Historia 24: Los Casanova, el clan más poderoso del mundo
POV: Pablo Casanova
Lo que iba a ser un sábado grandioso terminó siendo una verdadera tragedia, el oponente que más había buscado por fin apareció, pero no de la manera que yo deseaba. Gilberto Casanova, mi tío y también el asesino de mis padres, no hacía falta mucha memoria para darse cuenta de la cruda realidad. Cuando descubrí el pergamino de mi familia tuve acceso a la investigación de papá, todo esto pasó a los ocho años de edad.
En ese entonces, realmente pensé que era una especie de elegido, pero rápidamente me di cuenta que mi rol en el mundo no difería mucho de un civil cualquiera. Creí que leer los pergaminos y aprender las técnicas que ahí decían me convertirían en un ser poderoso, capaz de realizar milagros sorprendentes, no obstante, tras conocer a un paladín del Vaticano me di cuenta lo insignificante que era mi papel a nivel mundial.
—¿Por qué tan apurado, sobrino?, estas chicas quisieron jugar conmigo primero.
—En verdad eres desagradable, Gilberto Casanova, deja a mis amigas en paz de una buena vez, no lo diré de nuevo.
—Eres todo un mandón, al igual que tu padre. Es la primera vez que nos vemos en muchos años, ¿no deberías al menos darme un abrazo de familia?, tú sabes, por los viejos tiempos. —Gilberto hablaba con un tono burlesco y sarcástico, ese bastardo en verdad me sacaba de mis casillas, con solo verlo me daban ganas de soltarle un puñetazo directo en la cara.
—Nunca hubo viejos tiempos, solo quiero saber una cosa, ¿por qué atrapaste a mis amigas?, si tanto querías luchar conmigo pudiste haberme buscado.
—Ese era el plan original, pero ellas saltaron hacia mí con su estúpido sermón de la justicia. No las culpo, yo también hago tonterías sin ganancia alguna, si ellas desean tener placer por ayudar a la gente, supongo que yo soy lo contrario, mi placer es destruir la mente de las personas. Al fin y al cabo, tus amigas y yo buscamos un fin donde no ganaremos nada personalmente.
—No entendí un carajo de lo que dijiste…—susurré, el solo escuchar esa maldita voz me daba dolor de cabeza, Gilberto Casanova era una escoria total, carente de sentimientos o amabilidad. La forma en que maniató a mis queridas amigas fue solo la punta del iceberg, Gilberto tenía fama de amputar miembros de personas inocentes o torturarlas hasta la locura. En cierto modo, mi tío se limitó solo a darles un castigo físico.
—Entonces te lo diré de una forma para que puedas entenderme, ¡por diversión!, quería ver como reaccionabas al ver a tus únicas amigas lastimadas. ¡Y valió la pena!, deberías ver tu pinche cara, sobrino de mierda, esos ojos tan hipócritas y egoístas son iguales a los de mi hermano, pero al mismo tiempo, también se parecen a los míos, ¿menuda contradicción, no?
Sí, no había duda alguna…
Físicamente, Gilberto y yo nos parecíamos mucho, ambos teníamos el cabello rojo y nuestro semblante era prácticamente el mismo, de no ser por su enorme musculatura y cabello ligeramente canoso, seríamos idénticos en apariencia. Sin embargo, su voz era mucho más grave que la mía y nuestra forma de vestir también variaba. Él prefería las camisetas sin mangas para presumir sus músculos, yo las chaquetas negras y los símbolos antiguos.
—Estás enfermo…
—Enfermo o no, hoy me divertiré contigo. —Eché un vistazo al coliseo improvisado, Gilberto no puso trampas ni nada que le diese ventaja en una barrera suya. Al parecer, mi tío estaba confiado de sus habilidades, ya que fácilmente pudo haber llenado el campo de familiares mágicos o algunos dispositivos especiales para reducir mi fuerza.
Pero no, el escenario yacía limpio de artimañas o trucos cobardes, a pesar de su personalidad retrograda e inhumana, Gilberto seguía siendo parte de la familia Casanova y por ende, los trucos sucios no estaban en su vocabulario.
—¡Espera!, ¡Pablo! —Esmeralda trató de arrastrarse por su celda, no obstante, se veía muy lastimada, sus hermosos ojos perdieron el brillo que los caracterizaba, además, ninguna parte de su rostro quedó intacta de golpes. Mi sangre hirvió, ver a Esmeralda en ese estado solamente incrementó más mi furia, ¡cómo pudo pegarle a mi querida amiga!, esto no iba a solucionarse con una simple disculpa.
Además, Gilberto no tenía intenciones de disculparse tampoco.
—Voy a salvarlas a ambas, Esmeralda, Wendy, solo esperen.