Entreabrí los ojos mientras despertaba lentamente, palpé mi cama en busca de ese molesto zumbido que no me dejaba dormir. Tomé mi celular dudando si debía revisarlo, o lo lanzaba a un rincón del cuarto para seguir durmiendo. Con un suspiro desbloqueé el celular. Eran las diez de la mañana y ya tenía siete llamadas perdidas de Alonso y cuatro de Christian. Me puse a revisar los mensajes; que también eran numerosos; pero sin importancia. Me levanté con pereza, bostecé y estrujé mis ojos para poder ver bien mi celular, que volvió a vibrar en mi mano. Otro mensaje; era Alonso de nuevo:
“Cholo, ya estoy en la casa de Christian, acabo de hablar con Alberto y Jesús, ya están viniendo, apura maldita”.
Sin terminar de leer bien el mensaje me llegó otro de Christian:
“Primo, el balonso ya está aquí jodiendo la vida jajajaja apúrate pe. Ah, por cierto, hablé con Jesús, estaba bajando al terminal para recoger a Miguel así que apúrate”.
—Tira de desesperados —dije mientras lanzaba mi celular a la cama. No tenía muchos ánimos de ir, ya que, como era costumbre, me había quedado toda la noche cuidando a mi abuelo; quien, por fortuna, había dormido sin problemas, y solo se había levantado un par de veces al baño. No podía faltar esta vez, ya que todos habíamos acordado ir. Éramos amigos desde hace ya varios años. A Jesús lo conocía desde hacía quince años, Alberto y Christian hace trece. Los únicos que tenía menos tiempo conociendo eran Alonso y Miguel; siete y seis años respectivamente. Siempre habíamos tenido contacto entre nosotros, pero ya muy rara vez nos juntábamos, y hacía más de tres años que no nos reuníamos, incluyendo a Verónica y a Augusto que habían aceptado ir al departamento de Christian. Aquello era muy sorprendente, ya que por sus dos hijos era difícil que salieran. No tenía excusas para no ir, así que me metí a la ducha.
Traté de no demorar ni perder la paciencia por los insistentes mensajes que no dejaban de llegar. Al salir de la ducha cogí el celular sin revisar lo demás, e intenté comunicarme con Emma; mi novia. No había ningún mensaje de ella. Emma no se encontraba en Arequipa, nuestra relación era un tanto complicada porque era a larga distancia, pero eso no me desanimaba, yo estaba muy seguro de lo que sentía. Lancé mi celular a la cama, ella me había advertido que estaba lloviendo mucho en Caracas, y que la señal estaría muy baja; así que tendría que esperar paciente a que su señal retornara.
Terminé de cambiarme, cogí las llaves y salí a buscar un taxi. Según los mensajes, Alberto ya se encontraba allá. Aún tenía algo de sueño, pero sabía que me iba a divertir ese día, sentía una muy buena vibra. Aunque me incomodaba el hecho de que Emma no estuviera ahí conmigo; le dejé un mensaje para avisarle que ya estaba llegando donde Christian. Al llegar toqué la puerta y Alonso se asomó por la ventana.
—Negrito, ya bajo —me gritó, Christian también se asomó.
—¡Un reno! —grité al ver a Christian, provocando la risa de todos.
—¡Basuuura! —Christian rio fuerte— ¿Has traído cigarros?
—Nada cholito, ya no fumo —dije en el momento que Alonso abría la puerta.
—Sí, harto —se burló Alonso mientras lo saludaba con un abrazo, Christian estaba en la parte superior de las gradas esperando que subiera.
—A la hora que llegas —reclamó Alberto cuando me vio entrar. Se acercó a mí con la jarra en la mano—. Ya empezamos hace rato.
—Se supone que era a la una, así que es demasiado temprano. —Sonreí mientras cogía la jarra y lo saludaba con un abrazo.
—Este desesperado que nos jode a todos —comentó Christian golpeando suave el hombro de Alonso.
—Tengo sed, pe —Reí—, ¡Vamos a libar! —Tomamos posiciones dentro; Christian y Alonso se sentaron en la cama, mientras que Alberto se sentó en una silla al lado derecho de ellos; yo me senté al frente, en el escritorio; mientras me servía un poco del licor que habían preparado en la jarra. Por el aroma, era ron.
Por un momento detallé cómo habíamos cambiado en estos años distanciados, aunque nos seguíamos en nuestras redes sociales y miraba fotos de ellos de vez en cuando, la diferencia era notoria.
Christian era el que se veía más igual. Seguía siendo delgado, aunque ya no tan definido como antes. Conservaba el mismo corte de cabello que tenía el día que lo conocí; oscuro, lacio y peinado un poco hacia adelante; siempre con esa sonrisa franca y esa mirada pícara que lo caracterizaba. Lo más notorio en él eran esas arrugas que se formaban a los costados de sus ojos. Siempre tuvo una vida muy ajetreada, nunca supo negarse a tomar un trago con los amigos, y mucho menos se negaba a una mujer; lo que siempre lo había metido en serios problemas. A pesar de tener ya tres hijos con tres diferentes mujeres, no había cambiado su forma de ser.
Alonso era la representación de la frase “gordito bonachón”. Siempre alegre y haciendo payasadas, con su cara de niño te alegraba el día. La diferencia estaba en sus ojos, gruesas ojeras los cubrían, y una mirada más dura. Se notaba que los golpes de la vida lo habían hecho madurar a pasos agigantados.
Por otro lado, Alberto era el más diferente. No había rastros del atlético y deportista que era antes. Ahora lo que más resaltaba en su cuerpo era esa enorme barriga, consecuencia de muchas cervezas. Otra de las cosas que llamaba la atención en él, era la gran pérdida de cabello, había duplicado el tamaño de su frente. Tener su propia familia; esposa y dos hijos; y lo que eso conllevaba; las preocupaciones por el trabajo; los estudios de los hijos y muchas otras cosas, habían hecho estragos en su físico. Lo que al parecer no había cambiado era su carácter fuerte, callado y observador.
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Editado: 02.08.2022