Crónicas de Sauce y Acacio

Dìa Dos

El Sol ya está asomando y apura a las Hadas para retirarse, antes de que despierten todos y sean vistas.

La claridad de la mañana deja ver renovados colores, con más fuerza, más vibrantes y descansados.

El Sauce, como siempre, ya tiene en la mira al Acacio con las acostumbradas preguntas. Había quedado intrigado por ese asunto de las burbujas que derramó al aire, lo que hizo que las Hormigas lo socorrieran de inmediato. Así que piensa comenzar con ese tema:

—Buenos días, Acacio. ¿De qué hablábamos ayer? ¡Ah! ¡Sí! Usted no es de por acá, ¿verdad? Eso de que sopla información, ¿me lo podría explicar hoy?

El Acacio, que sabe de la memoria prodigiosa de su amigo, continúa con el juego de cada día. Siente mucho orgullo y se agranda bastante cuando tiene que hablar de sí mismo. Entona con su mejor voz de docente de escuela y empieza con la clase número dos de botánica aplicada:

— ¡Otra vez! Bueno, ahí vamos… Los Árboles somos como cocinas, no usamos fuego a diferencia de los Hombres, pero cocinamos todos los días nuestra propia comida.

El Sauce no puede creer lo que oye:

— Pero ¿qué dice? ¿Cocinas? —Duda un momento— ¿Yo también?

El Acacio, feliz de continuar, le recuerda que él también es un Árbol, así que por lógica él también es una gran cocina. Y agrega:

—Nosotros no cazamos. ¿Cómo cree que nos alimentamos?

¡Claro! El Sauce nunca se había puesto a pensar en eso. ¿Cómo comen los Árboles?

Y el Acacio continúa agregando datos:

—Tampoco hacemos popó.

Esto les da mucha gracia y ambos comienzan a festejar el chiste del Acacio. ¡Claro! ¡Ellos no hacen caca!

El Sauce se tentó, y mientras ríe, esparce su aroma de Sauce alegre por el aire. Hasta que se corrige a sí mismo, no sea cosa de que pierda su título de llorón, y sigue con las preguntas:

—Eso no explica el hecho de que usted ayer soplaba burbujas de algo. ¿Qué eran?

Esto no iba a quedar así nomás. Ya lo sabía el Acacio, que prosigue con la clase:

—Aparte de fabricarnos nuestra propia comida, preparamos otros menús. Por ejemplo, mezclamos los ingredientes del aire y los unimos con los de la tierra. El Sol nos ayuda a cocinar todo. Una parte de esa comida es para nosotros, otra parte es para las Hormigas, otra para las Abejas y otra parte se usa para hablar y mandar mensajes a larga distancia, si es necesario, a otros. ¿Qué le parece?

De toda la respuesta dada por el Acacio, al Sauce solo pareció impactarle lo de la comida de las Hormigas:

— ¡Ah! ¡Con que eso es lo que les da a las Hormigas! ¡Parece gustarles mucho!

El Acacio recuerda que una vez les preguntó a las hormigas por qué eso les gusta tanto, y ellas dijeron que porque era dulce. Pero como no tiene boca ni paladar para saborear, no comprendió qué significaba “dulce”. Ellas intentaron de mil formas explicárselo, sin éxito.

Aun así, trata de explicarle al Sauce, que lo mira intrigado. Pero no tiene idea de cómo. ¿Qué es algo dulce? ¿Cómo podría explicar algo que ni él había comprendido?

Mientras ellos están ocupados pensando, se oye una voz que les habla a los gritos, desde abajo, con un acento extraño:

— ¡Hola buenos para nada! ¿Qué hacen?

Ambos miran hacia abajo curiosos. Es Tenorio, el Cerdito. Por cierto: Tenorio es un Cerdito de la raza Hampshire, rosado y con una mancha negra.

El Acacio, que ya había reconocido esa voz, reacciona ante el nuevo visitante:

— ¡Mire, Don Sauce! Usted recién hablaba de extranjeros. Ahí tiene otro ejemplo con Tenorio. ¡Es extranjero también!

El Cerdito no está interesado en el tema, así que se pone marcha atrás con la cola apuntando al Acacio, y empieza a hacer popó a sus pies.

Los Árboles empiezan a gritarle que pare. Acacio le pide desesperado:

— ¡Valla para allá! ¡No sea chancho!

Tenorio, muy sonriente y aliviado, sigue con su tarea mientras le aclara:

— ¡Otra cosa no puedo ser, soy un chancho! Esto les va a venir bien. Ya que son tan buenos cocineros, les dejo otro ingrediente para la receta.

Se ríe y se limpia las patas, revoleando pasto como hacen los perros.

El Acacio aprovecha a sentenciarle una amenaza:

— ¡Ya le va a llegar su San Martín!

Es mucha información para la mañana. ¿Su San Martín? ¿Qué sería eso?”, resuena en la cabeza del Sauce. Ni hablar del tema de que Tenorio también es extranjero.

Pero ya se acabó la oportunidad de preguntar, porque llega corriendo y a los gritos una Gallinita de Guinea, que muy asustada, da vueltas y vueltas alrededor del Sauce:

— ¡Pare de girar! ¡Me está mareando!

La Gallinita pega un alarido, diciendo:

— ¡Se cae el cielo!  ¡Va a llover! ¡Y mucho!

 Alertados, hay ajetreo general, y empiezan los preparativos por la inminente lluvia.

Refugio para unos, y paraguas para otros.

Solo las Espigas que están a un costadito, cerca del agua —dos iguales, casi mellizas, con cara de alegría— empiezan con su canto:

— ¡Que llueva, que llueva!

El Acacio, ignorando a las Espigas, decide soplar burbujas para enterar a los otros Acacios de que llega la tormenta. El Sauce lo ve hacer y se da cuenta:

— ¡Ah! ¡Esa es la información a larga distancia!




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