La fiesta de compromiso estaba saliendo perfecta ante los ojos de todos y más importante aún, ante los ojos de los soberanos y los descendientes de las nieves, excepto para la princesa Breena que estaba hecha un manojo de nervios, tensa e incómoda por varias razones.
La primera de ellas es que había comenzado a sentir algo por aquel hombre que sería su futuro, pero breve prometido, después del episodio en el jardín nevado y la flecha lanzada por ambos, la revelación de su madre, la reina, vino a botar la poca estabilidad que le quedaba.
Horas antes del inicio de susodicha fiesta, justo después de su instantánea clase de arco y flecha con el joven Teodoro que la hacía sentir feliz, tranquila, en un sueño y el latir de su corazón con calidez ―sentimientos que eran todo lo contrario con el formidable Aspen―, la tensión cayó de golpe sobre Breena al escuchar las palabras de su madre:
—Veo que volviste a ver a ese joven arquero ―mencionó, entrando a la habitación con dos siervas detrás de ella, llevando consigo en manos el vestido espectacular que usaría la princesa en la noche de su compromiso.
―Solamente fue para distraer un poco la cabeza, me sentía muy inquieta y nerviosa —respondió la princesa, saliendo de su baño con una verdad a medias.
―Ya te dije que tengas cuidado con ese muchacho, no infundas falsas esperanzas en él ―comentó la reina al dejar el vestido en la cama―. ¿Te gusta el vestido?
—Nunca haría algo así ―le aseguró la princesa con relación a Teodoro―. Y que importa si me gusta el vestido, total tengo que ponérmelo.
Breena estaba molesta porque su madre le insinuaba cosas que no pensaba cometer, total, ella estaba comenzando a resignarse al pensamiento de su vida atada a ese hombre rubio, serio y que la ponía muy nerviosa al mismo tiempo que ansiosa, no había motivo para seguir con las insinuaciones.
―Deja de comportarte como una niña —le reprendió la reina.
«Pues no me trates como a una, madre.», replicó Breena mentalmente a su progenitora.
―También vine porque voy a revelarte algo que quizás haga que consideres más a tu futuro prometido —comentó la reina, paseándose por la habitación hasta quedar en la ventana con vista al jardín—. Bien sabes que casi no hablo sobre mi familia, pero es porque no sabía si algún día llegarías a verlos.
—Madre, no tienes que hacerlo si no quieres, entiendo que no te guste hablar de eso porque te recuerda a tu vida pasada en la tierra de los hombres —mencionó Breena, tratando de no forzar a su madre—. Ahora con la abuela aquí, tendrás más compañía y más historias que contar. Lo que no logro entender es, ¿qué tiene que ver Aspen con tu familia?
—Mucho. —Fue la respuesta más corta y directa que dio la reina—. Antes de ser reina, yo fui hija, amiga y sobre todo una mujer —mencionó, volviéndose a su hija que estaba sentada en el borde de la cama—. Aspen es mi amigo de la infancia y juventud. Su padre y el mío fueron muy buenos amigos, por eso no me extrañó saber que Aspen era el jefe de los clanes en lugar de mi difunto padre.
—Eso no me lo esperaba... —murmuró Breena, muy entretenida.
—Y así como tú, yo estaba destinada a casarme con el heredero de Invernalia sin importar si quería o no —reveló la reina, acercándose a su hija para sentarse en el borde de la cama junto a ella—. Conozco muy bien a Aspen porque aparte de ser mi amigo, también fue mi primer amor.
—Retiro lo dicho, ¡esto realmente no me lo esperaba! —exclamó Breena, poniéndose de pie al instante.
—Tranquila mi princesa, porque no he llegado a lo que quiero que sepas y sé que te va a ayudar —dijo, tratando de aclarar el asunto.
Breena nunca pensó en que ocurriese algo así y menos con su madre. La princesa iba a contraer matrimonio con el anterior amor de su madre, vaya que Aspen sí era una total sorpresa y, definitivamente aparentaba menos edad de la que tenía.
—Tanto él como yo, sabíamos lo que nos esperaba en el futuro, a mí un reino y a él, el liderazgo de los clanes Edurne —contó la reina con cierto añoro y una pequeña sonrisa de lado—, así que no nos quedó de otra que separarnos y dejar en el recuerdo lo que sentimos alguna vez, porque te juro que al momento de ver a Guthrie, yo me enamoré de él —dijo con cierto brillo en sus ojos. Después de una breve pausa, ella prosiguió—: Al momento de despedirme de Aspen, le prometí que, si yo tenía una hija, la guardaría para él, porque de esa manera nuestra amistad reforzaría los lazos que ya existían de años atrás.
«Eso quiere decir que estoy más que atada a él desde antes de nacer...», pensó Breena, rodando los ojos sin que su madre se diera cuenta y volviendo a sentarse a su lado.
―Mi punto es que, yo conozco a Aspen y sé que tú le agradas ―aseguró la reina, levantando delicadamente la quijada de Breena con su mano derecha―. Si fuera lo contrario, ni siquiera te dirigiera la vista profunda que te dedica para escudriñarte.
—Madre... no puedo creer lo que me dices ―aseguró la princesa en total negación―, él me ha dejado en claro que le soy indiferente, además de ser muy serio y tosco ―replicó Breena con cierta molestia que no sabía muy bien de dónde provenía.
―Hija mía, él es así ―confirmó la reina muy segura—, cuando él está interesado en algo o en alguien, este lo analiza, lo observa quisquillosamente y lo hace con una mirada profunda que te provoca nervios, como si te leyera el alma ―reveló la reina, dejando sin habla a Breena.
«Mejor no pudo decirlo, madre», respondió Breena en su mente, a lo que solamente asintió.
―Así es como me sentía con él cuando tuvimos una relación sincera y breve por la situación en la que vivíamos ―respondió sin más ni menos―, y si le das la oportunidad que merece, dentro de nada sentirás como su sola presencia te reclama y tu ser le corresponde sin fronteras.
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Editado: 02.10.2023