La larga sombra del muro de la puerta norte tapó los ojos de los recién llegados. Dáriel aún brillaba, pero caía muy lentamente hacia poniente, uno de los soldados que custodiaba la entrada a la aldea salió de su garita al encuentro de ambos individuos.
—¡Alto ahí! ¿Quién va?
El anciano agarrado al bastón de sauce alzó la vista y dedicó una amplia sonrisa al soldado.
—¡Hola joven soldado! ¿Se acuerda de mí?
El hombre miró a Rhaidifax con ceño fruncido, pasado unos segundos recordó que aquel anciano le había pedido indicaciones días atrás para salir de la aldea y dirigirse a la casa de su hermana enferma. Lo saludó llevándose dos dedos a la frente, como era costumbre de saludar a los civiles dentro del imperio.
—No esperaba verlo tan pronto en Bora –se sinceró el soldado. —Pensé que se quedaría al cuidado de su hermana durante unos días.
—Y así es mi buen hombre, así es. Pero he tenido que volver al percatarme de que mi desdichada hermana no tenía hierbas para poder tratar su enfermedad. En cuanto he registrado sus despensas no he podido demorar más y he vuelto para comprar medicinas en la botica de la aldea. He traído a mi sobrino para que el viaje se me hiciera más ameno.
Señaló al mozalbete de unos doce años que iba con él, pelo rubio, ojos azules y nariz grande, tan grande que al soldado le pareció que le ocupaba gran parte de la cara. Lo miró con cara extrañada largo rato hasta que Rhaidifax volvió a ganar su atención.
—Es un buen chico. Callado en su medida, pero muy servicial. El pobre se ha ofrecido enseguida a acompañarme para cargar él con el zurrón lleno de hierbas medicinales para mi pobre hermana.
El soldado al ver que se trataba de una urgencia y que ambos individuos no suponían amenaza alguna se echó a un lado para darles paso.
—Id a comprar las hierbas mi buen señor y daos prisa –dijo. —Tenemos órdenes del alcalde de cerrar las puertas al llegar la noche.
—¿Ha ocurrido algo? –preguntó inocentemente el viejo.
—Nada de lo que deba preocuparse abuelo –tranquilizó el soldado a su interlocutor. —Solo que se ha intensificado la búsqueda del criminal del que le hablé hace días. Se cree que piensa entrar en la aldea para escapar por mar.
—Entiendo –dijo moviendo la cabeza en afirmación el viejo. —En ese caso me daré toda la prisa que este viejo cuerpo me permita. ¡Muchas gracias otra vez joven!
Y se adentró en la aldea seguido muy de cerca del niño rubio y nariz regordeta en dirección a la plaza mayor.
Al llegar a la misma, Rhaidifax indicó al niño que se detuviera junto a un árbol de una de las esquinas de la plaza, frente a ellos se encontraba el ayuntamiento de la aldea, y por el ruido que les llegaba desde donde estaban, supusieron que se estaba armando una buena en su interior. Ambos quedaron en pie y en silencio, como esperando una escena de teatro, solo que no había actores por ninguna parte. Una de las voces se iba escuchando cada vez con más nitidez y de pronto la puerta del ayuntamiento de abrió de par en par, y una figura bajó por la escalera que daba acceso al edificio. Aquel personaje no dejaba de blasfemar en varias lenguas y se giraba al edificio como si la propia estructura fuera la culpable de su mal humor.
Rhaidifax observó por un momento a aquella persona, y cuando se cercioró de que ya había terminado de maldecir a todos los dioses conocidos en aquella tierra chistó para llamar su atención. La persona se volteó hacia ellos y se quedó por un momento parada en el mismo sitio. No se le veía la cara, un enorme sombrero y una tela de color lavanda ocultaban por completo su rostro. Comenzó a andar hacia ellos y por el modo de caminar el niño intuyó de que se trataba de una mujer. Se movía con gracia y fémina, a pesar de que iba ataviada como un hombre. Volvió a pararse a escasos pasos de ellos y se los quedó mirando por un momento, el niño llegó a sentir los ojos curiosos que los observaba tras la bufanda.
—¡Rhaidifax! –exclamó en una voz suave y casi inaudible. —Pensé que me iría de esta inmunda isla sin volver a verte.
—Capitana –dijo el anciano sin más, saludándola con un gesto de cabeza. —Deduzco que has cumplido con tu palabra de hablar con el mismísimo alcalde de Bora para negociar las condiciones de pago por tu estancia en la isla. Sin mucho éxito por lo que veo.
Kalisha apretó fuertemente los puños, si no llevara el rostro cubierto podrían haber visto su cara de disgusto.
—¡Es un auténtico soquete! –estalló. —A pesar de que hemos comerciado con productos que jamás podrían llegar a esta isla perdida de la mano de los dioses, no me perdona ni un solo chelín de estancia. Al menos he conseguido que no nos cobren la comida. Pero dime, ¿has conseguido encontrar eso que tanto buscabas?
Rhaidifax sonrió y asintió.
—Te presento a Shiman –dijo señalando al niño rubio que tenía a su lado. —Él es el motivo de que me trasladara con tanta premura hasta Nubla.
Kalisha miró al chico, el niño sintió como su mirada lo atravesaba como cuchillos afilados.
—¡Espera un momento! ¿Dices que has usado un glamour para salvar la vigilancia de la isla? ¡Estás loco! Hay costelares en ella.
Editado: 20.09.2021