Historia 22: ¡Gilberto Casanova entra en escena!
Pablo no llegó a clases el viernes, su asiento continuaba en blanco, carente de atenciones o comentarios por parte de sus compañeros. Esmeralda ya estaba decidida, durante la tarde del sábado confesaría la verdad y rechazaría cualquier tipo de sentimientos románticos hacia el pelirrojo. Cada segundo era una tortura, en su imaginación se veía a sí misma caminando junto a Pablo, sonriendo mucho y disfrutando una vida escolar maravillosa.
Ella tenía todo lo necesario para hacerlo feliz, definitivamente era verdad, si no fuese una Chica Mágica ya serían novios desde hace tiempo. ¿Cómo sería tener novio?, aquella pregunta rondó por los albores de su mente durante toda la mañana.
—Esmeralda, ¿podrías responder la pregunta? —Su profesora de historia la llamó desde la pizarra, la chica negó con la cabeza algo deprimida y luego suspiró.
—Disculpe, profesora, ¿podría repetirme la pregunta?
—Sí, ¿sabes quién fue Juan Álvarez?, deberías saberlo, ya que nuestra ciudad se llama así.
—Juan Álvarez fue un militar famoso del siglo XIX, que luchó y fue pieza clave en muchos conflictos armados del país. También fue presidente de la Republica tras la caída de Santa Anna y ayudó a los militares mexicanos a expulsar al segundo Imperio Mexicano, todo un héroe de guerra que ha sido olvidado por la historia. —Esmeralda respondió con claridad, después de todo, Juan Álvarez era un personaje opacado por personas como Hidalgo, Juárez y demás héroes mexicanos que venían en los libros de historia.
Sí, en cierto modo, Álvarez era un héroe discreto, como la ciudad donde vivían. No era muy famosa a nivel mundial, tampoco atraían turistas y se llamaba como el caudillo debido a una batalla militar ocurrida durante la segunda intervención francesa. En resumen, Juan Álvarez representaba a los verdaderos héroes mexicanos, personas que sin buscar fama o riquezas dieron todo por su país. Esmeralda consideraba al general Álvarez como un ejemplo para su trabajo, ya que nunca buscó reconocimiento ni dinero, tampoco le importaban las remuneraciones de su oficio.
De haberlo conocido, se habrían llevado bien.
—Gracias por la explicación. —La profesora continuó dando su clase, dejando a Esmeralda un poco pensativa.
¿En verdad estaba en lo correcto?
¿Valía la pena sacrificar su felicidad de esa forma?
Sí, valía la pena, por el legado de Victoria y su determinación, no podía sucumbir ante sus ganas de estar con Pablo. Esmeralda miró por la ventana y sin más que decir, soltó un suspiro.
Las clases continuaron sin ninguna novedad, nuestra protagonista estuvo divagando todo el tiempo y ni siquiera prestó atención. Las palabras del docente entraban por una oreja y salían por otra, era un ciclo interminable que no valía la pena repetir. Wendy fue testigo de eso, pero no dijo nada, sencillamente se limitó a bostezar por lo aburridas que eran las lecciones.
Además, de nada servía aconsejarle ahora, ya que Esmeralda había tomado una decisión firme.
Mientras tanto…
Pablo Casanova caminaba por el distrito comercial con la mirada baja, el reloj marcaba ya las tres de la tarde y el clima caluroso poco a poco lo hacía sudar. Como no tenía nada que hacer decidió meterse a un restaurante modesto de comida japonesa, él no era fanático de ese tipo de platillos, pero el aire acondicionado y sus pocas ganas de caminar lo hicieron llegar a ese lugar.
—Oh, ¿no eres Pablo Casanova? —Una voz familiar lo llamó desde atrás, era Yamamoto Ryo, el chico de intercambio popular que conoció en la reunión de Wendy hace algunos meses —. ¿Puedo sentarme?, ya no hay más lugares.
—Adelante —respondió Pablo, el chico seguía mirando el menú con desinterés, en seguida, respiró profundamente mientras continuaba ojeando el menú.
—Te recomiendo que pruebes el ramen, sabe muy bien. —Ryo sonrió abiertamente y sin dudarlo pidió a la señorita del lugar que le sirviese un buen plato de ramen, un platillo típico de su país.
—Hace demasiado calor para comer eso, yo pediré estas bolas de arroz. —Casanova por su parte solo eligió las bolitas de arroz más baratas del menú, la camarera tomó las órdenes y se retiró a la cocina para efectuarlas.
—Vamos, no tienes que estar tan amargado, ¿pasó algo?