Esa mañana, llegando a la empresa, Brianda se encontró la sorpresa de que Oliver estaba allí, esperándola.
Sin saber muy bien la razón que lo había traído a visitarla de nuevo, Brianda caminaba pisando firme hasta su despacho, dónde él yacía esperándola según le había dicho Inés.
Al empujar la puerta y entrar, se lo encontró de frente. Ambos se miraron a los ojos.
Con sus miradas puestas el uno en el otro, y sin saber muy bien como enfrentarlo, decidió presentarse formalmente.
-Nuevamente me disculpo por el incidente de ayer por la mañana, mi nombre es Brianda Paredes. Para serle sincera, pensé que en la reunión que tuvo lugar ayer, me encontraría con mi socio nuevo, el señor Anderson, al cual conozco de haber coincidido en reuniones sociales y es bastante más mayor que usted, de ahí mi sorpresa al verlo a usted y no al señor que recuerdo.
Brianda puso su mirada en su sillón de cuero, lo arrastró suavemente y tomó asiento, invitando con un gesto a Oliver para que este hiciera lo mismo en los asientos frente a ella.
-Es un placer señorita Paredes, no sabía que usted se había reunido previamente con mi padre para asociarse. Actualmente yo estoy al mando de la empresa dada la avanzada edad de mi padre, quien hace unos pocos meses se retiró, cediéndome a mi supuesto. Cómo ya le había dicho, soy Oliver Anderson y espero que de ahora en adelante no haya más incidentes —frunce el entrecejo y posa sus ojos azules en los míos— y bien, ahora pongámonos al trabajo.
Durante una hora estuvo mostrándole fotos del programa con el que él trabajaba en su empresa, hasta que encontraron el sistema operativo ideal, cada vez estaban más cerca el uno del otro.
Oliver se acomodó a su lado, enseñándole en su ordenador como quedaría la reforma en los ordenadores de los empleados y en el sistema operativo de toda la empresa y de la manera que encontraría enfocada la información correspondiente.
Todo parecía ir bien hasta que, cómo no, la patosidad de Brianda hizo acto de presencia y su pulsera cayó al suelo.
Cuando se agachó para recogerla, sintió la mano de Oliver rozar la suya y una corriente de sensaciones recorrió todo el cuerpo de Brianda.
Rápidamente apartó su mano, pidiéndole disculpas sonrojada.
Aunque quiso aparentar seriedad, Brianda vio en los ojos de Oliver un halo de diversión.
El tiempo se les fue volando. Tanto, que no se dieron cuenta de que era las ocho de la noche y Oliver tuvo que marcharse. Se despidieron cordialmente.
-Es un placer trabajar con usted, señora Paredes, es una gran profesional —dijo Oliver con una sonrisa de satisfacción en su rostro, cada vez le parecía más guapo.
-Lo mismo le digo, señor Anderson, espero seguir contando con su empresa para próximos eventos y, si no es demasiado pedir, llámeme Brianda, por favor —Respondió ella, sonriendo ampliamente, correspondiendo la sonrisa de él y, estrechando su mano nuevamente volvió a sentir ese cúmulo de sensaciones que nunca antes había sentido con nadie, casi podía decir que el mundo se había detenido en la sonrisa de Oliver para ella.
-Como usted quiera, Brianda. —respondió Oliver. Su rostro nuevamente se tornó serio pero relajado. Después se soltaron las manos y éste se marchó.
Salió del despacho un rato después que él, bajó en el ascensor hasta llegar a la planta baja. Luego salió a la calle y cruzó hasta la cafetería, dónde la estaba esperando Valentina, la tía de Valeria.
Brianda aún respiraba el perfume de Oliver que había quedado impregnando su mano. No podía evitar acercarlo a su nariz una y otra vez, no sabía que tenía ese hombre, solo sabía que no podía sacarlo de su mente.
Cuando llegó a la cafetería, Valentina ya la estaba esperando.
Valentina era una señora de unos cuarenta y cinco años. Vestía ropa ancha, según decía era para verse más delgada, a pesar de no estar nada gorda. Su cabello era ondulado y rojizo, su tez era clara y lucía gafas oscuras a modo de diadema en la cabeza.
Brianda caminó hasta la mesa y ambas se saludaron con un fuerte abrazo y dos besos.
-Y bueno, cuéntame... ¿Cómo está Milagros? Valeria está orgullosa de su hija, imagino que tienes ganas de verlas, has de haberlas extrañado mucho —comentó Brianda alegremente, ya que consideraba a Valentina como su propia familia.
-¿La hija de Valeria?... ¡Pero si Valeria no puede tener hijos!...-Quedó por unos instentes pensativa-. -¡Ah, tú dices la adoptada! ¿Verdad?... Si, Milagros está enorme, son ocho años ya viéndola crecer, es enormemente hermosa, ¡Y tiene unos ojos azules que quitan las penas! —respondió Valentina con alegría. De algún modo se notaba su cariño hacía la pequeña.
Brianda se quedó sorprendida ante esto. Aunque también era cierto que jamás había conocido a la hija de su amiga, pues Valeria siempre tenía excusas para no llevar a la niña a sus quedadas o a cualquier evento donde Brianda hubiera podido coincidir con ella.