Lunes.
Odiaba los lunes. Tal vez de la misma forma en la que los odiaba cualquier adolescente promedio.
¿Por qué? Era algo simple, eran el simple anuncio de que quedaban cuatro días llenos de tareas o exámenes hasta que por fin llegáramos a los tan preciados sábados y domingos.
Sin poder creerlo, ya habían pasado dos meses y medio y, muy a pesar del tiempo que ya había transcurrido, aún sentía como si fuera mi primera semana en San Diego.
Thomas Miller decidió mudarse oficialmente a Londres, no sin antes advertirle a mamá que volvería a visitarme cuando él quisiera. El lado bueno era que no había regresado y lo agradecía, puesto que aún no quería hablar con él.
Desenredé mi cabello lo más rápido que pude porque ya llevaba diez minutos de retraso y si no salía en ese instante no lograría alcanzar el autobús para ir a la escuela. Mamá había salido temprano de la casa porque tenía algo importante que hacer o quizás solo decidió que confiar mi puntualidad en mí era buena idea.
Si la segunda opción era cierta, claramente no querría confiarme mi puntualidad nunca más.
Recogí la mochila de mi cama y salí de mi habitación, pero terminé regresando a mitad de camino porque había olvidado mis llaves. Sí, no era buena idea dejarme sola en las mañanas y menos los lunes.
Mis pulmones ardían al igual que mis pantorrillas, pero todo valió la pena porque llegué a la parada del autobús un minuto antes de que se fuera.
En una de las paradas subió Alex, que se sorprendió de verme allí y dudó en sentarse a mi lado.
—Pelirroja —me saludó—, ¿qué te trae por este medio de transporte?
—Mi madre decidió que podía dejar mi puntualidad en mis manos —expliqué y solté un bostezo— lo siento, no logré dormir hasta después de las tres.
—Por el desorden de tu cabeza, asumiré que no fue una buena idea —se burló—. Creo que ningún adolescente logra dormir temprano —analizó—. ¿Hiciste la tarea de francés?
—Sí, no fue muy difícil.
—Me faltó terminar unas preguntas del libro, ¿me ayudas?
—Claro.
Alex saco su libro y el resto del trayecto hacia la escuela, nos la pasamos resolviendo las cuatro últimas preguntas que le faltaron para su clase.
Bajamos del autobús y empezamos a hablar de una nueva serie que se había estrenado recientemente. Además de un concierto que se aproximaba y donde quería invitar a «alguien», pues su tío le había regalado unas entradas dobles a él y su hermano mayor.
Ese «alguien», era nada más y nada menos que Mery. Según la información que le había sacado a Alex nuestra amiga le gustaba desde hacía un tiempo atrás, pero también temía arruinar su amistad.
En parte entendía su pequeño temor, cuando un par de amigos intentan salir no siempre funciona o termina bien el asunto. Al menos eso era lo que me había sucedido, pero no quería decir que todas las relaciones tendrían el mismo fin y se lo hice saber.
Respondiéndome que lo pensaría y haciéndome prometer que no le diría una sola palabra de lo hablado a Mery, nos separamos para ir a nuestros casilleros. Noté que me quedaba algo de tiempo para ir a clases, así que decidí que era un buen momento para limpiar el pequeño desastre que tenía y jalé un pequeño tacho de basura a mi costado para limpiar los desperdicios que tenía guardados.
Mi teléfono vibro en mi bolsillo, notificándome un nuevo post que habían hecho en Instagram. Vislumbre el usuario y rodé los ojos al ver que era ese blog de chismes que Chloe me hizo seguir. Tomé un recordatorio mental para dejar de seguir la página y, sin molestarme en revisar el post, guardé el teléfono y abrí mi casillero.
— ¿Leíste lo de Chica invisible sobre Caroline y Nick? —escuché murmurar a unas chicas que iban caminando cerca de mí.
—Sí, pero no lo creo del todo, es decir, ellos son recientes.
La curiosidad por entrar al blog me invadió, pero decidí ignorarlo porque los rumores que esparcía la famosa Chica invisible no siempre eran ciertos y no me fiaba de esa cuenta como para tomarme la molestia de leerla en ese mismo instante. Después de todo, fue la misma cuenta que hablo mal de mí por «haberle lanzado mi comida a la princesa de St. James» y afirmó que había sido por «querer llamar la atención porque así eran todos los latinos». Me encogí de hombros y seguí con la atención puesta en la basura acumulada en mi casillero.
Saqué algunas envolturas de dulces que tenía guardadas, además unos cuantos papeles con anotaciones que no necesitaría más. Seguí botando la basura que encontraba y un brillo peculiar llamó mi atención desde el fondo de mi taquilla. Activé la linterna de mi teléfono e iluminé el casillero en busca de aquel pequeño brillo.
Logré recogerlo entre mis dedos y una mueca de fastidio se formó en mis labios al ver que era el collar que me había dado Lucas antes de venir aquí. Estuve tentada a tirarlo en el tacho de basura junto a mis demás desperdicios, pero termine guardándolo en mi mochila por alguna extraña razón, cerré la puerta de mi casillero y me asuste al descubrir a una chica estaba detrás de la puerta del mismo.
— ¡Hola! —enarqué una ceja, intentando sonreírle a la extraña y sonriente chica—. ¿Me recuerdas cierto?