Nunca podrían entender, o quizás sí lo hacen pero no en la misma escala, el delicioso tormento que causa el choque violento entre la razón y el corazón que dentro de uno se vuelve una colisión de ejércitos ebrios del irracional influjo de una hemoglobina mal calificada, por las noches y en el limbo del entresueño se puede presenciar el descabellado litigio que solo siembra caos a su alrededor y fieros bravos decididos a entregarse en sacrificio por la bandera que proclamará su dominio sobre el imperio que en decadencia quedara. Cadáveres putrefactos apilados a los pies de un vencedor nunca definido y un rival terco de rendirse haciendo de sus esfuerzos un desequilibrio peligroso donde los giros de poder provocan cambios bruscos con la oposición de sus despóticas leyes condenando al trofeo de tal disputa a la suerte de una marioneta con su cabeza convertida en un tiovivo vertiginoso que lo hace presa de la más infame confusión.
En la puja uno sufre lo indecible como un infeliz condenado a morir desmembrado, jalado por briosos corceles de los brazos y piernas hasta ser dividido en dos vomitando por la crueldad sus entrañas, de igual forma se siente, solo que caballos de escasa potencia se han elegido para la sentencia y constituyen la desdicha de una agonía lenta, atroz e interminable pues sus fuerzas flaquean y ceden para darte un pequeño alivio antes de reiniciar la vil empresa. En el combate el corazón enamorado no cesa en presentar sus obsequios con que busca ganar la preferencia y deja a tus pies las delicias de una sensación sin par, arcones de dulzura y coros de agradables melodías, no percibes engaño alguno en sus intenciones, es genuino y muy tentador mostrándote un mundo diferente, surreal y un renovado aprecio por lo grotesco, la inocente alegría de un absurdo, un paraíso de poéticas exquisiteces. Confía en su triunfo viendo el brillo de los ojos que ha conseguido sobre sí toda la atención. Pero de este otro lado está la razón alzándose cuán antídoto del veneno que detrás de tanto sutil delirio se esconde.
La razón posee una justicia de singular crueldad, imagínela como el juez de un estrado tan alto que solo su voz se oye sin alcanzar a verlo, retumba como un relámpago desvirtuando todo otro cuchicheo tendencioso y con cada palabra que emite baja su martillo para aplastarte la cabeza. Mas sus concejos carecen de la rudeza de sus criterios sino son de una sensual persuasión y a la altura del anterior postor se presenta el avatar delicado de tal rigor en la forma de la elegante dama ciega que seguro estoy la han visto alguna vez representada. A un lado la balanza y del otro el puñal, sopesa cada una de las ofrendas que el corazón inspira y su instrumento pierde hacia la perfidia su armonía a toda insinuación, se arma brilla y te hace replegar atemorizado del costo empleado para recuperar la igualdad de los platillos. Y dicta su veredicto, en mi particular caso, aterrador. “Sufrirás. Sabes que es imposible, si le abres tu pecho su contenido perderás pues ajena es y nunca te corresponderá”. No teme decir la verdad con el filo de su aguda daga y la ilusión que crece se destruye en pedazos.
“Olvídala, sácala de tu mente, más te conviene regresar al pasillo oscuro de la ausencia que te resguarda del desencanto de u amor letal”. Pero los recursos de su competencia son bastos, interminables, no le importa cuántas veces sean aplacadas sus fascinaciones, no solo la recupera sino que las suplica haciendo más fuerte su solicitud que la razón contrarresta con argumentos más sólidos y una crudeza acrecentada para cercenar el estímulo que se renueva aunque de a poco va perdiendo la ventaja, demasiado fría para oponerse con su política a la delicia de los pecados que ya ha conquistado de mieles las venas como el preludio de un control total. Entonces las verdades no importan, mucho menos las consecuencias y el buen juicio se rinde, o más bien queda de espaldas y a la espera dejándote a la deriva de tu elección, esconde su balanza y enfunda su espada hasta el momento en que las use para desollarte cuando admitas por fin que siempre estuvo en lo cierto y por necio no quisiste escucharla.
Para concluir, pues en exceso he condimentado este frívolo entremés que poco a la causa suma, a la magra realidad en cuya similitud colmé de las formas que mejor se ajustan a la representación de mi dilema, lo cierto es que cada vez más me sentía atraído por Juli, por su forma de ser, por las increíbles consonancias que teníamos y por los encantadores momentos que compartíamos, ya no podía negar que la amaba aunque lo escondiera en el rincón más recóndito, aprisionado como un maligno saboteador que en libertad pondría en riesgo lo que de ningún modo estaba dispuesto a perder. Pero aun así no fue suficiente para que desatara en mi interior una inusitada tempestad frente a un hecho irrevocable. Sabía que era algo imposible, el pretender conquistar el amor en la misma intensidad en que le sentía; ella estaba en pareja, había formado una familia, no había lugar para una ilusión ante tan sólido impedimento ni tampoco era algo que bajo mis principios hubiera de permitirme y era aquí el argumento más férreo de la razón que me impedía seguir los conceptos de mi corazón estimulado, la cadena principal que me retenía de lanzarme a las tranquilas aguas infestadas de pirañas que de mí harían de dejar el hueso limpio, la descarnada pieza en que a ustedes me presento habiendo sucumbido a la demencia que de todo amarre se libró dejándose caer en el mar de colmillos del que solo resulta esta deteriorada estampa.
¿Cuál es ese principio que antes cité? ¿De qué se trata esa restricción auto impartida que me contenía de avanzar y estrellarme contra un muro inviolable? Ya lamento haberlo mencionado y cuya explicación hará aun más indigesto el enlace hacia donde se dirige mi nefasta condición de villano, punto aun distante en el que toda las creencias perecieron al temblor y arrojadas a los pies de una avalancha que se llevó lo que alguna ve consideré las partes más fundamentales de mi carácter. Pero sólidos bloques de argamasa bien elaborada aun sin haberse desprendido de mi estructura al momento de este emocional destape que en mí Juli había suscitado y sin poder ya dar marcha atrás en esta carrera presurosa por una pendiente cuya gravedad me confería una velocidad insana; y olvidados los frenos de lo imposible, solo quedaba ya para conducirse por esta enfermedad tan agradable y tan peligrosa, estimulante y nociva como este cigarrillo que en mi boca deposita un beso de muerte.