Cuando el invierno tocó Invernalia - Decisión Ii.

❆ Capítulo 3

 

El amanecer estaba llegando sobre las tierras de Invernalia y la princesa Breena dormía cómo podía, la incomodidad la despertó y la tenue luz del amanecer le permitió observar que su cabeza estaba recostada sobre el hombro del joven cazador que la había salvado la tarde anterior. Debido a la oscuridad y penumbra de la noche, la princesa no había podido apreciar del todo a Teodoro, pero el escuchar su voz le daba la sensación de seguridad y nobleza en el corazón de su salvador.

Breena se sorprendió al observar mejor a Teodoro bajo la claridad que se colaba del amanecer entre las rocas, era: un muchacho alto; fornido de cabello oscuro corto con barba incipiente del mismo color que el cabello; nariz alargada pero algo chata en la punta; piel clara con un tenue toque a tostado; y por supuesto que sus labios eran apetecibles para la princesa, pues eran pequeños, rosados y suaves a la vista de ella, a eso le sumó el buen corazón del joven y ya tenía lo que ella buscaba desde que era una chiquilla: un valiente hombre que la salvara, la cuidara, protegiera, de buen corazón, agradable a sus ojos y que el amor fuera lo que los uniera —cosa que de alguna manera solamente a ella le estaba sucediendo en el fondo de su ser—.

No pasó mucho tiempo para que Teodoro despertara, hecho que hizo agrandar más los ojos de Breena porque podía ver los ojos del cazador, negros y profundos a pocos centímetros de ella.

―Buenos días, majestad ―saludó Teodoro e inclinó levemente el rostro.

―Ya le dije que me llame Breena ―demandó la princesa, corriéndose del lado del muchacho para tener más espacio personal.

―Tan temprano y ya está dando órdenes, Breena ―mencionó el joven, estirando los brazos hacia arriba―. ¿Cómo siguió del dolor de pie?

El muchacho, con sumo cuidado y la delicadeza que la situación requería, agarró el pie de la princesa para revisarlo bajo la claridad que el día les brindaba, afortunadamente no estaba nublado pero el frío les prevaleció.

―No lo sé... ―musitó Breena, conmovida por la delicadeza que Teodoro le brindaba con sinceridad―. No siento nada, pero lo averiguaré ahora mismo.

El joven vio la determinación de la princesa en querer ponerse de pie, este se levantó de inmediato y le tendió las manos para sostenerla y quizás darle un jaloncito. Detalles que a Breena le conmovían el corazón, pero se hacía la desentendida porque era una princesa, no cualquier plebeya que caía rendida ante cualquier muchacho. El detalle era que ese joven no era cualquiera en su reino, era su salvador.

―Con cuidado, princesa ―mencionó Teodoro, sosteniendo las manos enguantadas de Breena.

Ella logró ponerse de pie, pero al momento de apoyar la extremidad lastimada en el suelo con fuerza, la pierna le flaqueó y volvió a caer. La novedad fue que Teodoro no permitió que Breena cayera porque rápidamente la sujetó de la cintura con una mano, provocando que ambos chocaran sus cuerpos, uno cerca del otro, haciendo contacto con sus miradas e induciendo a encender una chispa en el interior de ambas almas necesitadas de un contacto sincero para amarse.

Breena se puso nerviosa, definitivamente ese muchacho hacía que su pecho palpitase rápido y provocaba una sensación de mariposas en el estómago.

―Ay... ―dijo ella de inmediato, tratando de desviar la atención.

―Discúlpeme, princesa ―respondió Teodoro rápidamente y a la vez soltando la cintura de Breena―. No debí tocarla, usted es...

―Está bien, yo iba a caer otra vez y usted me salvó de nuevo ―le aseguró ella al momento en que poco a poco se alejó de él como pudo―. Creo que, si no apoyo el pie con mucha fuerza, podré caminar.

―Bien, debemos tratar de salir de aquí lo antes posible ―afirmó Teodoro, observando las rocas para ver donde apoyarse y de esa manera escalar.

Breena suspiró aliviada porque Teodoro no vio lo nerviosa que estaba a causa de él y su acercamiento. Por otra parte, el muchacho sacó un cuchillo de entre su abrigo de pieles y con el objeto corto punzante escarbaba las piedras quitando la nieve y buscando algún hueco para apoyarse.

Breena se dio cuenta que ella no podría salir de allí por sí misma, su pie le dolía mucho al apoyarlo en el suelo, comprendió que tendría que esperar por más ayuda de la que el joven cazador le brindaba.

―Teodoro, va a tener que escalar e irse dejándome sola aquí ―dijo muy decidida al momento en que volvió a tener contacto visual con él.

―¿Qué? ―preguntó él, desconcertado―. No puedo dejarla aquí, majestad; ambos tenemos que subir.

―No, Teodoro. No podré escalar esa roca con el pie tan dolorido, necesito ambos pies para apoyarme y no caer ―le explicó ella, arrugando el ceño―. Va a tener que ir a pedir ayuda para que me suban, le aseguro que mi padre no le va a meter a un calabozo porque yo no lo permitiré.

Teodoro se quedó callado bajando la cabeza, parecía que le daba la razón a la princesa. Breena se acercó al joven, provocando que este volviera la mirada a ella.

―Aquí esperaré y no se preocupe.

―Le prometo, princesa, que volveré pronto, la sacaré de este agujero y la llevaré ante su padre ―dijo el joven con determinación y observándole.

Breena no pudo decir más y solamente inclinó la cabeza. Después de semejantes palabras, ella se dedicó a observar sentada y con temor como el joven cazador con ayuda del cuchillo subía las rocas y con gran dificultad salía de aquel agujero, provocando un trago seco de saliva recorriendo su garganta, parecida a la superficie de un tronco.

―No se desespere princesa, volveré lo más pronto posible por usted ―alzó la voz para desaparecer del campo de visión de Breena.

A Breena no le quedó de otra que esperar, frotarse los brazos y abrazarse a sí misma para espantar un poco el frío; porque, aunque hubiera temperaturas bajas, ella no lo padecía mucho debido a que era descendiente del invierno. El tiempo que pasó sola, esperando la ayuda por su rescate, le pareció toda una eternidad, le impresionaba cómo era posible que después de sentirse segura al lado de aquel joven, pero al momento en que él escaló y dejó de escuchar su voz, ella se sintiera sola y desprotegida.




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