Crónicas de un Amor Malsano

6.

-Siempre estaré junto a ti.-susurró John a mi oído.- Nunca encontraré a nadie más como tú. Te amo.

-Nunca lo hagas.-respondí aferrándome a su pecho.- Yo también te amo.

-¿Para siempre?-preguntó él.

-Para siempre.-aseguré.

Con John las noches eran oscuras y peligrosas, éramos solamente él y yo huyendo por el mundo, como Bonnie y Clyde, nuestra mayor atracción era el deseo que teníamos de vengarnos de cada persona que nos hizo daño, de enriquecernos y de gobernar cada rincón de la maldita ciudad. 

Caminar tomada de su mano se sentía como caminar sobre nubes y portar joyas de diamantes, nadie se metía en nuestro camino, quién nos veía se apartaba, nos temían y nos respetaban. Él me amaba, y yo lo amaba a él. No había nada en el mundo que nos pudiese separar. 

Nada, pero si alguien.

Ella.

Margaret, la chica de perfecto cabello pelirrojo y ojos verdes, la única presa de la cual nunca se pudo deshacer, dice que quedó hechizado por su vaivén de caderas y cada una de las pecas que portaba en su rostro. Pero ella era diversión, sólo diversión. No la amaba. La única persona a la que realmente amaba era yo.

Era por mí por quien daría la vida, jamás me haría sufrir. 

Yo nunca tuve ojos para más nadie, ni el deseo ni la lujuria me lograron cegar, él con unos tragos en una noche de locura de mí si se pudo olvidar.

Y ojalá, ojalá hubiera sido solo una noche. Pero no fue así.

No fue una noche, fueron muchas noches.

Y ojalá hubieran sido solo unas noches, pero tampoco fue así. 

De todas esas noches metido bajos sus sábanas y trepando por sus caderas, nació un bebé. 

Sí, un bebé.

Producto de la traición, del engaño, de la lujuria y el placer. Producto de mi dolor y mi desdicha.

Pero él no tenía la culpa, las acciones de John eran de John. Sin embargo, él no lo pensó así, y acabó con sus vidas. 

En una noche de tragos y luego de entregarse mutuamente, él la mato, la cortó la garganta y le brindó un adiós, a través del río, en donde la lanzó, junto con su bebé.  Quién también debió haber muerto porque nadie nunca lo buscó. Él debió pedir perdón a Dios. Desde ese día supe que él era un  monstruo, pero le tenía el suficiente miedo como para no poder huir. 

Cada vez que lo intenté mis piernas no respondieron, cada noche que fui de él mi corazón se partió recordando a ese niño que pudo tener una mejor vida. Intenté matarlo, pero fallé, así como fallé la última vez que creí haberlo logrado al huir de él, pero esta vez no sería así. 

Esta vez él no tendría oportunidad para huir, ni para llorar, gritar, ni muchos menos para arrepentirse por cada monstruosidad. Yo haría justicia por mí, por ella y por ese niño. Y por cada persona que murió a manos de John.

Regreso a la realidad, y lo tengo junto a mí, él se estaciona cerca de uno de los lagos, agradezco que esté lloviendo y el lugar este solo, todo es más simple así.

-Bajemos.-indica él y yo hago lo propio.

Caminamos hasta el lago, él toma mi mano y la apreta fuerte. Frente al agua él toma mi rostro con ambas manos y me besa rápidamente. Yo correspondo. Pone una mano en mi cintura y me atrae hacia él con fuerza, comienza a besarme cada vez más rápido y recorre mi cuerpo con la otra mano. Yo me alejo un poco, y él se confunde.

-¿Qué pasa? ¿Ya no te gusto?-pregunta él con malicia.

-No, no es eso, es sólo que, me gustaría nadar en el lago.-sonrío nostalgicamente.- Me gustaría recordar viejos tiempos.

-Es buena idea, pero esta lloviendo, ¿no te da miedo?-él se ríe.

-No le tengo miedo a nada.-afirmo.

-Pues bien, vayamos a esa.-él sonríe con diversión y comienza a desvestirse, yo comienzo a hacer lo mismo y cuando se da la vuelta saco mi arma de mi bolso y lo apunto detrás de la cabeza.- ¿Qué significa esto?-pregunta.- ¿Me montaste una trampa?

-¿Qué crees?-pregunto con seriedad.- ¿Esperabas algo más? Entra al lago.-le ordeno.

-No lo haré.-dice apretando los dientes.

-¡Hazlo, maldita sea!-le grito.- Acabemos con esto ya.

-Está bien, como tú digas.-dice y comienza a entrar al lago.

-Pon las manos detrás de la cabeza y no te des la vuelta. Tenemos que arrepentirnos por nuestros pecados.

-¿Pecados? ¿Cuales pecados?-él se carcajea.

-No seas tan cínico.-le grito.

-No es cinismo, es la verdad, y si a esas vamos, tú y yo tenemos los mismos pecados encima.-intenta persuadirme.

-Yo no maté a mi hijo.-apreto la mandíbula. 

-Ah eso. Ni siquiera lo recordaba.-dice.

-Pues yo me encargare de que lo recuerdes los últimos segundos de tú vida. Comenzando desde ahora.-le digo y sin hablar le disparo cerca del hombro, y luego del otro.

-¡Maldita perra!-grita él quejándose.




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