Llamaste llorando a mi puerta, me fue extraño oírte a éstas horas de la madrugada. Me levanté, prendí la luz, te abrí la puerta, susurraste un permiso y te empujé a entrar, sabía lo que pasaba. Tu hermano menor estaba inquieto alrededor tuyo, te ponía más nerviosa de lo que estabas. Tuve que alejarlo, pero seguía insistiendo en querer estar a tu lado, aun si no entendía la situación. A nuestro pesar tuvimos que sacarlo de la habitación. Se lo oía llamarnos, empujar, pero no se lo permití. Finalmente se calmó y se fue a dormir.
Quedamos solo nosotras. Busqué un lugar a donde recostarte, parecía que fueses a reventar cualquier posadero. Encontré el lugar adecuado y frente a la estufa te acostaste, me reclamaste caricias, llorabas dolorosamente, no hacías sollozo alguno, pero se te notaba en tus grandes ojos verdes.
Las horas pasan, te retuerces de dolor, trato de mantenerte en el lugar. Intentas concentrarte y darlo todo con fuerza... duele... Ah, no sé qué más hacer. Estar a tu lado no parece suficiente.
Inclino mi mano a tu vientre y casi no dudas en acomodarte y darme el completo acceso, te acaricio en círculos, te retuerces otra vez, esto parece eterno. Fuerza. Fuerza Nanami... No llores, ¿sí?
Estamos expectantes de vos, la noche y yo. Sí, acá sigo. Otra vez, fuerza. Aprieto tu vientre, gimes un poco, tu estómago es una roca. Cuánto debe de dolerte.
Duele, duele, me duele a mí verlo, sentirlo en mi tacto... Aprieto, un poco más... No te duermas, Nana...
Contracción. Lubricación. Nada todavía.
Puja.
Nana puja. Cambia de lugar. Lubricación otra vez. Se le está haciendo insoportable. Cambia de lugar otra vez... Se hace bolita, pobrecita.
Masajeo. Freno y me suplica que siga, se me cansan las manos, pero continúo. Puja una vez más... Aprieto y puja. ¿Viene? No... Lamentablemente no es suficiente.
¿Estás agradecida? ¿Aun si soy una inútil en este momento?
Sigo ayudándote a pujar, nos esforzamos, duele, hay más presión, veo que apenas alcanza para que un pequeño puntito se asome. Trata de expulsarlo sola y se contrae... Va al principio.
Segundo intento, misma técnica. Me dejas un ligero beso en el pulgar y te sigo acariciando. Hagámoslo de nuevo.
Yace acostada, exhausta, solo concentrándose en que el globito no retroceda, parece dar resultados, se ensancha, te oigo jadear, duele más, está por salir... Te consuelo... Ánimo Nana, no llores, estoy apunto de hacerlo yo...
Nana se desespera, ¿por qué no sale? Gira bruscamente, me busca con la mirada, exigiendo que la ayude, y no puedo hacer más. Realmente no puedo hacer más por ella que acariciarla. Perdón Nana...
Pujamos otra vez.
...
Mierda. Adentro. Otra vez adentro.
Sigue intentando, lubrica rápido, se agota rápido y arranca nuevamente, gira en el lugar... Nana está sufriendo demasiado...
Tomamos un largo descanso para retomar fuerzas.
Apagamos las luces, tal vez así se sienta más cómodas... Seguimos esperando, lo único que cambia es la intensidad del dolor.
Pasan unos minutos, el dolor te hace enloquecer, giras, te levantas, caes, lloras.
En la oscuridad trato de calmarla. La sostengo en mis manos y no dejo de rascarle el lomo. Empuja con fuerza... y escucho las lamidas incesantes en la zona del dolor y mis dedos rozando una y otra vez su pelaje.
¿Saben qué? Oí un pequeño y cansado nuevo gemidillo.
Alumbro con mi celular... Nanami tuvo primero a un cría rubia y está más calmada...
El recién llegado busca protegerse en la panza de mamá. Pero Nana sigue pendiente de un nuevo recibimiento.
Mientras te dedicabas a la extirpación del cordón umbilical y la higiene del primer crío, no tardó mucho en que el túnel se relajara, y esta vez casi sin esfuerzo, una hermosa cría cálica se asomó por completo para ser recibida por el instintivo acto de limpieza de la áspera lengua materna.
Qué colores tan llamativos. La cría rubia tiene en su frente un extraño mechoncito negro. Curioso en verdad. La cría cálica porta un fuerte color negro, y su pelaje rubio es mucho más pigmentado al amarillo, poco a poco se le descubre lo blanco. Hermosos.
Los recién nacidos maúllan toda la noche restante. Tincho, el hermano de Nana, está asombrado, y celoso de las criaturas y se aleja cada tanto.