Andaba entre bodegas. La luz de la luna llena le iluminaba el camino; iba sola, se había escabullido del refugio dónde yacían todos. Llevaban días de viaje, de día caminaba y de noche dormían en dónde pudieran; tenían dos días refugiados en esas bodegas. Caminaba sin cuidado, confiando que no le pasaría nada; mientras respiraba el aroma de la noche, a lo lejos miró un enorme lobo negro de ojos rojos.
Aquella bestia podía pasar desapercibida en esa oscura noche, de no ser porque sus intensos ojos color sangre lo delataban. Observó a la caminante que se detuvo y lo contempló con miedo.
No era común toparse a un lobo de ese inmenso tamaño en lugar cómo aquel; los lobos son seres salvajes que viven en los bosques.
— Sígueme—, escuchó en su cabeza. Se giró y miró detrás. No había nadie, se encontraba sola con ese lobo en frente.
—¿Me escuchaste? —Sorprendida observó al canino, aquel parpadeó.
—¿Quién eres? —, preguntó con un hilo de voz. Cerró los puños al tiempo que pasó saliva y dio un paso.
— Némesis—, respondió el lobo.
Su voz se podría describir cómo un tono ancestral; grave, ni grotesca o siniestra; suave cómo una voz angelical, sabia y vieja.
¿Estaba en peligro? Un enorme lobo con tal nombre y que le hablaba mentalmente, no le beneficiaba en mucho, mas era de noche…y muy tarde; no se olvidaba de su soledad.
— Sígueme—, habló.
—¿A dónde?
—Tenemos que hablar contigo…—El lobo gruño muy suave, movió su cola y le dio la espalda.
Un poco más convencida alcanzó al lobo y caminó a su lado. El lomo le llegaba al ras de su cabeza; quiso acariciar ese pelaje suave y negro, se veía muy brilloso.
Se la pensó unos minutos en poner su mano en aquel pelaje, su pequeña mano, se perdió en el montón de pelos. La movió en círculos varias veces y en aquella acción, se desprendía un aroma agradable de lobo salvaje.
— ¿Quieres subir a mi lomo?
—¿Me dejarías? —preguntó con entusiasmo.
— Sí. Llegaremos más rápido.
—Gracias—, se detuvo. El lobo negro se inclinó permitiendo a su acompañante montarse en su lomo.
— Sostente fuerte, iremos a ochenta kilómetros por hora.
—¿Qué? —El cuerpo se le fue hacía atrás cuando la enorme criatura comenzó a correr. Se aferró a la nuca del canino y apretó fuerte su pelaje; sintió incomodidad y frío, mucho frío.
No se fueron de la zona de las bodegas, porque se detuvieron frente a una y allí, los esperaba un enorme lobo color blanco, también de ojos rojos.
Se sorprendió, eran idénticos a los de Némesis. Se percató de algo extraño, podría jurar que aquel lobo sonreía. No mostraba sus dientes pero su hocico se ondulaba de una forma en la que pareciera una ligera sonrisa animal.
Así pues, el lobo negro se agachó para que la humana bajará de su lomo; al tocar el suelo con la planta de sus pies, sintió un calambre en ellos; luego se frotó las manos en los costados de su pantalón para sacudirse los pelos negros que se pegaron en sus manos por el sudor.
Observó la Luna. En esos momentos ya no era la luna pequeña y blanca que había visto antes; estaba enorme y roja; parpadeó para comprobar que había visto bien. Tuvo la sorpresa de toparse con la misma Luna, sin embargo su color era amarillo.
—¿Qué fue eso?
—Mi luna —, contestó Némesis. Él avanzó pasándose al lado del lobo blanco. Los caninos se saludaron golpeando sus narices.
—¿Van a matarme?
— No —, respondieron los lobos y la miraron fijamente. —Debemos mostrarte algo…
—¿Por qué a mí? —La chica sonrió de medio lado. —Siempre me pasan cosas raras desde que encontré a Gabriel. —Se quejó.
Aquellos lobos salvajes la derribaron sin piedad, ambos colocaron una pata en su pecho sofocándola, y amenazando con encajarle sus garras cerca del corazón. Sentía el peso de sus cuerpos, le miraban; los ojos rojos la cobijaban en su agonía; no podía respirar.
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Editado: 05.04.2018