La noche se estaba haciendo eterna. No podía conciliar el sueño recordando todo lo que había vivido desde que llegué a ese lugar —¿No valen nada nuestras vidas? —me preguntaba una y otra vez, dando vueltas en mi celda, recordando la expresión de placer del cerdo al clavar la espada en mi amigo.
—Tranquilízate, tienes que tranquilizarte —repetía sin lograr que funcionara.
»Tengo que volver —respiré con los ojos cerrados, buscando el control de mi mente, de verdad tenía que volver, no me podía dar el lujo de venganzas absurdas, tenía que concentrarme en irme de ese lugar y buscar la manera de regresar a mi mundo. «Ahora ella es mayor que yo», sonreí a la idea de que Emma ahora me llevaría seis o siete años.
»Está decidido —pude decir con una amplia sonrisa en el rostro—, escaparé y volveré con ella. —El pensar en Emma traía serenidad a mi mente, me senté en el suelo frio mirando hacia donde se acostumbraba a echar mi compañero, sin darme cuenta unas lágrimas se escaparon de mis ojos. —Lo siento morito, pero no está en mí vengar tu muerte. —Me recosté y traté de descansar.
Fue en vano, no pude cerrar los ojos ni un instante, escuché el golpe de llamado. Me paré frente a la puerta esperando que el cerdo la abriera, a pesar de saber que no podía hacer nada, una gran parte de mi quería vengarse, pero ¿que podría hacer un niño de trece años contra un adulto diez veces más pesado?, y si eso no fuera todo, el cerdo estaba armado.
—Camina, engendro —gritó una voz al abrirse la puerta, era uno de los guardias de Rak Nha’s, sorprendido lo seguí sin decir nada, ahora no era el momento para pensar en el cerdo, tenía que memorizar por donde escapar esa noche, mi celda era la última, al frente había otra celda vacía, el pasillo era de apenas un metro y medio de ancho, seguí caminando, contando las celdas, no había ninguna antorcha en las bases que estaban en las paredes, eso era bueno, las sombras de la noche cubrirían mi escape. Ocho celdas más había hasta llegar a la puerta de salida; la puerta era igual a las de las celdas, al salir al patio me fijé que este si estaría iluminado en la noche, había tres antorchas por pared, en el contorno había como una canaleta por dónde corría el agua, ahora estaba seco, eso podría serme de utilidad en el escape.
—Muy bien engendros, conocen las reglas, el atentar contra un guardia está prohibido, sea cual sea la estúpida justificación que pase por su mente —decía Rak Nha’s mientras todos nos formábamos, el guardia me tomó del cuello empujándome hacia delante, comprendí lo que iba a pasar, el cerdo estaba con una sonrisa burlona, y con látigo en mano. Respiré hondo y me paré frente a un poste, al levantar la vista vi las cadenas que colgaban, subí mis manos voluntariamente hacia ellas.
—Muestras mucha valentía o demencia —el guardia habló muy bajo—, toma y muerde esto, no grites, no le des esa satisfacción. —Volteé a mirarlo sorprendido, mordí el palo que me dio y apoyé mi cabeza en el poste esperando mi eminente castigo.
—Maldito grasoso, aún después de matar al chamán va a intentar matar a este —dijo otro guardia que se encontraba al frente de los demás niños.
—A este no lo va a matar tan fácil, o ¿no viste como le rompió la nariz con un par de movimientos? —Escuché como reían los guardias, no tuve que voltear para ver al cerdo para imaginar su cara llena de odio.
—Mira cómo tiene la nariz —respondió otro entre risas.
No me había percatado de lo que había hecho ese día, lo había humillado y lo convertí en la burla de los demás guardias, no era suficiente, pero me alegraba, ya no me importaba que fuese azotado, «no voy a gritar» empecé a repetir en mi mente mientras me preparaba para recibir mi castigo.
—Serán diez latigazos. —Dicho esto escuché como el látigo zumbaba al cortar el aire, después un sonido rápido y un ardor intenso recorrieron mi cuerpo, me estremecí del dolor. Mordí con más fuerza el palo, otra vez el sonido agudo y un segundo golpe en mi espalda, sentí como se rasgaba mi piel, quería gritar, rogar que ya no siguiera, levanté un poco la mirada, el guardia me miraba serio, «no le daré ese gusto», traté de concentrarme en ese pensamiento, pero otro golpe me sacudió.
Estaba abriéndome una herida a la altura de mis omóplatos, me hizo perder el equilibro, me dejé colgar por la cadena, el dolor estaba llenando mi mente.
Otro golpe a la altura de mis costillas, sentí como corrían pequeñas gotas de sangre por mi espalda. Otro latigazo, sentía el calor en mi espalda, el dolor era demasiado intenso, dejé caer la madera que mordía. Otro más a la altura de mis costillas, ya casi no sentía nada, las lágrimas corrían por mis mejillas, no podía contenerlas. Un golpe más. ¿Cuántos faltaban?
Ya no sabía nada. Otro golpe, sentí como me removía contra el poste, escuché al guardia hablar con Rak Nha’s.
—¿Qué sentido tiene seguir?, el muchacho está inconsciente.
—¡No! Aún le faltan dos golpes, él tiene que pagar —gritaba el cerdo mientras hacía sonar su látigo en el suelo.
Vi como otro guardia llevaba su mano a la empuñadura de la espada mirando al cerdo con odio, suspiré con fuerza, intenté levantarme, un murmullo comenzó a escucharse entré los chicos que estaban mirando la escena, un grito, un zumbido y otro golpe que acertó en mi espalda, me hizo tambalear de nuevo, respirando agitadamente, agarré las cadenas y empecé a jalar de ellas.
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Editado: 02.08.2022