Ubicado en la isla de San Denis cerda de Madagascar, Joseph y sus compañeros entregaban el último cargamento para volver a casa. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde hora local, cuando por fin comenzaron a desocuparse. Joseph se sentía feliz porque en cuestión de días estaría sano y salvo junto a sus seres queridos en Australia.
A medida que caía la noche, el barco se encontraba listo para zarpar. Los marineros celebraban, sabían que para el próximo año cada uno sería ascendido dependiendo de su rango y desempeño.
Mientras Joseph celebraba con sus compañeros, en el otro buque Evan aun descargaba en el puerto de Christchurch, una pequeña ciudad de Nueva Zelanda, de ahí pasaría al Atlántico. Una semana aproximadamente les tomaría hasta llegar a Santo Domingo, luego bajarían hasta Río de Janeiro y regresarían a casa pasando por la Patagonia, específicamente por el pasaje de Drake.
El joven no tenía interés en volver a casa, quería pasar más tiempo en el buque. Se sentía más tranquilo pues comenzaba a conectarse aún más con el océano tras haber descubierto su identidad. Poco a poco Evan veía todo desde otra perspectiva, ahora las cosas tenían sentido para él.
Así, corrían las horas y el barco en el que Joseph estaba se encontraba a mitad del océano índico, aproximadamente a ochenta y cinco grados longitud Este. Tal vez en unas ocho horas entraría al mar de Timor, en donde bajaría en la ciudad de Darwin y tomaría un avión hasta Brisbane.
Mientras en el océano Joseph se acercaba a Australia, en tierra firme, Eudora se preparaba para su travesía a Tritonia. Luego de haber conversado con Eugene, la mujer se disculpó por las molestias causadas y se marchó. Judith comenzó a cuestionarse acerca del paradero de su esposo en los últimos quince años. Así que decidió ir a casa de Stara en busca de respuestas.
Camino a casa de la sirena, Judith notó algo en el mar. Lumina y Eudora hablaban, la joven estaba sobre una enorme roca y Eudora estaba en el agua. Judith pensó en que no había nada inusual hasta que Eudora se sumergió. A pocos metros aquella extraña mujer se asomó y se despidió de Lumina. Al voltearse dejó al descubierto su cola, Lumina rápidamente bajó de la roca y caminó a casa de su tía pensando que nadie la había visto.
Dominada por el miedo continuó su camino a casa de Stara, al llegar a la puerta escuchó a su antigua vecina decir “espero que no haya olvidado el camino a Tritonia”.
—¿Tritonia? —susurró Judith —¿Existe un lugar con ese nombre? — tocó la puerta y Lumina abrió con una tierna sonrisa diciendo — Señora Judith, que bueno verla por acá. ¡Adelante!
La señora Verlander caminó lentamente y se detuvo en medio de la sala. Saludó y algo nerviosa miraba a todos sin saber qué decir.
—¿Ocurre algo? —preguntó Stara al notar a Judith un poco extraña.
A lo que Judith respondió con otra pregunta —¿Puedo hablar un momento con Lumina? — hizo una pausa y tragó en seco —Necesito aclarar ciertas dudas.
La joven sirena pensó por un instante que se trataba de Joseph, aunque la mirada de aquella mujer decía otra cosa. Stara y el resto salieron al patio trasero, en ese momento la madre del marinero comenzó la conversación diciendo lo que había visto en la playa.
Lumina quedó impactada y no sabía que decir, en realidad la joven no era buena diciendo mentiras. —Señora Judith, creo que está confundida. Era un delfín. —
—¿Hablas con los delfines? Lumina, se exactamente lo que vi allí afuera. La mujer que te acompañó hasta mi casa no salió del agua, además, nada muy rápido. No había visto a nadie nadar a esa velocidad ni en los juegos olímpicos. —hizo una pausa y continuó —¿Qué está pasando? ¿Por qué Eugene se alteró al ver a esa mujer?
La princesa de Tritonia no tuvo alternativa, estaba bajo presión ante la mirada de recelo de Judith, mirada que le hacía recordar a su padre cuando este la regañaba. —Tome asiento, volveré en un momento. — dijo Lumina y rápidamente fue por su tía.
Judith se acomodó en el sillón y esperó por la chica que en cuestión de segundos regresó con Stara. Allí, comenzó una larga conversación. Judith no podía creer que todo aquello fuese verdad, hasta que las sirenas cambiaron de forma justo en frente de sus ojos. La madre del marinero estaba tan estupefacta que no dijo absolutamente nada por varios minutos.
Stara le suplicó que no revelara el secreto ya que representaba un peligro para su civilización y que su propio hijo se vería afectado. Al escuchar lo último Judith juró no decir nada, sabía que era un tema delicado y que la humanidad no estaría preparada para algo así. Luego de prometer no decir una palabra al respecto, la mujer preguntó —Entonces, ¿mi esposo estuvo cautivo todo este tiempo en una isla oculta a la que por casualidad fue a parar Joseph?
—Sí, afortunadamente en nuestro pueblo no devoramos a los humanos. De lo contrario Eugene sería historia al igual que el muchacho. — comentó Stara —Aquella vez que Joseph desapareció, en realidad estaba secuestrado por uno de nuestros enemigos.
—Esto es demasiado para mí. —dijo Judith y se levantó —creo que debo hablar con Eugene al respecto — se despidió y partió a casa.
A la mañana siguiente aproximadamente tipo nueve, Lumina salió a nadar. De la nada sintió el impulso de visitar Tritonia, pero sabía que Joseph se acercaba a tierra firme y debía mantener la promesa. La sirena había estado por unos minutos a la orilla del mar. De pronto sintió que algo bajo el agua se acercaba a ella. Asustada, se puso de pie lo más rápido posible y se alejó para ver que podía ser. Su hermana había regresado a tierra firme.
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Editado: 01.04.2021