Cruzada de sangre

Capítulo 20

Mi mirada se pierde en los enormes ventanales de la sala, aun cuando la algarabía de la fiesta prosigue mi mente está lejos de la alegría de quienes deambulan en este lugar. Entrecierro los ojos con indiferencia.

Al volcar mi mirada levemente hacia Marcos notó que me mira con seriedad, parece molesto, aun cuando no puedo evitar sentirme acongojada al recordar sus crueles torturas al verlo con aquel semblante arrugó el ceño ante su fija atención. Carraspea con fastidió. Violeta ante esto me observa con odio.

—¡¿Quién te crees maldita cría en mirar con tanto atrevimiento al amo?! —exclamó Violeta.

—Silencio —le ordenó Marcos secamente rechazando la copa de vino que le ofreció la mujer—. Amapola tendrá mucho tiempo para aprender a respetarme. Si no lo hace por las buenas lo hará por las malas.

Y dicho esto me tomó con brusquedad de la cintura acercándome a su cuerpo, con su otra mano me levantó el mentón y sonrió con una maldad que me paralizó. Siguió contemplándome en silencio hasta acercarse a mi rostro. Endurecí mi mirada desafiante, aunque inevitablemente me angustia imaginar lo que tiene planeado hacer pero un frío chorro de agua cayo encima de ambos. Violeta me observa con odio con una vacía copa.

—Lo siento, tropecé —habló sin sinceridad.

Marcos arrugó el ceño soltando mi cintura y acercándose a la mujer le dio una bofetada tan fuerte que fue inevitable que cerrara mis ojos. Violeta no se movió de su lugar, solo su rostro volteó ante el golpe y luego al volvernos a mirar note que sus labios sangraban.

Se puso de rodillas y tomando la mano con la cual Marcos la había golpeado comenzó a besarla con desesperación. Entrecerré mis ojos con lastima por la actitud tan humillante de aquella mujer. El vampiro ni siquiera la miro.

Le dio la espalda poniendo nuevamente su atención en mí. Estaba molesto lo noté por el sadismo que se dibujó en su semblante. Tragué saliva con un mal presentimiento.

—Esto es lo que pasa a quienes me desobedecen —exclamó con frialdad antes de voltear hacia Violeta que sigue de rodillas y agarrarla a golpes de puños y pie.

Retrocedí apretando los dientes con horror, la violenta escena que se desarrollaba frente a mí me mantenía impávida, más aún por el nivel de sumisión de aquella mujer que aceptaba los golpes tal y como si se lo mereciera. Aun fue peor escuchar las risas del resto de los vampiros presentes entretenidos con la golpiza que daba lugar. Me siento impotente, y más aún ante la actitud de Violeta.

—¡Ya basta! —grité poniéndome delante de la mujer— Por favor detén esto.

Marcos me miró con adustez.

—¡No te entrometas! Si el amo considera que debo recibir esos golpes lo aceptaré, lo ofendí, me lo merezco —gritó Violeta con rabia.

Quise responderle sintiendo cólera al escucharla hablar de esa manera. Pero no alcancé a abrir la boca cuando Marcos ya estaba en frente de mí.

—Tú nunca aprendes ¿No es así? —y dicho esto me dio una bofetada tan fuerte que tropecé y caí sobre una mesa volcándola y haciendo que la torre, de copas de vino blanco, se vinieran encima de mí.

Las risas burlescas de los otros vampiros no se hicieron esperar. Intenté levantarme, pero Marcos lo hizo primero tomándome con brusquedad del cuello. Sus ojos ahora de color escarlata reflejaban odio.

—Voy a tener que castigarte apenas lleguemos a casa —se dirigió hacia mi—. Has ensuciado tu vestido, no sabes lo caro y difícil que fue conseguir uno de tu talla.

Guarde silencio apretando los dientes evitando pensar en su mano que presionaba ahora con mayor fuerza mi cuello.

—Si empiezas a comportarte de la manera como espero llenaré tu closet con nuevos vestidos —agregó secamente ante mi mutismo.

—Prefiero que me mates —respondí entrecerrando los ojos con desafío.

—Sinceramente no me importa lo que tú quieres, aquí el amo soy yo —rozó con su dedo pulgar mis labios antes de soltarme con brusquedad—. Ahora que ya eres oficialmente mi sirvienta esta noche procrearemos un hijo, se dice que un vampiro descendiente tiene una posibilidad de un 30% de procrear un hijo de sangre especial con alguien que no es descendiente. Me darás hijos durante todo el tiempo que vivas, si aquellos bebés resultan no tener la sangre especial los asesinaré el mismo día del parto y tú recibirás unos buenos latigazos en pago de tu error.

—Eres un maldito hijo de...

Me agarró del cabello con fuerzas.

—Soy tu amo, no me hables de esa forma frente a otros —sus ojos inyectados en sangre evidenciaban que le había molestado que lo tratará de esa manera—. Espero que esta noche recompenses el error que acabas de cometer.

—¿Estás bien? —preguntó Cristóbal interrumpiendo la conversación—. Cuando quieres llamar la atención en una fiesta sabes cómo hacerlo realmente —se río.

Como respuesta Marcos enarcó sus cejas suspirando con fastidio.

—Es hora de irnos —señaló fijando su mirada en los claros ojos del otro vampiro.

Cristóbal sonrió.

—Bien, pero antes ¿No deberías mejor quitarte el vino de encima?, además que tu juguetito se ve bastante deplorable empapada con el vino y el cabello desarmado... un vampiro de tu categoría no debería pasearse con semejante esperpento.

Marcos titubeó fijándose en mi aspecto, no creo que le importe demasiado mi condición más que nada por él mismo tal vez le avergüenza pasearse con una sirvienta en este estado.

—Está bien, acepto tu ayuda

—¡Alex! —llamó a su sirviente— ¿Puedes llevar a la muchacha a quitarse el vino de encima? Marcos sígueme, yo te ayudaré a ti.

Seguí a Alex en silencio, apesto a vino, aunque no es algo que me interese realmente, solo pienso en la amenaza de aquel vampiro. Camino con la cabeza baja entrecerrando los ojos, me siento como en una especie de laberinto sin salida perseguida de cerca por el minotauro.

Entramos a una sala en donde los sirvientes suelen cambiarse ropa, Alex me indicó que pasara. Me quite el vino encima de mi rostro y lave mi cabello con rapidez, el vestido quedo húmedo, pero no tengo otra ropa que ponerme así que solo lo sequé lo mejor que pude. La puerta se abrió y apareció aquella joven mujer de cabellos claros, que había visto aquella noche sangrienta en que Marcos había asesinado a una mujer en mi habitación. Me sonrió dulcemente.




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