Cuando te fuiste

Capítulo tres

Habían pasado unas semanas desde que había llegado a San Diego y podría decirse que me iba acoplando mejor de lo esperado a mi nueva escuela.

Nicholas y Mery habían ayudado mucho en ello incluyéndome en su grupo de amigos. Carly y Mery eran quienes más me agradaban, aunque Mandy no se quedaba atrás, ella pues me hacía reír y admirarla con una serie de comics que tenía y solo compartía con sus amigos.

Aquel jueves me encontraba de lo más aburrida en clases, a punto de caer dormida sobre mi cuaderno. Mientras que Nick, que iba sentado a mi lado, garabateaba sobre el suyo con frenetismo, siguiendo cada una de las instrucciones del profesor.

En el momento en que mi cabeza iba a encontrarse de golpe con lo que debían ser mis apuntes, tocaron la puerta del salón, despertando a la mitad de la clase y nos ganamos una mirada enojada del profesor.

—Morgan, Maslow y O’Donnell tienen práctica —informó quien reconocí como el entrenador de los chicos.

Nicholas tomó sus apuntes y mochila, para sonreír con suficiencia hacia mí. Era un maldito suertudo. Pertenecer al equipo de lacrosse era una ventaja que él tenía ya que, según habían informado el día anterior, la escuela se encontraba cerca un partido importante y toda la escuela quería que lo chicos dieran lo mejor de sí mismos.

Había estado evaluando las posibilidades de inscribirme en algún equipo, pero no podía hacerlo. No a menos que terminara de integrarme a la escuela totalmente, para considerar entrar en alguna actividad extracurricular y ver si alguno de los clubes me aceptaba.

Los tres chicos mencionados salieron rápidamente del salón. Por mi parte no pude con más aburrimiento y crucé mis brazos encima de la mesa para luego apoyar mi cabeza sobre estos.

—Señorita Miller, ¿podría hacer el favor de prestar atención?

El calor invadió mis mejillas y podía apostar a que estaba igual de roja que un tomate. Levanté la cabeza, sonriéndole tímidamente al señor hediondo, él tenía el ceño más que fruncido y los ojos entrecerrados en mi dirección.

—Lo lamento —la mirada de todo el salón estaba puesta en mí y podía escuchar algunas risitas.

Genial, nótese el sarcasmo.

—Siga así y me acompañara aquí al frente, resolviendo alguno de los ejercicios.

Algunos rieron ante la amenaza que el profesor me había lanzado. Asentí en su dirección y me encogí en mi asiento.

El resto de la clase intenté no dormirme. Mery ayudo mucho, ya que después de que el profesor me avergonzara frente a todos, espero unos minutos para ocupar el sitio que Nick había dejado vacío a mi lado.

* * *

Podría decirse que había triunfado venciendo a mi sueño en las primeras horas de clase. Aún así no sirvió de mucho el mantenerme despierta, porque no había entendido ni una de las explicaciones que habían dado en matemáticas. Estaba más que jodida.

La parte buena fue que la hora del almuerzo llego pronto y ya me encontraba haciendo fila para recibir mi comida. Iba junto a Mery quejándome de mi nulo entendimiento para resolver ecuaciones cuando mi comida termino cayendo sobre la ropa de alguien más y saltando un poco en la mía.

Un chillido se escuchó en toda la cafetería, logrando que la mayoría se callara y volteara a ver lo que sucedía. Mery se encontraba algo pálida mientras miraba boquiabierta a la chica frente a mí.

—Caroline, inhala y exhala —la misma castaña con la que siempre andaba trataba de tranquilizarla y no era difícil darse cuenta de que la pelinegra debía estar abriendo mi cabeza con la mirada si pudiera.

— ¡Cierra la boca! —gritó al fin, asustando a su amiga—. ¡Tú! —me señaló y pude sentir como mi alma abandonaba mi cuerpo—. Me las vas a pagar.

—Lo lamento, fue un accidente... es decir no ando por ahí lanzando comida a las personas —empecé a quitar los restos de comida que tenía su ropa, mientras las palabras salían rápidamente de mi boca sin poder controlarlo.

— ¡Ya cállate y aléjate de mí!

—En serio lo siento, yo…

Una mano tomó mi brazo y haló de mí suavemente.

—Jessica, vámonos —murmuró Mery, alejándome de aquel lugar.

— ¡Realmente odio a esa chica!

Se escuchó en todo el comedor y la aguda voz era más que reconocible. A penas llegamos a una mesa, Mery me tendió una servilleta y no pudo aguantar más la risa.

—Tienes la peor suerte del mundo.

—Gracias por resaltar lo obvio —respondí, mientras limpiaba los restos de comida que habían quedado impregnados en mis dedos y un poco en mi ropa.

—Por armar todo ese desastre podrías estar castigada por unos días, tal vez dos limpiando algo después de clases.

—Pero no fue intencional —enfaticé—. Tan sólo fue un accidente. No me pueden castigar por eso, ¿o sí?

—No lograras convencer a la hija del director sobre eso, sólo te queda esperar a que él lo tome como tal —respondió mi amiga, limpiando sus cubiertos para empezar a comer.

Caí en la cuenta de dos cosas en ese momento: la primera, era que existía la posibilidad de ganarme un castigo que no merecía y la segunda fue que me había quedado sin almuerzo. De los dos problemas, el segundo era el único que tenía una rápida solución en aquel instante, por lo que saqué un par de billetes de mi mochila y me dirigí hacia la máquina de la cafetería a comprar algo que reemplazara mi almuerzo perdido.




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