Cuentos

EL RESCATE

EL RESCATE

 

Un día, fijando los pasadores, el puntal de cedro se quebró, cayeron las cargas estruendosamente y quedamos atrapados el viejo y yo en la antiquísima Mina de carbón. El aire se contaminó con una densa niebla negra y respiramos la tolvanera.    Sufrimos un espasmo doloroso  y terminamos en el piso, asustados.

Avelino ya estaba curtido en minas, no se asustó demasiado.  A mí el corazón me saltaba.

  • Mientras no huela a gas… - dijo.

Cubiertos de hollín, caminamos en dirección al derrumbe, cargando el agua.  Las linternas iluminaban vagamente.   La sirena se filtraba en silbidos solitarios.  La salida, en forma de herradura,  no se había taponado por completo.    Llegamos a la obstrucción.   Había quedado un pequeño boquete.  Alumbramos con la linterna.  La mina, cuesta arriba, parecía una tumba.

  • Los dos somos delgados.  Uno tendrá una oportunidad… -dijo Avelino.
  • Vaya usted, viejo.  
  • ¡Eso sí es mentiras!  Ya crie a mi familia, estoy más cerca del cajón que usted.
  • Si usted sale, viejo, yo me muero tranquilo – le dije.
  • No, no, no…Salga, pelao, no pierda tiempo, sálvese, le queda mucho por hacer…
  • Entonces o nos morimos o nos salvamos juntos.  ¡He peleado con hombres, pero no pensé que tendría que dar esta pelea…!
  • Es usted un estúpido, ¡yo ya viví…!
  • No me importa, viejo.  Su experiencia tiene más valor que esta juventud que yo llevo…

El viejo hizo un gesto de contrariedad.  La sirena me causó un dolor de cabeza tarareando eso que ya no quería escuchar….   Se escucharon fantasmales voces, al lado del mundo desesperado.

<<Lo primero es  pasar una manguera para  que ventile.  Después taquear.   ¡Corran por madera!>> 

Tomamos de la misma botella de agua, la sentimos agotarse.  Estábamos tranquilamente atrapados, sentados sobre peñones. 

  • Dentro de un mes pensaba retirarme, pelao…
  • Yo hace un mes que entré a la mina…buscando la muerte.
  • Somos dos puntas de una desgracia.  Le di la oportunidad de salir, pelao…; aún…
  • ¡No me interesa!
  • Debe tener el alma rota para pensar así.
  • Sí, ella, su traición… quiero ser ese polvo del que habla el evangelio. Nadie me espera. En cambio… su familia debe estar afuera…esperándolo.

El ripio tapó el único orificio por el que uno de ellos podía salir.

La luz de la linterna se agotó despacito. Nuestras voces musitaban.   Los ruidos externos disminuyeron.  Se escuchaban ciegos golpes al carbón primitivo, a las paredes; se escuchaban como latidos del corazón de la tierra, un corazón agonizante,    A veces desesperados, sin coordinación.  Cada vez fue más difícil respirar.

  • Nos llegó la pelona, pelao…
  • No me importa.  Hace rato que dejó de importarme cualquier cosa…
  • ¿Sabe  rezar, pelao?
  • Si, pero no quiero.  Hágale usted…viejo.

Avelino se arrodilló, buscó en la tremenda oscuridad con sus dedos un Cristo que colgaba en su pecho. 

  • Señor, ya estoy viejo, ya quiero irme a descansar… Dame señor el descanso eterno… pero a este joven, Sálvale, dale la libertad, que recupere el sentido de la existencia; se ve que ama con las entrañas;  es puro sentimiento;  deja que camine por el sendero de la vida… no hay ninguna, ninguna razón para  que termine aquí a sus años mozos… ¡te lo suplico Señor!

Unos golpes extraños se sintieron del otro lado.  Un ejército de hombres en cadena removió el muro y se abrió un boquete más grande.  Las voces se escucharon desordenadas, apresuradas y un chorro de aire penetró por una manguera cuando casi perdía la consciencia...

Alcancé a escuchar que alguien de afuera gritó:

  • ¡Dios mío, están vivos!




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