—Pero, ¿qué estás diciendo? ¡Viejo loco! –soltó Shiman sin atisbo de compasión en su mirada.
Rhaidifax sonrió de manera sarcástica ante tal reacción.
—Dime una cosa, jovencito. ¿Viste a tu madre morir en la explosión?
—¡Nadie pudo sobrevivir a ello! ¡Me oyes! ¡Nadie!
—Y sin embargo… tú sigues aquí con vida. Ynojh sobrevivió.
—Ynojh estaba fuera de la casa, mi madre estaba a escasos metros, en cuanto a mí…
Perdió fuerzas mientras hablaba, había llegado a un callejón sin salida. No sabía cómo explicar por qué él estaba vivo. Rhaidifax, al ver la confusión en su rostro, soltó aire dibujando una sonrisa más amable.
—Si estás aquí, solo se debe a que la magia provenía de ti. Lo quieras o no, eres hijo de una gran hechicera. Ella se salvó. Puedo demostrarlo.
Shiman alzó la cara y escudriñó los ojos negros del viejo mago. Intentaba con todas sus fuerzas encontrar en ellos alguna señal que lo hiciera nuevamente desconfiar de él, pero el anciano sostenía su mirada con una extraña sonrisa dibujada en la cara.
—¿Cómo es eso posible? Si en verdad puedes demostrarme que está viva solo pediré que me lleves a su lado. Nada ansío más en esta vida.
Rhaidifax soltó una gran carcajada.
—Parece que vas entrando en razón, jovencito. Como ya he dicho, puedo demostrarlo. Y para llegar a ella debes cruzar el mar conmigo, a las tierras del continente.
Se llevó sus delgadas manos al cuello, buscó el cordón que colgaba del mismo, Shiman no perdía detalle. De debajo del jubón extrajo una extraña esfera de cristal que encerraba una pequeña luz amarilla. Si el viejo no estuviera enseñándole aquel objeto hubiera jurado de que se trataba de una luciérnaga. Se acercó al joven para que pudiera verla más de cerca.
—Existen hechizos que al convocarlos dejan un rastro, digamos que así es como los costelares son capaces de encontrar a los magos. Kaní-Cuá no pudo absorber este en la casa porque yo lo encontré antes y lo encerré en esta esfera de cristal que lo protege de localizadores. Este es el atisbo del hechizo que tu madre lanzó justo antes de que estallaras en llamas hace siete días. Lo convocó para protegerse y huir del inquisidor, lo hizo porque estaba herida.
Shiman lo miró incrédulo.
—He de confesar que al principio no entendía por qué se había tele transportado a otro lugar, de hecho, en un principio pensé que ella había muerto también en la explosión. Pero cuando estuve en la casa lo hallé enterrado entre los escombros del patio. No imaginé el porqué de su huida hasta que me contaste tu historia. Tu madre huyó al continente, quizá porque intuía que yo vendría en tu busca ante tal desastre. Siempre ha ido dos pasos por delante de todos los demás, lo que la convierte en una de las más grandes.
—¿Pretendes que crea que mi madre invocó la magia para huir y dejarme solo en esta isla sin decirme nada? –dijo con asco el chico. —Antes pensaba que estabas loco, ahora lo sé con seguridad.
Rhaidifax lo miró divertido.
—Veo que sigues sin creer que tu madre es una hechicera, y que por consiguiente te convierte a ti en un mago. ¿Hacemos la prueba?
Shiman lo miró contrariado.
—¿A qué te refieres?
El viejo se arrancó el colgante de un tirón y extendiendo la palma de su mano ofreció a Shiman la extraña esfera brillante.
—Cógela –dijo Rhaidifax. —Sostenla con ambas manos, cierra los ojos y mantén la mente en blanco. Veremos qué pasa.
Shiman dudó por un segundo, pero estaba deseando acabar con aquella discusión ridícula, así que tomó el colgante que Rhaidifax le ofrecía. Se irguió todo lo que pudo y cerró los ojos, disipó todo pensamiento de su mente. De pronto, un extraño calor comenzó a emanar de la esfera que sujetaba entre las manos y notó como estas temblaban. Escuchó lejana la voz de Rhaidifax que decía “no la sueltes y sigue con la mente en blanco”. Hizo caso de sus palabras. Una brisa movió su cabello y arrastró un aroma que conocía muy bien, lilas y trigo, así olía la piel de su madre, Ilidiel, y sin saber muy bien cómo, comenzó a oír su voz dentro de su mente.
“Shiman, hijo mío. Encuentra a Rhadifax y síguelo al continente.
Allí me encontraré contigo nuevamente. Búscame.”
Imágenes de árboles tan altos como las montañas en las que se encontraba escondido fueron apareciendo ante sus ojos cerrados. Ríos de aguas bravas fluían en prados de un pasto tan verde que cegaba cuando Dáriel los iluminaba. Una cabaña al linde de un bosque inmenso con puertas abiertas lo invitaba a pasar. Con valor se acercó al arco de la puerta y al cruzar el umbral… abrió los ojos y se encontró nuevamente en el interior de la cueva. Su cuerpo temblaba por la emoción de haber escuchado la voz de su madre una vez más, jadeaba igual que si hubiera estado corriendo todo el día, sus manos sudaban fríamente y sus ojos se empañaban en lágrimas. Frente a él vio a Rhaidifax mostrando una sonrisa triunfante.
—¿Te encuentras bien chico?
—¿Qué ha sido eso? –miró sus manos y la luz de la esfera se había consumido, ahora solo era un orbe de cristal sin vida y sencillo.
Editado: 20.09.2021