Crónica de un amor delirante

Día 10

El amor que le sentía entonces se convirtió en mí en la causa de un constante malestar, tan difícil de ocultar que ya no me esmeraba en hacerlo, lo dejé libre de manifestarse, dejé que la desazón me controlara volviéndome en una estampa deprimente que también preferí callar y llenar de negativas las respuestas que hacían al interés de algunos, a veces reaccionando de forma brusca y resentida, mas frente a Lia en una figura melancólica y silenciosa que solo terminó carcomiendo la amistad que teníamos, colaboré a alejarla de mí cuando lo que más deseaba era tenerla cerca. Me preguntó tantas veces que me pasaba, por qué estaba triste y no le aclaré la duda. Hubiera sido tan simple, solo tenía que decirle lo que sentía por ella, que la quería conmigo, que yo podía darle lo que de su novio no conseguía y aun más, pero callé como un cobarde y nos fuimos alejando cada vez más, hubiera significado para mejor al dejar de sentir mi hombro empapado de sus lágrimas pero en cambio fue un golpe devastador.

Lo fue más aun cuando cortó conmigo ese fugaz vínculo para atarlo en el floreciente ánimo de quien entonces era mi mejor amigo, me borró de su costado, se cansó de mí y me abandonó a la vera de un clima más prendado de alegría y diversión, me descartó como un pañuelo usado que ya no sirve, una esponja saturada que ya no lograba absorber la tristeza que de sus malos momentos escurría. Fue algo natural supongo, de alguien venenoso como yo me había vuelto prefirió alejarse, quizás hastiada de soportar mi semblante contaminado de pena e incógnitas irresueltas y se acercó a quien podía combatir con frescura sus lapsos de consternación. Fue acertada su decisión aunque para mí tal separación fuera tan difícil de superar como la pérdida del mismo corazón, la pérdida de la cálida razón de existir, de enfrentar cada día. Y verla reír junto a mi buen amigo, ese que se separaba de mí para poder estar con ella, que ahora gozaba de las gotas que me mantenían vivo, me hacía sentir desgarrado el alma.

No puedo reprocharle nada como ven, nunca lo hice pues ya podrán comprender por ustedes mismos que no ha sido de ella ni de Diego, de nadie más que de mí la culpa de que no prosperara cuanto hacía mis ilusiones y que solo en mi cabeza rebotaban cuan ecos atrapados sin poder salir en una magna partitura guardada dentro de un cajón inviolable, palabras tan lindas que ahora solo sirven para nutrir este relato con el vago delirio de que lleguen a sus ojos y pueda enterarse aunque ya no le importe, al menos que se entere por aquí de las respuestas que en tantas ocasiones le negué por la simple satisfacción de tenerla cerca, hablar con ella, convivencia que ya no era capaz de fomentar, demasiado aplastado por la ausencia como para sacar a relucir lo mejor de mí y atraparla otra vez con las cualidades explosivas que al principio la acercaron.

No entendió lo que en mis cartas le insinuaba sin ahondar en la agudeza de una declaración certera y libre de dilataciones sin sentido, debí tirarle el lazo directamente en lugar de esperar a que estuviese lo suficientemente cerca para tender la mano y tomarla, debí ser más arrojado y menos cauteloso, explorar a fondo el concepto del amor en lugar de ahogarme solo con la estela residual de un cometa que divide a la mitad el cielo, persiguiendo solo un rastro dejando escapar al veloz astro que pronto se hallaría demasiado lejos para ser alcanzado, pero ser bañado por sus esquirlas luminosas se sentía tan bien, era tan agradable como quien en soledad disfruta de la compañía de un fantasma, no necesitaba avanzar, me sentía feliz y pleno con los embriagadores efectos de una chispa diminuta sobre un vacío infinito, se volvió un sol su pequeñez y su luz cálida bastaba para saciar el frío del desamparo. Fui tan inocente que me avergüenza admitirlo. ¿O es que me tomé el tiempo suficiente para apreciar lo conseguido antes de pretender aun más? ¿Disfruté del juguete que tenía hasta cansarme y desear otro? ¿Pequé de poco ambicioso y conformista? ¿Fui traicionado por una imaginación viciosa? No lo se.

Fue como el estupor de quien bebe por primera vez. ¿Saben? El alcohol se vuelve una delicia dentro del cuerpo con solo una pequeña dosis, se hace agradable su abrigo que lleva caliente la sangre hasta la punta de los dedos y nubla la mente de absurdas deformaciones que se transforman en el humor sobre cualquier zoncera, no importa si ya no se repite el trago, el efecto ya está ahí dominando en una ebriedad prematura, te conformas con ella para no caer borracho teniendo ya con la bebida la concesión sobre la promiscuidad de un organismo virgen de su tóxico contacto. Ya en la segunda ocasión se necesita más cantidad para renovar la experiencia, el cuerpo pide más, y más aun la tercera vez, el límite solo depende de uno, cada copa crea la tolerancia, la cantidad mantiene el deleite, el placer precisa una mayor dosis para satisfacerse.

Pero yo me conformé con aquella primera copa, con el éxtasis del descubrimiento, el delirio del aroma y el resto era solo una fantasía, sugestiones sobre un umbral humoso, tan potente sobre lo nuevo el logro de un encuentro, una sobrecogedora experiencia, vivirlo solo el roce bastaba, una sobredosis de emoción, un amor idílico que no necesita la posesión física ni ostentar un título, amor de poeta, un amor iluso y el tren que pasa, se aleja y ya no regresa, quedé en el andén suspirando su llegada, apreciando su símbolo sin osar abordarlo, solo yo me mantuve estático, paciente entre los pasajeros que bajan y otros que suben con la celeridad que impulsa la fugacidad de la vida, la estación queda vacía y descubres entonces qué pudo ser y ya no será, que el camino no se detenía allí, pero has dejado escapar la oportunidad. Has reaccionado demasiado tarde. El tren ya no volverá.

Supongo que aunque estaba en una escuela y era uno de los mejores en mi clase, modestamente, nadie hay quien pueda enseñarte de esas cosas, la vida sigue siendo la mejor profesora incluso dentro de aquellas aulas y talleres, en ningún libro puedes hallar la solución a tamañas ecuaciones donde es la química del corazón y las teorías del sentir lo que rige el dictado espontáneo por el que uno se desliza aprendiendo de la práctica dura carente de una fórmula anticipada que trace las parábolas de una improvisación errática, la interacción humana, la única materia en la que siempre he fallado, tan lento para aprender cuando la mecánica de mi estudio era la memorización en lugar de la comprensión, grabar en el cerebro los textos sin el debido razonamiento como obedeciendo a un orden informático utilizado y rápidamente desechado, de nada servía este método para aprobar los exámenes de código aleatorio como el trato entre dos personas suele darse.



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En el texto hay: tragedia, amor, suspenso

Editado: 20.12.2020

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