En su pequeña ciudad, llegó un carnaval, con muchos juegos mecánicos. Paseaba por ahí con la intención de tomar el puente y bajarlo a velocidad alta y poder disfrutar de una tarde patinaje. Descendió el puente esquivando vehículos y bajo a gran velocidad hasta el carnaval. Sin querer, no pudo reducir la velocidad y chocó con un hombre, que llevaba traje de color negro.
—¡Perdón! —, se disculpó cuando ambos cayeron al suelo.
El sujeto le miró con enfado, se dio cuenta que era asiático, algo extraño de ver por esos lugares, mas inusual fue, que lo conocía, era un actor; sin embargo Daniel (ese era su nombre) se fue maldiciendo en su idioma. Se quitó los patines, (en su mochila llevaba sus converses.)
Los patines, los guardó y se adentró a comprar de comer en el carnaval, era la hora cero; camino entre los puestos dónde había muchos premios y juegos de azar. Después dio vuelta y se encontró a un vendedor de algodón de azúcar, sin dudar compró uno al instante. Disfrutando de la música, los gritos de las personas y el ruido de los juegos mecánicos, se paseó hasta darle toda la vuelta al carnaval, satisfecha por el recorrido, se terminó su algodón de azúcar y decidió volver a casa.
En el camino esquivó personas distraídas que le obstruían el paso, y ella sin querer, le metió el pie a un hombre que chocó con ella. Río por lo bajo cuando le vio caer y después se disculpó.
—Perdón…no lo vi… —No dijo nada más, porqué se dio cuenta, que se trataba de Daniel.
Él a su vez, le miró con desprecio y sacó un arma de su saco.
—Será mejor que te fijes por dónde vas… —Le amenazó.
Tragó saliva con pesadez y se echó a correr. Daniel le perseguía y gritó palabras en japonés. Más hombres se unieron a él y aquellos la perseguían.
—¡Yakuzas! —, gritó.
Las personas que estaban en el carnaval en sus ocupaciones, se asustaban al mirar correr a todos esos hombres con las armas por encima de sus hombros. La siguieron hasta salir de las instalaciones, la joven prosiguió con la huida, sin importarle su bienestar mientras se atravesaba en las calles y provocaba que los autos frenaran rechinando las llantas.
Tenía miedo, sabía de lo que eran capaces las personas que estaban involucradas en la mafia. Aunque corriera, aquellos hombres le encontrarían.
Pudo ver a Hidan caminar hacia ella, quiso detenerse y abrazarlo, incluso pedirle su ayuda o esconderse tras él, pero no pudo evitar imaginar que le pasará algo malo por su culpa.
—¡Hidan! —, gritó.
El pelinegro, le miró confundido, sin embargo al mirar que era ella le brillaron los ojos, levantó su mano con el dedo índice hacia arriba.
—¡Te estaba buscando! —Exclamó.
Esperaba que se detuviera, pero la joven le pasó por un lado a una velocidad impresionante. Se percató que iba agitada y qué tras ella iban demasiados hombres de traje.
—¡¿Qué paso?!
—¡Luego te cuento!
Le dolió dejarlo atrás y con la preocupación de no saber que pasaba.
Se hizo de noche y no se dio cuenta hasta que vio los faros de un coche rojo detenerse de golpe frente a ella.
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Editado: 05.04.2018