Marcos Torres tiene más sirvientes de lo que puedo imaginar, pero de entre todos ellos hay cuatro mujeres que son sus principales sirvientes. Nunca se acompañaba por todas juntas, o va con una o con dos, pero jamás con las cuatro.
Rosa, es la primera sirvienta, la más antigua, parece tener mayor experiencia y por lo mismo ser la que mejor conoce los requerimientos de su amo. La más bella de todas, de largos cabellos claros, piel blanca, ojos azules, pero parece que no sonríe jamás.
Clavel, es de trato más dulce, pero falso, suele ser de esas personas que todo le gusta, aunque uno sabe que no es así. Es la segunda más bella, tiene el cabello oscuro, y los ojos de color miel.
Violeta, si Rosa es seria esta chica le gana, a diferencia de las dos chicas anteriores las habilidades de esta joven en la lucha son superiores, da la sensación de que alguna vez perteneció a una agencia de espías o algo de ese estilo. Asiática de cabellos oscuros y cortos y ojos negros.
Margarita, es lo más cercano a una persona normal (o sea nada de belleza excesiva ni habilidades extremas), es como una especie de hermana menor. De cabellos castaños y rizados y ojos almendrados de color verde.
No son las únicas sirvientas de Marcos Torres, ya que este siendo el hijo del principal líder del Clan Tenebrae Rapax heredero directo y uno de los vampiros más fuertes posee privilegios de poder contar bajo su poder con más de diez sirvientes. Un tipo cruel, altanero y que a mi juicio se siente superior al resto de los clanes.
—Pero no debes tomar mucho en cuenta lo que él diga —agregó Cristóbal luego de darme esa explicación.
Lo observé en silencio, no es fácil olvidar lo que había pasado, ni la humillación de haberme tenido que arrodillarme ante ese tipo, ni la actitud fría de Víctor que me obligó a pedirle disculpas a un hombre que estuvo a punto de herirme con gravedad.
Las cortinas abiertas permitían el paso de la luz de la enorme Luna llena. Cristóbal había vuelto dos días después de lo sucedido con Marcos, durante ese tiempo permanecí en la habitación encerrada y devolviendo las copas de sangre sin beberlas, a Víctor eso pareció no preocuparle, en cambio Cristóbal fue a verme enseguida.
—¿Por qué no estás bebiendo? no sabes que eso podría ser fatal... —es lo que dijo apenas se asomó en la habitación.
Y no sé si por la fatiga, la sensación de soledad o su cálida sonrisa que le conté todo, aun cuando no puedo confiar del todo en él necesitaba desahogar mi pecho y decirle a alguien el cómo me siento, lo que había pasado, hasta mi intento de huir. Amablemente trato de convencerme de que comiera, y fue ahí en donde empezó a contarme sobre la vida de Marcos.
—Si te apresuras en comer te mostrare la casa, no es la idea que te la pases encerrada aquí todo el tiempo —señaló intentando pasarme la copa que ya había rechazado muchas veces.
Tomé la copa entre mis manos, me quede observando el líquido rojo con expresión desagradable, y levante la mirada fijándome en su sonrisa instándome a beber el líquido. No me interesaba conocer el lugar, pero aquel hombre estaba haciendo el intento de ser amable y en parte le agradecía ese trato que ayudaba a apaciguar a mi inquietud. Suspiré, cerré los ojos y me tomé la sangre sin respirar temiendo sentir aquella sensación de éxtasis por aquel sabor, la fatiga que sentía empezó a desaparecer.
Salimos al pasillo, Cristóbal caminaba contaba anécdotas del lugar, como que la habitación en la que yo me encontraba antes había sido su habitación, o que Víctor cuando niño solía fugarse de casa con frecuencia. Pero cuando nos detuvimos a unos pasos de la última habitación, al fondo del pasillo, en donde una escalera de tres niveles llevaba hacia aquel cuarto, no pude evitar mi curiosidad en parte sintiéndose libre ante aquel vampiro que parecía tan afable.
—Falta esta —le interrumpí con el ademan de subir los escalones para abrir la puerta, pensando que se había distraído y olvidado de que esa habitación estaba ahí.
Me agarró casi con violencia la mano para impedirme siquiera intentarlo y espantada ante su cambio de actitud me fije en su rostro serio y molesto. Sus ojos que usualmente son muy claros tornaron a un tono oscuro y rojizo, es como si estuviera frente a un hombre distinto, un dejo de maldad y rencor se dibujó en aquel rostro que hasta ahora solía sonreír. Me contempló como si por un momento se hubiera olvidado de quien soy. Entrecierro los ojos ante el dolor que me está causando ya que no deja de apretar con fuerzas mi muñeca. Repentinamente notando la expresión de mi rostro me soltó, cubriéndose la frente con su mano confundido. Volteó su atención hacia otro lugar. Suspiró y sonrió como si nada hubiera pasado.
—Vamos abajo, voy a mostrarte la cocina, y el jardín, es enorme, además tenemos una biblioteca...
No quise preguntarle nada con respecto a esa habitación, es claro que no quiere hablar de ello. Pero aquella situación fue como una especie de alerta a que debo ser más precavida incluso frente a aquel hombre que suele verse benévolo y risueño. Disimuladamente dirigí mi atención hacia Cristóbal, quien aun cuando ahora mostraba un rostro más tranquilo su mirada parece extraviada.
—¿Tú, tienes algún sirviente? —le pregunte con suavidad para relajar el ambiente.
Su expresión se ensombreció como si se adentrara a sus propios pensamientos los cuales al parecer no son muy gratos. Guardo silencio mientras apretaba sus manos. Luego dirigió sus ojos claros hacia los míos deteniéndose con un semblante rígido y con una leve adustez, poco a poco fue suavizando su expresión.
—Si... tuve uno, hace mucho —sonrió— pero... se fue, lejos...