Había un lugar antiguo en la ciudad —, antes de llegar al bosque dónde tanto le gustaba ir a perderse — siempre y cuando no pasarán hechos extraños, que alguna vez volverían a pasar. Ya no iba a ese sitio desde que despertó en una cama de un cuarto pequeño, cerca de un cementerio. Dónde había despertado, era la casa del velador del cementerio, pero, había otras dos camas vacías y lo último que recuerda fue haber visto un lobo.
Entró pasando las columnas que servían para transportar agua, cruzó un campo pequeño de futbol y se quedó mirando a los jugadores. Era futbol callejero, así que no importaba mucho cómo iban en el marcador, pues todos se golpeaban con brusquedad. Se acercó al puesto pequeño de lámina y compró un refresco que le sirvieron en una bolsa con pajilla, era sabor fresa su favorito, mientras bebía, se fijó que los jugadores estaban diciéndole a un hombre cómo patear el balón, extrañada, miró a aquel rubio de playera blanca y pantalón de mezclilla, que estaba roto de las rodillas, pero, fue más extraño, ver que llevaba botas estilo militar, era imposible juegar al balón pie con ese calzado. Se quedó pues, observándole por un momento, hasta que el rubio, sonrió de lado a lado, contentísimo, porque había podido hacer un pase largo.
Lyla, se quedó pasmada, ya que no creía lo que veían sus ojos, aquel rubio torpe, de cabellos cortos, era Eckhart. Gritó a todo pulmón el nombre del mayor y corrió, levantando sus manos afanada por la sopresa. El susodicho, al instante buscó a quien le llamaba, y volvió a sonreír de lado a lado al verla, por lo tanto, con el mismo entusiasmo que Lyla proyectaba en ese instante, emprendió camino hasta ella.
— ¡Lyla! — Estiró los brazos para rodearla en un abrazo cariñoso.
La joven lo envolvió entre los suyos y lo abrazó con fuerza, estrujándolo. Llevaba meses sin saber nada de Eckhart, hace poco había visto a Corín y Rhys, pero, nadie le comentó que Eckhart estaba en la ciudad, quizá, era al que más extrañaba y sólo lo sabía en ese momento que lo abrazaba con la cabeza recargada en su pecho. Casi podía sentir sus costillas porque era muy delgado. Se separaron y ambos se dedicaron una sonrisa de complicidad. Era por eso que Lyla le quería mucho, pareciera extraño que con Eckhart no hacía falta hablar para comunicarse; se tomaron de las manos y caminaron dejando el campo de futbol. Llegaron a un restaurante muy cerca de ahí, pues pertenecía a ese enorme lugar. A la fémina le estremecía la zona porque parecía un castillo muy antiguo y siempre se preguntaba cómo fue que pudieron acomodar la instalación eléctrica y todas las cosas que lo adornaban, a pesar que sabía que existían las escaleras desde hace milenios, había lugares que en realidad era imposible poner un objeto con una.
Eckhart se dio cuenta que Lyla se inquietaba, así que sonriente, le tomó de la mano y la obligó a levantarse de la mesa dónde habían llegado. La condujo hasta un muro, dedicándole una sonrisa radiante, provocando que la joven le mirara incrédula, pues sabía que tramaba algo.
— No vayas a soltar mi mano. — Le dijo Eckhart, mientras subía por una escalera invisible. Al verlo, como sus pies se movían, imitando el movimiento de los peldaños, Lyla recordó aquel día en que Corín hizo lo mismo y le pidió que no mirara abajo; menos que le soltara la mano. No le temía a las alturas, mas no ver lo que había bajo sus pies le causaba cierta angustia, porque ella subía y no sentía ningún escalón bajo sus pies.
Eckhart no le soltó la mano en ningún momento, pero, le enseñó cómo habían puesto esos objetos sobre las paredes, además le contó una historia dónde los protagonistas era un candelabro y una ruda. Vaya forma de contar leyendas, pues el sujeto, se detuvo cerca de una porta antorcha, su voz se volvió seria y miró a la joven a los ojos. Lyla se estremeció, pensó que su compañero le soltaría y le dejaría caer; sin embargo, eso no sucedió.
— Todo lo que veas allá, no es rea l—, le advitió. — Pero no dejes que te toquen las serpientes…
━⊰❖⊱━
Tras aquella advertencia, la joven se encontró en un callejón lleno de arena gris. Estaba descalza y tenía mucho frío, por lo cual, decidió meter sus pies desnudos sobre la arena. Recordaba que cuando era una niña, siempre que se le hundía el pie en la arena para construcción, se encontraba caliente; aunque al dar el primer paso, su pie se hundió y escuchó el sonido de una serpiente atacando. Reaccionó y logró esquivar a la serpiente negra de ojos rojos que había saltado a su rostro, emprendió el escape, pero, a cada paso una serpiente más salía. Se aterró, tenía miedo que esas serpientes le mordieran los pies. Esperaba que al terminó de aquel callejón lleno de arena, le esperara Eckhart, porque sabía que en ese camino iba a estar sola.
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Editado: 14.07.2020