Paseaba en un pasillo con azulejo blanco que a su vez, reflejaba la luz de las lámparas del techo. Suspiró, todo estaba desierto de acuerdo a la hora que marcaba su reloj de mano: 3 a.m. Caminó por el largo pasillo de aquella terminal de autobús desolada, esperando no encontrar a nadie conocido. Se acomodó el equipaje al otro hombro, abrió el paquete de chicles que guardaba en el bolso del pantalón y metió uno a su boca; se dedicó a disfrutar el delicioso sabor a frutas.
Bostezó y se llevó una mano a la boca, volvió a suspirar y unas lágrimas cristalizaron sus ojos cafés. De nueva cuenta había dejado seres queridos para seguir la aventura, una de la cual no sabía el final. Al salir del edificio, se sorprendió cuando la luz del sol le cegó, (era muy temprano para que estuviera el alba) y no sólo eso, unos hombres en traje negro le tomaron de los brazos desprevenida y a la fuerza la subieron a una 'van' color blanca. Su nueva aventura estaba por comenzar.
***
Despertó con pies y manos atados a una silla de madera color blanca y muy incómoda, el sabor de su boca le sabia a medicina amarga, su cabeza se ladeó en varias direcciones antes de enfocar el panorama que la rodeaba. Frente a ella había una mesa del mismo color de la silla, el cuarto de paredes verde seco de pintura gastada y, que además mostraban el color anterior que era azul pardo, yacía rodeado de oscuridad y objetos viejos desconocidos, sin embargo, no estaba sola, al otro de la mesa se encontraba un hombre asiático con finta de yakuza, empero, aquel sujeto era coreano y dueño de un casino a miles de kilómetros de allí.
«La moneda, quieren la moneda.» La moneda la tenía Reed, y él tal vez aún no lo sabía. Esa moneda dorada contenía grabada por ambos lados la misma imagen: rayos de luz iluminando a un sujeto, que dio por sentado que se trataba de un Mesías. Aquella moneda de oro que ganó al jugar en una máquina de robar dinero en un casino, era un objeto muy extraño que consideró 'especial', como todos aquellos objetos que encontraba, fueran buenos o malos casi siempre se deshacía de ellos. Sin embargo no se lo dejó a Reed para causarle problemas, considera a ese hombre era alguien de fiar y confiaba que guardaría esa moneda hasta otro encuentro, pues ese día Reed regresó de viaje y ella partía. Lo vio en la terminal temblando de frío, lo abrazó en forma de despedida y le metió la moneda en un compartimiento de su mochila de viaje a la vez que frotaba sus hombros para brindarle calor.
Se topó con Mar en el trayecto, ambas se saludaron con un abrazo y ella le dijo que había abrazado a Reed, para después gritar como fangirls, luego se despidió de ella ondeando la mano izquierda.
***
Miró al sujeto, no sabía si debía hablar, pues aún no la cuestionaban pero la pregunta tonta se presentó:
— ¿Dónde estoy?—dijo al fin. Ante la pregunta el hombre la observó, caminó hasta la silla y al pasar, movió la bombilla que los iluminaba.
— ¿Quién eres?
— ¿Dónde estoy?—respondió.
— ¿Quién eres?—volvió a preguntar, irritado.
— ¿Quién pregunta?—sonrió. El asiático bufó, si seguía así, iba a torturarla y ya estaba imaginando como.
—Te seguimos—, concluyó tajante—hay algo que me pertenece que tú tienes.
—Y por eso estoy amarrada ¿que he de tener?—respondió sorprendida. «Estúpida moneda. Debo salir de aquí.» El hombre rió mostrando sus dientes, la miró con sorna y la sonrisa se esfumó reemplazada por una mueca; golpeó la mesa sobresaltándola y luego, acercó su rostro a unos centímetros del suyo.
—No me causa gracia—comentó, — ¿dónde está la moneda?
— ¿La moneda?—respondió, — ¿te refieres a la moneda de oro que usé para jugar otra ronda en la máquina?
— ¿Qué?—bufó, —no volviste a jugar, lo vimos en la cámara. La guardaste y te fuiste.
—Fui a otro casino—alardeó, —ahí la dejé.
— ¿Segura?
— ¡Claro!—respondió,—deberían ir a buscarla—volvió a sonreír sabiendo que ese gesto, molestaría a su interlocutor. Una mano se impactó en su mejilla, se quejó y al sentir el sabor de su sangre dentro de su boca, se enojó; se había mordido la mejilla.
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Editado: 14.04.2018