cansarse, y con ello, las palabras que antes parecían ruido de fondo comenzaron a ser entendibles, y las imágenes borrosas que le dejaban ver sus ojos comenzaron a aclararse.

Gato pudo ver detrás del Gorila Rojo a los habitantes de la Colmena, todos reunidos. En sus rostros se notaba la indiferencia que provoca sobrevivir bajo la sombra de un ente autoritario. Pensando con claridad, le preguntó a Simio:

—¿Por qué no atacan entre todos al Gorila?

Simio respondió sorprendido:

—¡Vaya, dos despertares en un solo animal! —y comenzó a reír—. Tienen mucho que perder —respondió finalmente con voz sombría—. Yo nunca he tenido nada más que este sombrero y… —se interrumpió a sí mismo.

Molesto por la cháchara de los animales, Gorila exclamó:

—¡La Colmena los sentenció a morir!

Ninguno de los habitantes hizo ruido. Furioso, Gorila Rojo volteó hacia los simios detrás de él con una mirada terrible. Todos empezaron a vitorear y aplaudir con desgana.

Gorila rojo se acercó lentamente a la soga que ataba a los jóvenes animales, tomó dos partes de la misma y la partió con un pequeño esfuerzo. Sostuvo a Gato y Simio con su brazo izquierdo desde la cornisa del edificio y dijo:

—Por la Colmena, por Madre Luna.

Antes de soltarlos, Gato gritó:

—¡Cobarde! ¡Eres un cobarde!

Gorila sólo sonrió con desdén y los soltó.

Mientras caían, Simio de Tierra cerró los ojos y dijo, resignado:

—No hay vergüenza en rendirse, es un descanso al final.

Gato no pudo escucharlo; el aire le tapaba los oídos. Estaba furioso y frustrado, seguía intentando liberarse.

—No —se decía—. Esto no puede ser, no debe ser.

Gato comenzó a llorar. Sintió que la pulsera en su muñeca, la que había sido de su padre, lo apretaba levemente. Escuchó una voz en su cabeza, ronca e imponente:

—Lucha, no te rindas.

Por alguna razón, Gato contestó:

—Pero me vencieron, no puedo hacer nada.

La voz gritó:

—¡Los leones no se rinden!

Gato sintió cómo sus músculos se tensaban más allá de lo que nunca había sentido, pero no experimentó dolor. Sacó sus garras y, de un impulso, cortó la soga que los aprisionaba. Sosteniéndose de la pared del edificio y sujetando a un sorprendido Simio de Tierra por la raída camisa, lo impulsó con toda su fuerza hacia arriba, escalando lo más rápido que pudo, encajando sus garras en la fachada.

Gorila Rojo ya se había olvidado de los condenados; la oscuridad en la que tenía sumergida la frontera principal no le permitió ver lo que había hecho Gato-Café, solo escuchó la caída de Simio de Tierra en la cima del edificio, seguida por el grito del felino:

—¡Cobarde!

Gato corrió hacia el enorme animal, amangando un puñetazo. Gorila Rojo abrió los brazos confiado, mirándolo con sorna. El puño del gato impactó en el Gorila, derribándolo ante la sorpresa de todos los habitantes de la Colmena.

—¡Cobarde! —seguía gritando Gato—. ¡Usas a esta gente para no hacerte cargo de ti mismo! ¡Ellos son mucho más fuertes que tú!

Golpeaba sin descanso la enorme cara del Gorila. Simio de Tierra sonreía al ver esto, sosteniendo su cuchillo con ánimo de ayudar, ojos brillantes y emocionados. Cuando iba a dar un paso hacia las figuras que peleaban, un simio de su edad lo detuvo, tomándolo del hombro, y preguntó:

—¿Qué quiere decir ese animal raro con que somos más fuertes que el Gorila?

Simio de Tierra se enderezó, bajó su cuchillo y comenzó a hablar a los otros habitantes de la Colmena que lo miraban con expectación, incluido el joven que le había hablado:

—¡Hermanos y hermanas, padres y madres! Tomen lo que tengan a mano. Todos juntos enfrentémonos al Gorila y expulsemoslo para siempre de nuestro hogar.

Los otros simios tomaron palos, marcos de ventana, sillas, cuchillos de cocina… casi cualquier cosa. Los apretaron con fuerza e ira, y gritando con toda su fuerza, Simio de Tierra exclamó:

—¡Nuestra fuerza es la de la comunidad! ¡Matemos al dictador!

Al gritar esto, todos los simios avanzaron juntos hacia el Gorila Rojo, que estaba en el piso cubriéndose de los golpes de Gato-Café. Comenzaron a golpearlo y apuñalarlo, empujando al felino en el proceso. Aunque Gorila se resistió y se defendió como pudo, pronto solo quedó su cabeza cercenada, arrojada desde la cima del edificio y estrellándose en la plaza de la Primera Frontera, invisible por la oscuridad.

Respirando con dificultad, Gato-Café pensó que era incapaz de rendirse, y, por alguna razón, eso lo llenó de temor.



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En el texto hay: gato, batallas, magia

Editado: 20.10.2025

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