Cuentos de la vida misma

Selva

Tras cuatro horas caminando en la selva, aceptamos que nos perdimos. La vegetación era intrincada, tan tupida que casi no pasaban los rayos del sol; por lo que, a las 4 o 5 de la tarde parecía que ya había anochecido. Ademas de esto, se hizo evidente que estábamos caminando en círculos. Habíamos tomado la precaución de marcar algunos árboles, amarrando en sus ramas unos trozos de tela que habiamos cortado al salir del campamento. No nos sorprendió que después de 3 horas caminando, observáramos la tela amarrada en los árboles, esa fue la ultima prueba que nos corroboró que efectivamente habiamos extraviado el camino. Con la poca luz del ocaso, Silva se subió a un árbol para tratar de ver una ruta o algo que nos indicara hacia donde debiamos ir. La meta inicial era llegar al pueblo de Cárida y desde ahi una embarcacion a Samariapo, que era el puerto fluvial de Ayacucho, capital del Estado. Montado en el árbol, Silva logró escuchar, a lo lejos, lo que parecía el sonido del río y hacia allá nos dirigimos. Dos horas después llegamos efectivamente a esa orilla, a una pequeña playa que era un brazo del Orinoco, aqui renació nuestra esperanza, sabíamos que en algún punto, en la otra orilla, estaba Cárida y ahí la embarcación en donde iniciaríamos el regreso a casa. Esa paz y seguridad duro poco, los ruidos de la selva nos envolvían, ya había anochecido y el estar entre la selva y el río era sobrecogedor. Los lugareños nos habían advertido de la presencia de onzas, cunaguaros y pumas en la selva. Ese temor nos hizo intentar cruzar hasta la otra orilla en donde podríamos llegar al pueblo indígena de Cárida. Ya era de noche, pero insistimos en esa idea. Tomé una vara larga y antes de dar un paso hincaba la vara en el fango del río para ver su profundidad. Como era un brazo del Orinoco, la distancia entre las orillas seria de unos 50 metros. Un poco antes de llegar a la mitad del río, cuando teníamos literalmente el agua al cuello, al hincar la vara algo se movió muy rápido y lanzó unos coletazos qué yo pude esquivar, pero Silva no. Era una raya cuya punta le traspasó a la altura del tobillo. Silva grito como loco, la sangre en el agua me llenó de pánico porque podrían atraer a los caribes, que son una especie de pirañas que se mueven en masa, muy agresivos y cuyos dientes filosos son extremadamente peligrosos. Como pude fui arrastrando a mi compañero a la orilla de donde habíamos partido, todo esto, en medio de sus gritos y del desespero por salir del agua y librarnos de los caribes; pero ocurrió un milagro, se nos apareció un criollo, un pariente, como le dicen los indios a los mestizos, en este caso un hijo de colombiano con indígena. El iba remando en un potrerito qué es una embarcación pequeña tipo kayak, donde como mucho caben dos personas. Él me ayudo a montarlo, Silva estaba casi desmayado y luego se lo llevó a Cárida. Ahí llamaron por radio y al día siguiente un helicóptero lo evacuó para la ciudad. Yo pase esa noche en la orilla solo, escuchando todos los sonidos de la selva, temeroso de que un caimán, un puma o una anaconda se diera banquete conmigo.



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En el texto hay: microrrelatos, aventura, vida cotidiana

Editado: 06.11.2024

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