Crónicas de una despedida

Capítulo II: ¡Apagad las luces!

"...Llevo en mi sangre el recuerdo del mar y lágrimas en mis ojos..."

 

Apagaré las luces tan sólo unos instantes se dice a sí misma Bertha, mientras escoge de su reproductor musical una canción de Chester Bennington y los Linkin Park. "In my remains" (en mis restos), sonando a todo volumen una y otra vez. No existe poder más hermosamente perfecto que la música para transportarte a un centenar de recuerdos y memorias olvidadas por el tiempo. Sentir esos latidos incesantes en el corazón cada vez que se acerca esa tonada especial, ese coro que retumba en las paredes de la habitación de promesas que nunca llegaron y esa voz que se quiebra, la de Bertha, tan clara y sonora al cantar con todas las fuerzas de sus pulmones, expulsando al aire sonidos de rabia y melancolía. Es esa extraña melodía que tu cerebro mantiene en la caja fuerte de los buenos momentos.

Justamente en ese momento, cuando Bertha cierra los ojos y se tumba en la cama con los brazos abiertos hacia el cielo, o en este caso, hacia el techo blanco sin estrellas, esperando una respuesta del viento y más allá. ¿Por qué a mí, y por qué a nosotros? ¿Tan mal nos hemos portado para merecer un puñetazo en la cara tan fuerte que nos deja en estado de coma, o nos convierte en seres sin alma y corazón, arrastrados como ovejas al matadero, destinados a sucumbir ante un pequeño insecto con ínfulas de gigante rojo? ¿Ya no hemos tenido suficiente con haber tocado fondo, habernos rendido, humillados, derrotados en mente y alma, arrodillados, malheridos, y sin armas para defendernos, tan solo dos manos desgastadas lanzadas al aire, pidiendo clemencia? Mientras cada segundo que pasa nos llenan la espalda de latigazos y latigazos, más duros a la vez que tenemos menos fuerza. ¿Por qué tanta injusticia terrenal, donde los buenos son confinados a una celda, sin libertad y removidas sus lenguas y pensamientos? O peor aún, les son arrancados el corazón para no poder jamás luchar por la verdad. Así, desangrar y desvanecer lentamente. ¿Y los malos? Pues gozan de inmunidad divinamente demoníaca para sembrar destrucción a sus anchas, camuflajeandose de ovejitas blancas con buenos deseos. Hoy en día, el verde olivo, representa la bandera de la impunidad, es el color del nepotismo.

Por eso, apaguemos las luces, para desconectarnos del mundo en llamas, dejarnos llevar por la música. Fuera de esas cuatro paredes blancas, existe otro tipo de oscuridad. Una niebla densamente roja, con ciertos matices negros que poco a poco, año a año, durante cuatro lustros, se ha esparcido por todos los rincones de la tierra fértil. La tierra más fértil de todas, donde incluso los ríos color negro, son tan significantes e importantes como los mares azules, el dorado que surge de las minas y el eterno atardecer rojizo que acompaña un día maravilloso, en ésta, la tierra de Bertha.

Es esta maldita niebla, la que cubre con recelo, envidiosa, todo un vasto territorio. Un sitio de amor, prosperidad y alegría fue una vez. Hoy sucumbe bajo las garras de "potentes". Esta niebla es tan tóxica que comienza lentamente a ingresar por cada poro del ser humano como una inyección letal que destruye células, órganos, tejidos, membranas, músculos y huesos. Empiezan los síntomas con signos de éxtasis. Pequeñas euforias, que son nada más que ilusiones lanzadas al viento. Alucinaciones trágicas de un mundo utópico visualizadas por el "infectado", creando un ambiente de normalidad y austeridad. Falsedades y mentiras creídas repetidamente, convertidas en verdad absoluta, provocan un entumecimiento de la parte cerebral pensante, incapaz de razonar y reaccionar ante las más absurdas y atroces situaciones cotidianas. Es una especie de lobotomía, lo que la niebla ocasiona al cerebro, dejando en modo "zombie" luego de un cierto tiempo, a todo aquel que lo inhala.

Prosigue con el ataque a las demás partes del cuerpo. Notablemente la masa muscular es afectada salvajemente. Caras demacradas, delgadez extrema y desnutrición abundan. La niebla roja destruye las aguas, los campos, las siembras. Prácticamente, los enfermos se alimentan del aire contaminado y no tienen la suficiente fuerza para conseguir zafarse del problema. Por último, fallecen en el intento de sobrevivir a este mundo cruel. Apagad las luces por ellos, los desconocidos que mueren injustamente y a los que nadie llevará rosas a sus tumbas. La niebla se encargó de clausurar cementerios e inaugurar fosas comunes.

¡Maldita niebla una vez más! – dice en sus sueños Bertha- por ti y gracias a ti, tengo que partir a confines desconocidos con lo poco que tengo para sobrevivir, dejar a los seres que más quiero, sola. Para escapar de ti, y lograr mis sueños.

Apaguemos las luces para recordar. Esos sueños que Bertha diariamente plantaba en lo más preciado de su interior, como hermosas rosas en un jardín trasero, empezaron como semilla, con constancia y mucho cuidado fueron creciendo hasta que empezaron a florecer. Pero la niebla las marchitó. 

 

De pequeña quería ser abogado, para pelear por la justicia, resolver conflictos, la protección de la verdad y el razonamiento lógico en busca de la convivencia común. Tener un sentido más humano que la comprometiera con el mundo, con la tierra que pisaba día a día, poder admirar desde el alba hasta el ocaso todo su esfuerzo en aras de convertirse en un activo útil para su país, su patria. Más, sin embargo, las circunstancias la llevan por otro camino. El camino de lo desconocido. Una carretera de kilómetros de fango por caminar.



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En el texto hay: amor doloroso, venezuela, despedida

Editado: 15.06.2020

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