Cuando baje el sol de enero (estaciones #1)

27. Algo más

Lorena suspiró, sin querer creer que lo que parecía un sueño estuviera haciéndose realidad.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó, comedida.

Beni, para su sorpresa, se separó y le hizo una sencilla petición:

—De entrada, ¿te importa si enciendo la luz de la mesilla?

Lorena frunció apenas el ceño, intrigada.

—No, supongo que no —repuso, en el mismo tono—. ¿Por qué?

Pasaron un par de segundos, y entonces Beni volvió a inclinarse sobre ella, acercando mucho sus rostros:

—Porque no quiero perderme ni un detalle de tu cuerpo esta noche, ratita —susurró.

Lorena contuvo un gemido encantado a duras penas. Aquello era demasiado bueno para ser cierto. Aun así, cuando él por fin atinó a encender la lamparita junto a la cama, su rostro, sonriente y cargado de dulzura, le dijo todo lo que necesitaba saber. Al menos, lo suficiente como para apartar la timidez de dos patadas, echarle las manos al cuello, atraer sus labios sin dudar y fundirse con él en una nueva tanda de besos que les hicieron jadear sin remedio.

Sus bocas bailaban la una sobre la otra con creciente ansia, mientras las caricias sobre la ropa empezaban a volverse cada vez menos inocentes. De hecho, a Lorena le encantó percibir cómo las manos de Beni se deslizaban por su cuerpo y sus curvas de una forma como Víctor jamás la había tocado: casi como si quisiera delinear cada recodo en un dibujo invisible, solo con la punta de los dedos.

Aun así, lo mejor llegó cuando su movimiento ascendió, apenas, por debajo del fino jersey y la ajustada camiseta. Beni rozó su piel con las yemas, sin pasar de la cintura, pero Lorena jadeó y se arqueó por instinto solo con eso, mientras sentía el placer atronar sus venas de una forma casi aterradora. Al mismo tiempo, notó que su ropa interior empezaba a mojarse, y algo en ella quiso sentirse avergonzada, recordando experiencias pasadas en las que Víctor detestaba que estuviera demasiado húmeda. Sin embargo, la parte mayoritaria de su ser —la que lo estaba pasando en grande con las atenciones de Beni— apartó su timidez de nuevo en un abrir y cerrar de ojos, mientras los brazos y piernas de la joven terminaban de enroscarse alrededor de la cintura de él, como si fuera su única tabla de salvación en el mundo.

Mientras su amante se apoyaba en un codo para no dejarle todo el peso encima, ella percibió cómo su mano libre volvía a ascender bajo la ropa, esta vez arrastrando la tela con más intención. Cuando su pulgar rozó apenas la tela del sujetador, la joven gimió sin poder evitarlo. Al mismo tiempo, tironeó hacia arriba de la camiseta y la sobrecamisa de él con urgencia. Por suerte, el gigantón pareció entender su muda petición al instante, porque se apartó sin brusquedad, se arrodilló sobre la colcha frente a ella y se quitó ambas prendas con rapidez, sin dejar de observarla en ningún momento con un brillo erótico en sus iris jaspeados que a Lorena la excitó sobremanera.

Mientras la joven alargaba las manos para acariciar aquel torso musculado, perfecto y apenas cubierto por un suave vello rubio claro, él se inclinó de nuevo hacia ella y sus dedos retomaron su labor por debajo de la ropa, empujando esta vez con más insistencia. Con el pulso desbocado, Lorena se dejó desnudar de cintura para arriba. Cuando el jersey y la camiseta cayeron junto a la cama, la joven comprobó cómo Beni la observaba con absoluta devoción, antes de inclinarse para empezar a besarle la base de la oreja.

Sus labios descendieron entonces con calma por la línea de la yugular hasta alcanzar, primero, la clavícula; después, el comienzo del pecho. Lorena se mordió el labio inferior con deseo cuando Beni frenó, sin violencia, junto a la tela del sencillo sujetador de algodón y la miró como si pidiera permiso. Al ver su asentimiento instintivo, aquel ángel rubio sonrió con intención y destapó el pecho izquierdo con todo el mimo del mundo, como quien abre un regalo único y precioso. Aun así, Lorena pensó que iba a derretirse sin remedio cuando sus labios descendieron y empezaron a explorar esa zona de su anatomía con ternura infinita. En cuanto la lengua de Beni se enroscó alrededor del tejido más sensible y excitado, la chica gimió con la cabeza dando vueltas, mientras notaba su ropa interior mojándose hasta extremos insospechados… y ya sin importarle lo más mínimo. De nuevo, aquello no podía ser real, pero desde luego lo parecía.

Rendida, Lorena consintió entonces que él repitiera la operación en el seno derecho, antes de permitir que le retirase el sujetador del todo. Por otra parte, esto no hizo que él dejara de excitarla en ningún momento. Al contrario: mientras seguía con su labor, Lorena percibió cómo una de las manos de él reptaba con suavidad por su vientre, en dirección al ombligo… y más allá. Los largos dedos de Beni se demoraron para acariciarla con dulzura, incluyendo la mariposa que la joven se había tatuado sobre la cadera derecha en un acto de rebeldía a los quince años y que a Víctor tampoco le había agradado nunca; antes de, casi sin que ella lo esperase, deslizarse por debajo del cierre de la falda y la cinturilla de los finos leotardos.

—Oh, Beni… joder… —susurró la joven, anticipando con ansia lo que iba a suceder.

Al principio, sus movimientos fueron lentos y delicados, pero se volvieron urgentes al cabo de pocos segundos, al compás de los gemidos de ella. Rendida, Lorena echó enseguida la cabeza hacia atrás y balanceó las caderas sin pretenderlo, sintiendo vibrar cada fibra de su ser ante su roce cada vez más insistente. Entre eso y la inexperiencia de que alguien la tocase así, la encantada joven se aferró a sus brazos torneados con fuerza y cerró los ojos mientras aullaba uno de los mejores orgasmos de su vida al cabo de apenas un minuto de caricias; sin importarle quién pudiese escucharla y con el cuerpo temblando de puro gozo.




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