A la mañana siguiente, Diego se levantó feliz, revisó su celular y volvió a leer lo último que le escribió Tiziana. ¿Cómo alguien que acababa de conocer podía volverse tan especial en tan poco tiempo? Suspiró, sabía que debía frenar aquello o no acabaría bien.
—Silvi, vamos a desayunar —dijo para despertar a su hermana.
—Diego, estoy con un poco de mareo, ¿no te importa si me quedo un rato aquí? ¿Puedes traerme el desayuno? Quiero estar bien para el concierto —respondió la niña.
—Claro, princesa. ¿Segura que estás bien? —preguntó acercándose a acariciarle la frente.
—Sí, solo quiero guardar toda mi energía para más tarde.
—Bien, me parece bien.
Diego bajó al restaurante del hotel, se sirvió el desayuno y se sentó en un sitio. Minutos después, observó a Tiziana traer su propio desayuno en una bandeja y acercarse a él, no pudo evitar sonreír y sentir que su corazón comenzaba a acelerarse.
—Hola, Diego —saludó con una sonrisa dulce—. ¿Puedo sentarme contigo?
—Claro, Tizi, claro que puedes —respondió él—. ¿Y Fio?
—No quiere despertar, en un rato más debo ir al ensayo y no puedo retrasarme. Me gusta desayunar tranquila. ¿Y Silvi? —inquirió.
—Dice que siente un poco de mareo, me pidió que le llevara el desayuno. Necesita cargar energías para el concierto. Ya sabes, hay días buenos y otros no tanto —respondió encogiéndose de hombros.
—Me imagino… —ambos hicieron un silencio que duró unos minutos—. Diego… sobre lo que te dije ayer…
—¿Ajá? —añadió Diego expectante.
—Quiero que luego de todo esto… podamos seguir hablando, digo… me gustaría… Hablar contigo me hace bien y siento como si te conociera desde siempre, me gustaría que seamos amigos… ya sabes…
—Lo somos, Tizi —sonrió él—. Yo te considero una amiga, es decir… no hablo con nadie como lo hago contigo, y has hecho cosas tan maravillosas por Silvia… No lo sé, pero puedo asegurarte de que tampoco quiero que dejemos de hablar —sonrió y Tiziana respondió con otra.
—¿Me dejas llevarle el desayuno a Silvia y quedarme un rato con ella en la habitación? —preguntó luego.
—Claro, estará feliz. Yo iré a comprar algo…
—Gracias, Diego.
—No, gracias a ti.
Tiziana pidió que le prepararan una bandeja y luego se dirigió a la habitación de Silvia, golpeó y aguardó un rato.
—¿Diego? —inquirió.
—No, soy yo, Tizi. ¿Puedo pasar?
—Sí, claro…
Silvia se acomodó en su cama y se arregló como pudo la ropa.
—Tizi, hola... perdona que esté así... —dijo avergonzada.
—No te preocupes —respondió la muchacha. Ingresó y sintió el corazón pesado cuando la observó tan demacrada—. Diego me dijo que no te sientes muy bien…
—Sí, pero se me pasará. Nada va a detenerme, iré al concierto hoy —respondió la niña con una sonrisa dulce sin mucha fuerza.
—¿Sabes, Silvi? Te admiro mucho —dijo la muchacha sentándose al lado de la cama y pasándole la bandeja—. Eres una niña fuerte… También admiro a Diego y el cariño que te tiene…
—Diego es un hermano genial, es una buena persona... —respondió Silvia—, y es guapo, ¿no? —inquirió con diversión y picardía.
—Sí, muy guapo. Al igual que tú, que eres hermosa —respondió Tiziana.
—Tizi, gracias por todo lo que estás haciendo, eres una gran persona… No sabes lo que esto significa para mí… —añadió.
—No es nada, ha sido hermoso que la vida nos juntara, Silvia. Ya los considero mis amigos, y no me gustaría que esta relación acabara aquí. Tú y yo seguiremos en contacto y quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites, ya no son solo él y tú. —Los ojos de Silvia se llenaron de lágrimas.
—Gracias, de verdad… Lo aprecio mucho…
—No llores, por favor…
—Tizi… Yo no voy a estar mucho tiempo más por aquí —dijo Silvia con la voz cargada de tristeza—, y me gustaría que Diego tuviera a alguien que lo ayude a salir adelante. Él no acepta que me iré… y será difícil para él…
—¿Por qué hablas así? Por favor no digas eso…
—No digo nada que no sea verdad, no ganamos nada con ocultar la realidad. Yo sé lo que me espera, pero no te preocupes, yo no tengo miedo, Tizi, la muerte no me asusta. Lo que me asusta es Diego y que se va a quedar solo, me da miedo por él, porque sé que no quiere aceptar el hecho de que esto va a suceder. Sé que es muy pronto para pedirte algo así, pero no tengo a nadie más, Tizi... yo…
—No va a estar solo —aseguró Tiziana interrumpiendo sus pensamientos—. Él y yo somos amigos ahora y no lo voy a abandonar, pase lo que pase, te lo prometo —respondió la muchacha con la certeza de que eso era lo que la pequeña necesitaba oír.
—¿De verdad me lo prometes? —preguntó Silvia con los ojos cargados de lágrimas.
—Sí, por lo que más quiera —sonrió Tiziana también muy emocionada—. Confía en mí… —añadió abrazándola—. Te admiro, no sé cómo es que no temes a la muerte… todo es tan incierto, Silvi…
—Llevo un tiempo sufriendo, no puedo hacer nada de lo que quiero, no puedo correr mucho, no puedo salir, hay días que ni puedo levantarme de la cama. Paso días enteros en el sanatorio y los tratamientos son largos y dolorosos. Estoy cansada, Tizi. Ya no quiero sufrir más, quiero sentirme libre y volar. Sé que mis padres me esperan allá, donde sea que estén, y estoy feliz de poder reunirme con ellos. Quizás es por todo eso, pero no tengo miedo...
—Eres fuerte y sabia… —añadió la muchacha y Silvia solo se encogió de hombros—. Oye, Diego me dijo que cantas, ¿es cierto?
—Sí, me gusta cantar —respondió con vergüenza—, pero no lo hago como tú… solo es un pasatiempo.
—¿Cuál de mis músicas es tu favorita?
—Siempre —sonrió Silvia.
—Cantémosla —ofreció Tiziana y comenzó a tararearla—. Entonces Silvia se animó a acompañarla.
Al terminarla, ambos quedaron mirándose con una gran sonrisa y una emoción creciente en el pecho.