Buenos días, me llamo Gabriela, pero mis amigos me llaman Gabi. Bueno, al menos eso creo que harían si los tuviera. Nunca se me ha dado bien hacer amigos. No porque no lo intentara, sino por qué nunca me han dado la oportunidad. Durante muchos años pensé que era porque tenía algo raro, algo que alejara a la gente de mí. Pero hace poco comprendí que el problema lo tenían los demás.
Como he dicho, me llamo Gabriela y no soy más que una chica normal de dieciséis años. Me gusta leer, dormir y salir a pasear con la esperanza de que algún día pueda hacerlo con alguien con quien hablar. Siempre he soñado con ser doctora, concretamente para poder desentrañar los secretos de cuerpo humano, poder tener el control de la vida en mis propias manos y jugar con ella. Cuando lo decía en clase me llamaban rara, sádica y perturbadora. Nunca entendí el porqué. ¿Qué tiene de malo querer descubrir lo que nos hace estar vivos y querer tratar de controlarlo?
Al no tener a nadie con quien jugar, practicaba con mis juguetes. Cada vez que se rasguñaban, o que simplemente me aburría, los abría y cosía, como si de un paciente se tratase. Pero ya no soy una niña, no puedo seguir jugando con muñecos incapaces de sentir. Ha llegado la hora de pasar a niveles más altos y jugar con la vida. Es por esto que el otro día, cuando una de las chicas populares me llamo “sádica”, empecé a investigarla.
Nunca comía mucho en el comedor y siempre presumía de su cuerpo perfecto. A mí eso no me importaba, pero quería estudiar que podría hacerle el no poder comer. Como podría llegar a cambiar su cuerpo por la falta de alimento, cuanto tardaría en consumirse desde dentro. Así que, a los pocos días de que me llamara de esa forma tan desagradable, decidí esperarla en su casa.
No le hizo mucha gracia verme allí, pero, todo sea por la ciencia, la “presioné” para que me acompañara a mi casa. Ese día mis padres no estaban, tenían turno extra en el hospital, así que disponía del tiempo necesario para encerrarla en el desván, donde nadie pudiera oírla. Y una vez allí, llevar a cabo mis experimentos.
Al cabo de unas horas, se despertó de la anestesia, y pude ver sus ojos agonizantes al comprobar que el cordel que entrelazaba sus labios le impedía hablar.
Y aquí es donde nos encontramos ahora. El experimento acaba de empezar y me muero por ver como se va transformando su cuerpo. Como he dicho antes, no soy más que una chica normal de dieciséis años que sueña con desentrañar los secretos del cuerpo humano.
Editado: 16.02.2024