¡cuéntame un cuento!

5- Una carta para Santa Claus

El viejo Santa desenrolló la carta dando un bostezo. Recién estaba amaneciendo, pero en esa época del año, la jornada de trabajo comenzaba siempre temprano. Se acomodó los lentes empañados. La letra era demasiado pequeña. O quizás tendría que cambiar el aumento de los cristales, otra vez.

Le dolía la espalda; tenía hambre y tiritaba de frío. El fuego de la chimenea estaba apagado y aún los duendes no le habían traído la leña que había pedido. Con un poco de fastidio, trató de recordarse a sí mismo porqué seguía en aquel trabajo. Ya tenía edad para jubilarse. Unas largas vacaciones en una playa cálida, bebiendo ricos cócteles y no ese pesado licuado de leche y cocoa y esas galletas de chocolate extra dulce que, aunque exquisitas, hacían que tuvieran que agrandarle un talle el pantalón, cada nuevo año que pasaba.

Con un suspiro resignado, volvió a acomodarse los anteojos y leyó la carta que tenía entre las manos. Ya por el remitente, supo que era especial. Casi nunca recibía cartas de aquel lugar. La leyó de un tirón y cuando acabó tenía los ojos húmedos, una gran emoción le embargaba el pecho; ya no sentía ni hambre ni frío. Una cálida sensación que le recorría el cuerpo le recordó con  dulzura porqué continuaba haciendo aquel trabajo. 

La carta decía así:

Querido Santa:

                        mi nombre es Saman y, cómo sabrás, ésta es la primera vez que te escribo. Es que yo antes no creía en ti. Luego te contaré el porqué ahora sí creo en ti. Pero como sé que debes de tener mucho trabajo, iré al grano. Esto es lo que quiero pedirte para esta Navidad, para mis hermanos del Hogar de niños huérfanos de Chiang Rai:

                          para Nang Non, tú la conoces, la niña que siempre vive trenzando su cabello y pasa horas y horas pintándose las uñas con un esmalte imaginario, te pido una vincha, de esas que brillan en la oscuridad. Nang Non quiere que brille en la oscuridad porque dice que así se vería más bonita y es más probable que  alguna familia la quiera adoptar. Pero yo sé que es porque le teme a la oscuridad, ya que de noche no hay electricidad.

                          Para Tham Luang, un cuaderno, uno que tenga muchas hojas, donde pueda escribir esas historias tan maravillosas que suele contar en las noches de tormenta, cuando casi nadie puede dormir por los truenos, el frío y las goteras. Sé que ahora él recuerda cada detalle de cada historia que inventa. Pero creo que sería lindo que las tuviera escritas para cuando sea viejito. Me lo imagino sentado, cerca de una chimenea, rodeado de sus nietos, leyéndoles las mismas historias que tantas veces le oí recitar.

                          Para el equipo, al que hemos llamado los Wild Boars (¡jabalíes salvajes!), te pido una pelota. Porque la que armamos hace mucho, con medias viejas, nunca acaba de secarse, no rebota y deja los pies llenos de moretones. Sólo Chanin disfruta jugar con esa pelota, porque es el único que tiene zapatillas. Le quedan un poco grandes pero se las dimos a él, cuando las donaron, porque es el más pequeño de nuestros hermanos y el más delgadito y el que más rápido se enferma cuando llega el frío del invierno. Podría pedirte zapatillas para todos, pero seguro las interceptarían antes de llegar y las venderían como hacen con casi todo lo demás. Todos nos alegramos cuando cambiaron a la directora pero esta nueva es igual de vieja bruja que la anterior. (Creo que debería borrar esta última parte. Sé que tengo que ser un niño bueno. Santa, por favor, ¡no le envíes carbón a mis hermanos por culpa mía!)

                          Y por último, si te sobra espacio en el trineo, regálale a Moo Pa unos chocolates. Es el más nuevo y nunca los ha probado. Nosotros sí, porque yo solía robárselos a la antigua directora que los guardaba siempre en el fondo de un cajón de su escritorio y creía que nadie sabía. (Probablemente, debería borrar esta parte de la carta también…)

                          En fin, sé que encontrarás la manera de hacerles llegar a mis hermanos estos obsequios. Siempre lo haces, enviando a algún mensajero disfrazado, como es lo habitual. Me despido, dejando un saludo a la Señora Claus y a los duendes.

                          Con todo el cariño del mundo, 

                                                                           Saman Kunan.

P.D. No te he pedido nada para mí porque aquí donde estoy, tengo lo que siempre deseé: una familia. Y tengo todos los juguetes con los que alguna vez soñé. Casi me olvido de contarte el motivo por el que ahora sé que existes de verdad: desde que estoy aquí, en el Cielo, descubrí que sí eres real.

                                                                         ¡Feliz Navidad!



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Editado: 15.11.2023

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